Ecología | Homo insostenibilis. Contaminación post mortem

Por Blanca Stöpp

Todas -absolutamente todas- las actividades humanas tienen un impacto en el Medio Ambiente, hasta que no seamos conscientes y, sobretodo, responsables de nuestra relación con el medio que nos rodea, tanto de manera individual, como colectiva, tanto en nuestra vida personal, como profesional; hasta que no seamos, en definitiva, conscientes de que nuestra Era es la del HOMO INSOSTENIBILIS, no habrá cumbre, convenio, organización o acción que consiga que, finalmente, nuestra civilización no sea la primera que desaparece por haber destruido su medio, su base, su sustento, de forma consciente e intencionada.

¿Se les había ocurrido pensar que los seres humanos contaminamos incluso después de muertos?

A pesar de nuestra tendencia innata a creernos los reyes de la Creación, cuando morimos no somos más que un cadáver -ambientalmente un residuo a gestionar- y como tal residuo, la decisión sobre qué hacer con él nos comete y nos compromete, ya que, hasta después de nuestro último suspiro somos, cuando menos, un fastidio para la Tierra.

En los últimos tiempos se ha extendido la idea de que la incineración o cremación es una manera más ecológica de deshacernos de nuestros restos, hasta el punto de que actualmente esta práctica alcanza un 35% de los ritos funerarios que se realizan en nuestro país, pero conviene analizar algunas cuestiones que nos llevan a la conclusión contraria.

¿Qué impacto ambiental tiene la incineración o cremación?

El proceso de incineración de un cuerpo humano necesita alcanzar temperaturas de 870º a 980º, tiene una duración de entre una y cinco horas, y requiere unos 90m3 de gas natural -el más utilizado en este tipo de hornos-, lo que equivaldría al consumo de 73 litros de gasóleo, con lo que se podría hacer un viaje en coche de 1.475 kms (consumo medio de un vehículo diesel moderno), además de las emisiones contaminantes que como combustible fósil genera.

Pero este gasto energético que, por supuesto, tiene una gran repercusión ambiental, no es el mayor de los impactos que produce el Homo Insostenibilis al ser incinerado, el mayor problema proviene de los gases que emanan de dicho proceso, según datos del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), un cuerpo humano emite en su combustión unos 27 kilos de dióxido de carbono.

Y no sólo somos dióxido de carbono, si acudimos a lo que establece la legislación española al respecto, el Real Decreto 100/2011 actualiza el catálogo de Actividades Potencialmente Contaminadoras de la Atmósfera, siendo una de esas actividades potencialmente contaminantes la cremación, es decir, la incineración de cadáveres humanos o restos de exhumación.

Para realizar esta fúnebre actividad es necesario pedir la correspondiente autorización como Actividad Potencialmente Contaminadora de la Atmósfera, que supone la medición de las emisiones de monóxido de carbono, óxidos de nitrógeno, óxidos de azufre, partículas sólidas, ácido fluorhídrico, carbono orgánico, mercurio, dioxinas y furanos que emiten nuestros cadáveres, con el fin de establecer unos límites o parámetros.

Con estos datos no podemos considerar la incineración o cremación como un método más ecológico, ya que supone el traslado de la contaminación del cuerpo humano a la atmósfera, por medio de la emisión de gases contaminantes de los citados compuestos, algunos de ellos tóxicos. Pero, además, supone enfrentar otro problema con consecuencias, de nuevo, negativas para el Medio Ambiente: las cenizas. Más residuos.

¿Qué hacemos con las cenizas?

Terminada la cremación, la empresa funeraria nos entregará una bolsa con las cenizas de nuestros difuntos que consisten básicamente en fosfatos de calcio, sodio y metales pesados procedentes de tratamientos dentales, como mercurio, cromo, plomo, cobalto y estaño, ya que las prótesis de titanio no se queman y han de ser retiradas y gestionadas como residuo sólido, al igual que los marcapasos.

Si queremos hacer las cosas legalmente, en España no existe una regulación estatal que establezca criterios generales, sino normas autonómicas que regulan la Sanidad Mortuoria, así como las ordenanzas de cada ayuntamiento, algunas de las cuales prohíben o vetan el libre esparcimiento de las cenizas.

Algunos ejemplos de ordenanzas restrictivas los encontramos en Oropesa del Mar (Castellón) donde la situación llegó a ser tan insostenible, que el ayuntamiento decidió imponer multas de 750€ a aquellos que dispersen cenizas en sus aguas, también en el Rocío se puso de moda esta práctica, hasta que el ayuntamiento de Ayamonte (Huelva) la prohibió en sus ordenanzas.

En cuanto a los efectos en los fondos marinos, en Cantabria los pescadores sacan en sus redes no sólo urnas, sino hasta placas conmemorativas, en una limpieza que se hizo en la playa de la Malvarosa (Valencia) se encontraron tal cantidad de urnas funerarias que, por respeto, los buceadores no las sacaron del mar, en la Ermita de Nuestra Señora de los Remedios de Cártama (Málaga) eran tantas las personas que dejaban urnas, que actualmente está multado con 15.000€.

Pero en nuestra sociedad de consumo todo se convierte en una posible oportunidad de negocio para las empresas y administraciones, y el mercado funerario no iba a ser una excepción, la ciudad de Venecia, que tiende a repetirse en las llamadas últimas voluntades, hace un lucrativo negocio con todas aquellas almas que desean descansar eternamente en sus canales, por 363€ -para los no residentes- se puede vaciar una urna, en una suerte de turismo mortuorio.

Otras opciones que existen en este mercado son transformar las cenizas de los difuntos en muebles, objetos de diseño, cuadros, árboles o diamantes. Incluso hay empresas que dispersan las cenizas en el espacio, por medio de un globo de helio acompañado de fuegos artificiales.

Y, como no podía ser de otra manera, los clubs de fútbol también tienen su oferta que consiste en depositar las cenizas en sus estadios, en unas zonas que llaman “espacios memorables”, por unos 3000€ por urna y durante 99 años.

Los cementerios, además de los Columbarios -nichos destinados a contener las urnas cinerarias- han habilitado una zona en la que en determinados días y horas se pueden esparcir las cenizas, tienen el romántico nombre de “jardines del recuerdo”.

¿Polvo eres y en polvo te convertirás?

Resulta un mensaje realmente atractivo el que traslada la idea del encuentro final con el fuego purificador para posteriormente esparcir nuestras cenizas en el mar, la tierra o el aire, consumando así una supuesta vuelta a la naturaleza, pero, para no variar, sin preguntarnos si la naturaleza se puede ver afectada o no, y sí, una vez más somos un problema para el Medio Ambiente.

Aunque en este caso hayamos empezado por el final, es indiferente por dónde comencemos a valorar el impacto ambiental del ser humano, desde nuestro nacimiento hasta después de muertos somos seres insostenibles, hemos superado la capacidad de la Tierra para asumir los efectos de nuestras acciones y regenerarse, hemos contaminado por tierra, mar y aire, hemos esquilmado los recursos naturales, extinguido especies, alterado el ciclo del clima, hemos terminado introduciendo el plástico en nuestra cadena alimentaria, pero lo realmente preocupante es que no parecemos dispuestos a revertir esta situación.

¿Hasta dónde estamos dispuestos a llegar? ¿Cuándo vamos a darnos cuenta de que la destrucción del Medio Ambiente es cosa nuestra?

 

“Produce una inmensa tristeza pensar que la naturaleza habla mientras el género humano no la escucha”. Víctor Hugo

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