Por Daniel Seijo
Púnica, Lezo, Acuamed, Nóos, Andratx, Arena, Auditorio, Baltar, Bárcenas, Biblioteca, Bitel, Bon Sosec, Bomsai, Brugal, Caballo de Troya, Camps, Campeón, Carioca, Carmelitas, Castellano, Catis, Ciudad del Golf, Caso de la construcción, Caso del lino, El Robledillo, Emarsa, Caso Eólico Canarias, Faycan, Fitur, Funeraria, Guateque, Ibatur, Imelsa, Inestur, Lasarte, Líber, una trama de corrupción en Librilla, Madeja, Marchelo, Mercamadrid, Caso Naseiro, Novo Carthago, Ópera, Orquesta, Over Marketing, Palma Arena, Patos, Piscina, Pokémon, Porto, Rasputín, Scala, Taula, Terra Natura Benidorm, Torres de Calatrava, Torrevieja, Tótem, Troya, Túnel de Sóller, Turismo Joven, Umbra, Uniformes, Zeta, Cooperación, Caso Parques Eólicos y Gürtel, fueron exactamente 65 las tramas de corrupción que Irene Montero afeo al Partido Popular durante el debate de la Moción de Censura de Unidos Podemos contra Mariano Rajoy.
Hemos de admitirlo, una vez más el Reino de España ha sido un Estado de bolsillos anchos y conciencias pequeñas, un curioso territorio en el que los grandes negocios se han movido –sin excepción alguna– en un circulo muy reducido, casi diminuto, en donde bajo el paraguas de aquel «España va bien» y aglutinados en torno a la especulación urbanística provocada por la ley del suelo, se logró hacer norma aquello de que “si necesitas dinero nada mejor que recalificar un pueblo”. España nunca acostumbró a premiar la innovación o la valía por encima de los amiguismos y las posibles mordidas, en nuestro país el político es en definitiva un conseguidor, un intermediario entre el verdadero poder –el económico– y el pueblo, nunca la corona española se distinguió por basar su permanencia en el mérito. Que 22 de los 34 ministros que dirigieron la época de bonanza económica en nuestro país se encuentren de una u otra forma hoy salpicados por la corrupción, habla mucho de nosotros como sociedad. Zaplana y el caso Terra Mítica, Matas y el caso Palma Arena o Esperanza Aguirrre y su destape en la Gürtel, son el hilo que entre política y corrupción que nos guía inexorablemente por el corto tour de nuestra decadencia como Estado.
Desde la Casa Real, al propio Gobierno de España, pasando por los Parlamentos Autonómicos, los sindicatos o incluso a nivel más local los Ayuntamientos, todas nuestras instituciones se han visto de una u otra forma afectadas por la lacra de la corrupción, una grave disfunción tan intrínsecamente ligada al sistema capitalista que en tiempo récord ha logrado quebrar la escasa confianza que muchos españoles todavía poseían en su democracia. Hoy la política española ha descendido sin contestación a una escala democrática menor, siendo magnánimos podríamos hablar de graves anomalías democráticas en nuestro Estado, ejerciendo el necesario esfuerzo de la sinceridad, quizás diríamos que quienes nos hablabaron de pequeños casos aislados de corrupción, se escondieron tras pantallas de plasma para no dar explicaciones a la prensa –por tanto al conjunto de los españoles– o dijeron desconocer la identidad de un tal M. Rajoy, mientras combatían la decadencia sacando banderitas a los balcones, finalmente han logrado cargarse nuestro pacto democrático, y permítanme que añada siendo también sincero, que solo lo pueden haber lconseguido tras tomar a una gran parte de los españoles por gilipollas.
Década a década, hemos visto con aparente calma e inusitada complacencia, como toda una generación de políticos con cargos durante el gobierno de la derecha se han visto envueltos en tramas delictivas más propias de las mejores páginas de Mario Puzo que de las entrañas de una democracia supuestamente consolidada.
La confesión de Álvaro Pérez «El Bigotes», dejando al descubierto que la X de la trama valenciana de la Gürtel era el mismísimo Francisco Camps, ha pasado en cierta medida desapercibida por el ruido mediático proveniente del exilio belga de Puigdemont. Podemos interpretar que en cierta mediad la corrupción ya tiene hasta las narices a gran parte de los españoles y esto de los desafíos independentistas sin ser nuevo, al menos lo aparenta en cada uno de los numerosos especiales que las diferentes cadenas han emitido sobre el tema. Ante las preguntas del fiscal «El Bigotes» no solo ha aprovechado para jugar al ¿Quién es Quién? de la corrupción política en España, sino que también en un acto de aparente contrición que no es tal, el malogrado conseguidor ha sacado tiempo para admitir que cobró de forma reiterada en B del Partido Popular por los eventos de la trama Gürtel en la Comunidad Valencia, y ha destacado –por lo que pueda suceder– que en una trama en la que él es el protagonista, podría aportar importante información que facilitase el trabajo de la justicia. Uno forma elegante de recordar a quienes pueda interesarles que todavía hoy conserva la tarjeta de acceso directo a Génova, sede nacional del Partido Popular.
Tampoco la espectacularidad de las declaraciones de Ricardo Costa ha dinamitado al Partido Popular mucho más allá de la Comunidad de Valencia, pese a la sentencia presente en alguna de las frases del ex número dos de los conservadores valencianos –“Sí, es cierto. El PP del a Comunidad Valenciana se financió con dinero negro”- sus ataques se antojan totalmente calculados, preventivos, pero en ningún caso destinados a romper totalmente los puentes. Costa se ha visto en circunstancias similares, al igual que lo ha hecho Francisco Camps, y ambos saben lo que es salir finalmente exonerados.
Como bien señaló el periodista López Fonseca ante la aparente apatía del Congreso: «La corrupción se adapta muy bien a las circunstancias, y hemos pasado del ladrillo a otros negocios, normalmente por adjudicaciones que se amañan casi siempre del mismo modo». En cierta medida la corrupción es lo único que ha logrado mudar acorde a los tiempos en España, del cacique –todavía no del todo desfasado en el tiempo por estas latitudes– a la más compleja y estructurada prestidigitación política en la que el gobernante nada sabe, ni nada quiere saber, mientras continua públicamente navegando entre lo delictivo y la ignorancia, han transcurrido muchas décadas de perfeccionamiento de la usurpación de lo público.
El ajuste de cuentas entre implicados, los fuegos de artificio de parte importante de los implicados en la trama Gürtel a las puertas de Génova o el pequeño hilo para la justicia que suponen hoy los nueve empresarios que en medio esta madeja de corrupción han decidido hablar tras alcanzar un pacto con la Fiscalía, no servirán de nada mientras los ciegos no quieran ver. Las acusaciones y las delaciones no llegarán demasiado lejos en este juego de banquillos, podemos esperar que entre prescripciones y falta de pruebas los capos del entramado corrupto español se irán finalmente impunes, nunca lograremos ver en ese organigrama final las líneas que claramente unen a empresarios, políticos y conseguidores dibujando para nosotros una composición compacta y sincera de la podredumbre de nuestro sistema. Cuando las calles no rugen, los secretos cómplices para la supervivencia del sistema siempre terminan imponiéndose.
Década a década, hemos visto con aparente calma e inusitada complacencia, como toda una generación de políticos con cargos durante el gobierno de la derecha se han visto envueltos en tramas delictivas más propias de las mejores páginas de Mario Puzo que de las entrañas de una democracia supuestamente consolidada. Todavía hoy sigue resultando complicado comprender como un partido en el que su extesorero tras salir de la cárcel disfruta hoy de una vida «lowcost» que para si quisieran la mayoría obreros y el código de buena conducta llegó a ser presentado por la ex ministra Ana Mato, pudo llegar a convertirse en un partido para las masas, quizás la respuesta sea que tenemos lo que nos merecemos.
Ninguna solución a la corrupción nos va a llover del cielo, ningún arrepentido iluminará nuestro camino para lograr cambiar las cosas. Mientras en una situación puramente kafkiana los diferentes organismos judiciales se ven ahogados por la larga noche que suponen sus innumerables instrucciones, y los técnicos de Hacienda barren el mar con un rastrillo, quienes sostienen al sistema simplemente dedican su tiempo a buscar una solución, a colaborar para que al finalizar esta función el nombre de Bárcenas o el de la Gürtel, no sean nada más que un recuerdo borroso para nosotros, otro Caso Naseiro, otro Filesa.
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