“¿Dónde está nuestro pan?” Las mujeres que no pudieron ser derrotadas

Aurora Suárez y otras mujeres mineras, en la línea de baldes, en Almagarinos

Por Angelo Nero

“Un silencio solo roto por las voces de los más pequeños pidiendo un trozo de pan que llevarse a la boca. Simplemente un trozo de pan. Ese era el menú diario en muchos hogares, una rebanada de pan con escabeche, con sardinas o con tocino. Pero nada de lo prometido llegaba. En las despensas solo había espacio para el lamento. En las estanterías, una cartilla de racionamiento que de nada servía.”

Este es uno de los desgarradores fragmentos del libro de Abel Aparicio, “¿Dónde está nuestro pan?”, donde, con una prosa fluida y dramática, recorre los escenarios de los tiempos en los que la represión franquista, esa represión que golpeó con fuerza durante todo el régimen a las clases trabajadoras, no dudó en utilizar todas sus armas para someterlas, con sueldos de miseria, en las fábricas y en las minas, con los uniformes verdes de la guardia civil y las sotanas negras de los curas, con la depuración, la muerte y el exilio de miles de profesores e intelectuales, y, por si esto fuera poco, también con el hambre. Esa España de las cartillas de razonamiento, de los maquis resistiendo en la montaña, de las heroicas mujeres que desafiaban a la dictadura pidiendo pan para sus hijos, o que lo procuraban trabajando en las minas, aparece muy bien reflejado en los tres relatos que forman este libro, que el escritor fue fraguando a ritmo de pedal. Fue su pasión por la bicicleta de montaña la que lo llevó a descubrir el Valle de Tremor, y otros lugares de las comarcas de la Cepeda y el Bierzo, donde escuchó las historias que le fueron dictando las montañas y los pequeños pueblos dónde, durante demasiado tiempo, todo fue hambre y silencio.

En el primero de los relatos de Abel Aparicio, rescata la heroica, no puede calificarse de otro modo, lucha de un grupo de mujeres que, en la posguerra más inmediata, en 1941, cuando todavía estaban humeantes los fusiles, y en las cunetas desaparecían los sueños de toda una generación, se atrevieron a orquestar una protesta en demanda de un pan que ni siquiera les llegaba racionado. Mujeres como Julia:

“Lo que no predijeron es que entre las cinco había una mujer que venía con una fuerte experiencia a sus espaldas. Julia fue testigo en primera línea de frente del ataque que las tropas republicanas llevaron a cabo sobre Vinebre la madrugada del 25 de julio de 1938 en la batalla del Ebro. Siendo de las escasas mujeres que participaron en esa batalla y gracias a la mediación de una brigadista internacional británica, Julia consiguió subir a una de las noventa barcas que esa madrugada cruzaron el río Ebro. Allí, entre otras cosas, aprendió a no amilanarse ante nada y plantar cara a su adversario hasta las últimas consecuencias.”

El relato está basado en un hecho real, y para escribirlo Abel Aparicio rebuscó en la causa judicial que se abrió contra estas mujeres dignas, en las que se refleja la silenciosa, invisible, y no muchas veces escrita, imagen de la mitad de la población, que solo por su sexo eran proclives a una doble represión, pues aquellas que eran sospechosas de cualquier acto de rebeldía, en el pasado o en el presente, se exponían no solo a la cárcel, sino también al aceite de ricino, al pelo rapado y al escarnio público, a las amenazas físicas y a las violaciones. Y aun así, todavía había mujeres que, como estas treinta y nueve protagonistas de la historia de que da título al libro, se atrevían a plantarse delante del alcalde franquista demandando la ración de pan diario, para matar el hambre de sus hijos, y que incluso tenían que vencer las reticencias de sus maridos, aquellas a las que la guerra no se los había arrebatado, para demandar justicia. Ellas eran, en palabras del autor: “las heroínas anónimas que sustentaban los pilares de la mina. Aunque no bajaran a los pozos, aunque no se las tuviese en cuenta. Sin ellas, todo se derrumbaría.”

“Es muy importante comprender quién pone en práctica la violencia: si son los que provocan la miseria o los que luchan contra ella.” Con este oportuno prefacio de Julio Cortázar, nos adentramos en el segundo relato, el autor cambia de foco y lo dirige a las montañas, allí donde se encontraba otro tipo de resistencia, la que con las armas en la mano peleaba, primero por mantener la esperanza, y después simplemente por mantener la vida. Un relato que, inevitablemente, nos trae el recuerdo de “Luna de lobos” de Julio Llamazares, ambientada no lejos de estos escenarios, aunque la historia de “Tren 485” tenga una atmósfera más épica, rescatando también otro hecho real, el del asalto guerrillero, una vez acabada la guerra, en octubre de 1939, a un tren para hacerse con un importante recaudación de una compañía minera. Un relato ciertamente cinematográfico, que en otro contexto político bien podría haber sido llevado a las pantallas –ahora me viene a la cabeza la notable adaptación de “Sordo”, el film de Alfonso Cortés-Cavanillas, basado en un comic de David Muñoz y Rayco Pulido-, y que como muchas otras ha quedado silenciada por la transición, incluso entre los habitantes de la cuenca minera leonesa, donde transcurrieron los hechos.

En el tercero de los relatos “La línea”, Abel Aparicio da una hábil vuelta de tuerca al libro, y nos regala una historia con dos líneas temporales, una situada en la actualidad, en la que nos presenta a Guiana, exponente de la “memoria de las nietas”, de esa generación que sigue haciendo preguntas sobre el pasado, a la vez que lucha en el presente, orgullosa de su irreductible abuela Libertad, luchadora del movimiento de pensionistas, a la que acompaña en un viaje de Bilbao a León, para participar en un acto memorialista. Ese viaje no es solo en el espacio, sino también en el tiempo, pues en el, manteniendo la tensión del relato hasta el final, nos va descubriendo a aquellos que, como Elvira, conocieron la derrota pero jamás fueron derrotados:

Mujeres mineras en Almagarinos (El Bierzo)

“La derrota se reflejó en sus caras en el mismo instante en el que salieron de la cueva. Angustia, frío, aislamiento y dolor fue lo que el fascismo les recetó a aquellos hijos del hambre. Su fuerza de voluntad y sus ansias de demostrar al mundo que luchar por mejorar sus lamentables condiciones de vida no podía ser nunca sinónimo de arrepentimiento, sino de orgullo, era lo que los hacía mantenerse siempre erguidos.”

Para esta historia el escritor leonés se entrevistó con Libertad Aurora, una de sus protagonistas, que trabajó desde adolescente en las minas de antracita de sol a sol por la mitad del jornal que ganaban los hombres y que, además, eran despedidas en cuanto se casaban. En “La línea” recrea los orígenes de esta mujer combativa, que protagonizó una huelga en 1960 en la mina, aflorando los genes de su familia represaliada, de su tío asesinado, de su padre encarcelado y, sobretodo, de su madre, que luchó contra todas las adversidades que le tocó vivir, para sacar, como tantas mujeres de la posguerra, a su familia adelante, en aquel escenario de “Balas y sangre, cunetas llenas de cadáveres, hambre y miseria, mensajes de odio. Los meses pasaban, el terror hostigado por el fascismo se pegaba a la piel de una España que solo luchaba por sobrevivir.”

En este último relato es de señalar la banda sonora, la música utilizada también como arma de combate, de resistencia, un montón de canciones que no he podido resistirme a escuchar mientras avanzaba en la historia de Elvira, Libertad y Guiana. The Clash, Barricada, Gatillazo, Metallica, Berri Txarrak, Los Chikos del Maiz… Si ya eran muchos los lugares comunes con Abel Aparicio, aquí terminamos por encontrarnos.

Recupero, para cerrar, aquí las palabras de Abel Aparicio, en una reciente entrevista realizada por el compañero Ricard Jiménez, para Contrainformación: “Las y los protagonistas de los tres relatos pasaron años de lucha y hambre, mucha hambre. Sus mejores años los pasaron en la clandestinidad, en la cárcel o trabajando por un salario de miseria. Efectivamente, que los focos de lucha y resistencia claudicasen es lo que buscaban los golpistas, la resistencia se encontraba en un laberinto y no tenían muy clara cuál era la salida. Pero que hoy estemos hablando de esto demuestra que en parte del fascismo fracasó. Parafraseando a las trece rosas, su nombre no se borró de la historia.”

Para que la historia de estas mujeres y hombres, de estas luchas de un pasado no tan lejano, no se borren lean libros como “¿Dónde está nuestro pan?”, háganse preguntas y busquen las respuestas. La peor de las derrotas es el olvido.

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