Doble rasero

«Pocas ocupaciones me parecen tan despreciables como la de periodista, alpinistas de una hipocresía que deja al Nanga Parbat como una lomita para domingueros».

La mirada del mendigo

La profesión periodística cada vez me sorprende más. Con la guerra en Ucrania ha alcanzado tales cotas de parcialidad, de manipulación de la información, que no recordaba en la cobertura de otras guerras. Se nota que desde la embajada han tocado a rebato, y los plumillas han reaccionado cuadrándose servilmente.

La presencia de fuerzas armadas en un territorio, en contra de la voluntad mayoritaria de los residentes en dicho territorio, se llama ocupación. Por cuanto supone la coacción de la voluntad popular, sea bajo una amenaza potencial o actualizada mediante el uso de esa violencia, es un acto reprobable. Y me da igual que sea la Guardia Civil en un valle navarro, el ejército usamericano en Kerbala o el ejército ruso en Jarkov. No sería ocupación, empero, si el ejército ruso se hubiera limitado a entrar en el Donbass, donde sería algo más que bien recibido (y Putin hubiera quedado como un señor, aunque los periodistas a este lado del Dnieper hubieran graznado igual, pues es su cometido).

En el Donbass, es el ejército ucraniano el agresor y fuerza ocupante, aunque sus bombardeos artilleros sobre sus villas y ciudades no han merecido la oleada de indignación que la reacción (sobrerreacción, sin duda) del ejército ruso. Cada vez estoy más convencido de que la gente, la chusma, piensa exactamente lo que se espera que piense, lo que es aleccionada a pensar. No se aprecia fractura entre la línea editorial de los medios y la opinión pública moldeada por ellos, ya analicemos la sociedad rusa o las «democracias» occidentales. De hecho, es terrorífico constatar que aún habrá mayor grado de divergencia entre la sociedad rusa (y eso que es parte directa en el conflicto) que en la española (que ni pincha ni corta). Hasta ese grado llega la efectividad de la maquinaria mediática, que hace innecesario recurrir a formas más autoritarias: las ovejas ya se pastorean ellas solitas, sin necesidad de perro que las acose (eso no quiere decir que se prescinda de los perros, sólo que las ovejas justifican sus mordiscos).

Vamos a mostrar un ejemplo. Si reprobable es la presencia del ejército ruso en áreas de Ucrania donde está muy lejos de ser bien recibido, y se trata por lo tanto de una invasión. Y eso que el Kremlin asegura que es una presencia temporal, lo cual es bastante creíble en la mayor parte del territorio (algo de terreno se le quedará entre los dientes).

¿Qué se puede decir, por ejemplo, de la presencia del ejército turco en el Norte de Siria (Rojava)?

Ahí sigue, y tiene intención de permanencia. Vaya, es un ejército de la OTAN. ¿Entonces ya no es una ocupación? ¿O es que hay ocupaciones buenas y ocupaciones malas? La franja de seguridad que reclama Cerdoğan ¿en qué difiere de la que reclama Putin?

Sin necesidad de movernos de Siria, tenemos otro caso del ejército de un país que pretende, qué desvergüenza, ir dando lecciones de respeto a la soberanía e integridad territorial de otros países. ¿Invadir EEUU otros países? ¡No, qué va! Tenemos una lista más larga que la de los reyes godos, de países hollados por las botas de los Marines. Pero quedémonos en Siria, por ejemplo ¿qué cojones hacen las tropas gringas en el Sudeste sirio, en el área de Deir-ez-Zor? ¿Qué hostias pintan ahí? ¿Eso no es ocupación? No sólo es ocupación, sino que es saqueo, pues en esa zona se encuentra las modestas reservas petrolíferas del país. Extremo que ni siquiera Trump hizo el esfuerzo de negar. Se agradece su sinceridad (o su cinismo).

Ahora, decidme ¿cómo la cobertura informativa es tan disímil, ante ambas felonías, las que comete uno u otro bando? Quizá sea porque son las de nuestro bando.

Pero es más, es que sin salir de Siria tenemos un caso claro de ocupación y anexión por la fuerza de los hechos, por la fuerza de las armas. ¿Ahí dónde queda el respeto a la integridad territorial que ahora rebuznan los nuevos curitas desde su púlpito hertziano? Hablo, obviamente, de los Altos de Golán. Lo de Palestina, ya, dejémoslo. Como son el pueblo de Dios (y financian generosamente a los candidatos gringos), tienen bula para hacer las salvajadas que quieran.

Como también la tiene el otro pueblo de Dios: si en Ucrania hay una catástrofe humanitaria (pero se sanciona al Donbass, que lleva siete años en guerra) ¿qué podemos decir de Yemen? Nada, de las campañas bélicas de los príncipes saudíes no hay nada que comentar en el telediario, ya que son nuestros aliados en la región.

Y podría seguir con casos y casos de intervenciones de fuerzas armadas en territorios donde no eran bien recibidas (de serlo, no tendrían por qué portar armas), para forzar cambios políticos o territoriales. Y en los últimos cien años, casi todas protagonizadas por cierta administración que ahora pretende ser una doncella inocente horrorizada por la violencia de la guerra, ¡qué descaro! Cuando no hace tanto los mismos noticieros abrían con el gozoso espectáculo de las salvas de misiles y la bella silueta de los cazabombarderos despegando de la cubierta de los portaaviones, sólo falta música de heavy metal para sellar un buen videoclip.

¿A qué se debe este descomunal sesgo a la hora de tratar fenómenos análogos? Es evidente hasta para el más ingenuo. El parámetro que predice con exactitud la forma de tratar una noticia es el bando al que pertenece la potencia ocupante: si es del nuestro o del enemigo (que, en resumidas cuentas, son aquellos países que no rinden pleitesía al amo del corral, si alguien tiene mejor definición que la aporte).

Pero que no lo llamen información. Es propaganda. Propaganda bélica. De hecho, esta guerra absurda sólo ha sido posible por la intensa campaña de desinformación e intoxicación de las maquinarias de propaganda de ambos bandos, creando un problema de convivencia artificial donde no existía. Ahora sí que existe, tras siete años de guerra (pareciera que la guerra comenzó el jueves, por una arroutada de Putin, según nuestros periodistas) y miles de muertos, ahora existe un problema real de convivencia entre ciudadanos de etnia rusa y ucraniana en la región.

Mi absoluto desprecio por estos mensajeros del odio. Pocas ocupaciones me parecen tan despreciables como la de periodista, alpinistas de una hipocresía que deja al Nanga Parbat como una lomita para domingueros.

La policía del pensamiento de Orwell, y tan bien hace su trabajo que parece que no mienten.

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