Por María Torres
Sobre la mesilla noche, junto a la cama del histólogo español premio nobel de Fisiología y Medicina en 1906, se encontraba un calendario abierto por la fecha del día: 17 de octubre de 1934. Su hija Fé Ramón Fañanas tomó una pluma entre sus dedos y escribió: «Este día, a las once menos cuarto de la noche, murió mi padre«.
Su padre era Don Santiago Ramón y Cajal, el descubridor de la individualidad de las neuronas -a las que denominaba «esas mariposas del alma»-, el científico que reconocía la importancia de “saber ver” en lo pequeño: “¡qué de cuestiones de alta humanidad laten en el misterioso protoplasma del más humilde microbio!”. Un hombre íntegro y honesto que pagó de su bolsillo su primer equipo de investigación y que cuando fue nombrado director del Laboratorio de Investigaciones Tecnológicas con un sueldo anual de diez mil pesetas, pidió que le rebajaran a seis mil; rechazó ser Ministro de Salud e Instrucción Pública porque “Ante mis compañeros de profesión, y, sobre todo, a los ojos de los políticos de oficio, iba yo a resultar, no un hombre de buena voluntad vencido por las circunstancias, sino un vulgar ambicioso más. Y esto repugnaba a mi conciencia de ciudadano y de patriota”, pero aceptó el nombramiento de senador vitalicio propuesto por Canalejas porque el cargo no tenía asignación económica; se negó a que su hijo Jorge, también investigador, fuese a Italia becado por la Junta de Ampliación de Estudios que él presidió desde 1907 hasta su muerte en 1934.
Pionero del culturismo en España, el joven estudiante de medicina nacido en Petilla de Aragón en 1852, hijo de un médico rural, se entrenaba a conciencia en gimnasios de Zaragoza, llegando a describirse a sí mismo como: “ancho de espaldas, con pectorales monstruosos, mi circunferencia torácica excedía de los 112 centímetros, y al andar mostraba esa inelegancia y contorneo rítmico característico de los forzudos o Hércules de Feria”. Posiblemente esta fortaleza adquirida a golpe de pesas fue lo que le hizo resistir la guerra de Cuba y el paludismo grave y la disentería que contrajo en esa contienda de la que podría haberse librado si no se hubiera negado a pedir la excedencia como médico militar.
Amante de la literatura y del oficio de escritor, fue nombrado académico de la Real Academia de la Lengua Española, aunque no llegó a pronunciar su discurso de entrada. Obtuvo el reconocimiento de Pérez de Ayala, Pardo Bazán, Unamuno, Azorín, Ortega y Marañón. Su predilección la encabezaba Leopoldo Alas Clarín, Benito Pérez Galdós -por el que luchó para conseguir su candidatura al Premio Nobel de Literatura- y Emilia Pardo Bazán, a la que apoyó en su fracasado intento de ingreso en la Real Academia de la Lengua.
En Mayo de 1922 Cajal señalaba: «Se ha dicho hartas veces que el problema de España es un problema de cultura. Urge, en efecto, si queremos incorporarnos a los pueblos civilizados, cultivar intensamente los yermos de nuestra tierra y de nuestro cerebro, salvando para la posteridad y enaltecimiento patrios todos los ríos que se pierden en el mar y todos los talentos que se pierden en la ignorancia». Siempre fue consciente de la importancia crucial del papel de la investigación científica en el desarrollo cultural de la sociedad.
Admirador de Ortega y Gasset: “el exquisito escritor y pensador Ortega y Gasset, quien propone, como condición esencial de la ascensión cultural y ética de España, la plena conciencia de nuestra miseria espiritual y de nuestra corrupción política y administrativa”. Admirador también del krausismo de la Institución Libre de Enseñanza especialmente en la figura de Giner de los Ríos y admirador de Joaquín Costa, se sumó a su programa regeneracionista y liberal que defendía la separación de la Iglesia y el Estado, así como la independencia del Poder Judicial.
Don Santiago, que tuvo tiempo de conocer a lo largo de su vida varios reinados, dos repúblicas y decenas de gobiernos de todos los signos, se manifestaba agnóstico, republicano y progresista. Apoyó al gobierno republicano de Castelar y mostró también sin vacilar su apoyo a la Agrupación al Servicio de la República, el proyecto de José Ortega y Gasset, Gregorio Marañón y Ramón Pérez de Ayala a principios de 1931, pero no quiso firmar el manifiesto contra Alfonso XII. Esto no impidió que por acuerdo ministerial de 15 de abril de 1933, le fuera concedida la condecoración de más alta categoría de la Orden creada por la II República: La Banda de la Orden de la República.
Falleció antes del golpe de Estado de 1936 y la posterior Guerra. Según palabras de su nieto, de haber sido posible, Don Santiago hubiera combatido con la República.
“Soy, y ése es mi orgullo, español; español que cifra su amor en España”. El sentimiento patriótico de Ramón y Cajal no tenía límites, y ofreció en múltiples ocasiones ejemplo de absoluta fidelidad al mismo. Aceptó pronunciar una conferencia en la Universidad americana de Clarke a condición de que la bandera española ondeara y presidiera el acto en un sitio de honor. Aceptó el nombramiento como director del Instituto Nacional de Higiene Alfonso XIII, ante la amenaza de que la peste que ya había llegado a Portugal pudiera invadir España, argumentando que “en tales circunstancias parecióme pusilanimidad antipatriótica declinar un cargo que me imponía graves responsabilidades, y celo y actividad perseverantes”. Decía que “la patria está formada por los que han sufrido juntos, porque el dolor común une más que la alegría”. No le importaba reconocer los errores y las vergüenzas de su patria, ya que según su criterio esa era la única forma de poder cambiar la situación.
Mantuvo tolerancia cero la corrupción: “¡Oh nuestros inveterados abusos administrativos, y cuán caros los ha pagado la pobre España, siempre esquilmada, siempre sangrante y siempre perdonando y olvidando!” Y exclamaba: “¡Cuán desconsolador para un corazón de patriota es, después de cuarenta y nueve años, reconocer que todavía buena parte de nuestros militares, empleados y hasta próceres políticos siguen entregados al saqueo del Estado! Y es que para muchos españoles el Estado es pura entelequia, vacuo ente de razón. Estafarle equivale a no estafar a nadie. ¡Singular paradoja creer que no se roba a nadie cuando se roba a todos!…»
Otra gran inquietud de Ramón y Cajal eran los intentos de separación y de ruptura de la unidad española por parte de de vascos y catalanes: “No es que me asusten los cambios de régimen, por radicales que sean, pero me es imposible transigir con sentimientos que desembocarán andando el tiempo, si Dios no hace un milagro, en la desintegración de la patria y en la repartición del territorio nacional. Semejante movimiento centrífugo, en momentos en que todas las naciones se recogen en sí mismas unificando vigorosamente sus regiones y creando poderes personales omnipotentes, me parece simplemente suicida. En este respecto, acaso me he mostrado excesivamente apasionado. Sírvame de excusa la viveza de mis convicciones españolistas, que no veo suficientemente compartidas ni por las sectas políticas más avanzadas, ni por los afiliados más vehementes a los partidos históricos”.
Cuando finalizó la Guerra y se inició la larga noche del franquismo se silenció la figura de Ramón y Cajal hasta 1945. Es a partir de ese año cuando la propaganda del régimen inicia la exaltación del científico como medio de transmisión del ideario moral franquista, convirtiéndole en un mito político. La tierra de cultivo del mismo fue el patriotismo del que Cajal hizo gala durante toda su vida y que era considerado uno de los valores de la «Nueva España». Se manipuló su biografía y se celebró el centenario de su nacimiento como fiesta nacional: «El universal prestigio de don Santiago Ramón y Cajal y el empeño fervoroso que en todos los momentos de su vida procuró la dignidad y la grandeza de su patria exigen celebrar el primer centenario de su nacimiento de manera proporcionada a la importancia de su obra científica y a la calidad de su servicio a la cultura española» (Decreto de 7 de diciembre de 1951). Por orden de 8 de agosto de 1952 Ramón y Cajal se convirtió en materia obligatoria en la Escuela franquista y algunos de sus libros, los que pasaron el tamiz de la censura, volvieron a recibir la luz.
Don Santiago Ramón y Cajal dijo aquello de «Este país no tiene arreglo», pero siempre confió que en la vida todo tenía remedio, e insistió en que nuestros mayores enemigos éramos nosotros mismos.
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