Divulgación | ¿El problema de Platón? ¿El de Orwell? ¿O los dos?

 Escrito por Pilar Alberdi

Nadie esperaría hallar al comienzo de un libro de gramática un dilema político, sin embargo, así ha sido en el caso de Noam Chomsky y su muy conocida obra Gramática generativa, en donde plantea el modelo de una Gramática universal, innata y común a todas las personas, que es la que nos posibilita la adquisición del lenguaje. Ese modelo sería el que permite a los niños aprender fácilmente una lengua, sin el conocimiento previo de sus reglas, que aplican, sin embargo, correctamente.

El dilema que presenta Chomsky es el siguiente: ¿cómo es que sabemos tanto y cómo es que sabemos tan poco? Al primero lo llama «el problema de Platón» y al segundo «el problema de Orwell», ya imaginan a qué Orwell se refiere, sí al autor —entre otros libros— de 1984 y Rebelión en la Granja. Un escritor que tuvo en el punto de mira a los imperialismos y totalitarismos.

El problema de Platón, el de las Ideas innatas (belleza, bondad y otras), ese dualismo, en fin, por el que han navegado distintas corrientes filosóficas, lo da por acabado con la Gramática Universal. Existiría un modelo biológico que explicaría la rápida adquisición de ese conocimiento, esa habilidad para hacernos con el lenguaje. Pero con respecto al problema de Orwell, el tema se pone difícil. Si somos tan listos para lo primero, si acaso esa cualidad nos viene como al resto de los animales por unas características innatas, a ellos en su medida y a nosotros en la nuestra, ¿cómo es que sabemos tan poco? Pero, realmente: ¿sabemos tan poco? ¿O deberíamos decir que no queremos o no nos interesa saber más?

Dejemos las cosas claras. Lo que a Orwell le preocupaba es la «manipulación», evidentemente a Chomsky también, no en minúsculas, sino así: la MANIPULACIÓN. Es decir, le preocupaba nuestra ignorancia, que siempre puede beneficiar a un tercero. Lo que pasa cuando uno vive en una democracia representativa es que suele creer que no le manipulan. Pero sí, nos manipulan, a toda hora nos indican qué debemos comprar, cómo debemos pensar, qué estudios cursar, qué trabajos tener, en caso de que los encontremos. Pero, centrémonos por un momento en «el problema Orwelliano». Lo cierto es que la cuestión ya la conocía Le Boon, aún cuando el primero todavía no hubiese nacido ni la hubiese planteado. Lo comentó en su libro Psicología de las mayorías del que luego sacó muy buen partido Freud, en su Psicología de las masas. ¿Qué dice Le Boon? Que la masa es conservadora. Así de sencillo. Que entre arriesgar por lo que pueda venir nuevo o quedarse como está, se queda como está. Y ustedes dirán: ¿y cómo es esto? «¡La gente quiere cambio!» Y sí, todos queremos cambio, pero un cambio previsible, un poquito de cambio. En realidad, los cambios se producen cuando ya nadie, pero nadie nadie, nadie, puede vivir cómo vivía, y de esto ¡qué casualidad!, los pueblos se enteran siempre tarde. Así que, mientras algunos pocos continúen pensando que pueden ganar dinero y otros que el tema de la economía puede empeorar, y a las pruebas me remito, ¿qué partido creen que volvería a salir electo en España? ¿El que tiene más casos de corrupción, el que ha congelado el dinero de las jubilaciones, el que ha reducido las inversiones en educación y cultura, aquel que defrauda al pueblo? ¡Vaya! Pues, han adivinado.

Llegados a este punto comprendería que me pregunten cómo es que si Noam Chomsky no desentrañó el problema, pretendo resolverlo yo. No se trata de eso. Él sabe que no tiene solución, y yo también.

Pero aún así, daré un dato que justifica el pensamiento de Le Boon. Entre el inicio de la Revolución francesa y la coronación de Napoleón pasan varios años. ¿Quién iba a querer algo así? ¿Quién hubiera comenzado aquel jaleo para terminar coronando a un corso, en resumidas cuentas, un inmigrante en París? En las películas, además, como el tiempo va más de prisa, lo muestran así: surge la revolución y a los cinco minutos ajustician al rey, cuando en realidad, pasan varios años, y no le faltaron al rey oportunidades para salvarse. De verdad, lees un poco de Historia o ves una película y quedas sorprendido.

A Orwell le preocupaba nuestra ignorancia, que siempre puede beneficiar a un tercero. Lo que pasa cuando uno vive en una democracia representativa es que suele creer que no le manipulan.

Bien, en suma y para ir resumiendo: ¿sabemos ya por qué pensamos tan poco? ¿Sabemos por qué nos dejamos manipular? Esta es la cuestión.

A Sócrates le gustaba decir aquello de «Yo solo sé que no sé nada»; van a tener que perdonarme, pero, como yo no soy tan humilde, lo dejo aquí escrito: yo sé esto. Al menos, lo que acabo de decir. Sí, y algo más, quería comentarles por si fuera de su interés que la filosofía del lenguaje, a la que he dedicado parte de mi tiempo estas últimas semanas, da mucho qué pensar. Síganme, porque merece el esfuerzo para llegar a una conclusión con respecto al tema que nos ocupa. Que dice Carnap que la palabra es un concepto; pero viene Skripe y explica que un nombre propio no es algo rígido, a ver, por poner un ejemplo, qué es «Cervantes», Cervantes es muchas cosas: «el autor del Quijote», «el creador de Sancho Panza», «el escritor que estuvo en prisión», «el que pidió a la Corona un puesto para ir a América y no se lo dieron», «el más pobre entre los escritores pobres de su tiempo, al que ahora, se le buscan huesos y se le festeja en numerosos ocasiones mientras se reeditan sus libros»; pero entonces, llega Putnam, y conste que me estoy saltando a algunos filósofos, y dice, que no, que no es solo eso, una cuestión de significados a la manera clásica, ya que lo que importan son todos los posibles mundos para ese significado, esos en los que interviene la probabilidad y que nos remiten a aquellos otros posibles mundos, en los que el designador rígido y los descriptores no rígidos, ese abanico de definiciones que hemos aportado sobre Cervantes, pudieran tener cabida, y que nos recuerda al paso, a aquel de los mejores mundos posibles, que Leibnitz pensó fuera el nuestro, ¡ahí, cuidado! Pero, síganme, que aún merece el esfuerzo. Después llega Quine, un lógico positivista que dice que un niño aprende el lenguaje de manera conductista a través de acierto y error, premio y castigo, y que más que una palabra lo que aprende con ella, es una oración, un acontecimiento, y que sí, que tal vez exista algo así como un «aparato generativo», tampoco quiere quitarle toda la razón a Chomsky que ha seguido en alguna medida a Wittgenstein, y ahora sí presten atención porque este hablará de «juegos de lenguaje», explica, veréis lo fácil que lo explica, que lo que un niño aprende con el lenguaje es el modo de comportarse ante las palabras, ¿han oído bien, verdad? Pues, eso. Que te explican que con «demonio» debes asustarte, te asustas; que las «flores» tienen perfume, y eso es bueno, te encantarán. Quisiera aclarar que los ejemplos son míos, pero la idea es suya. Él pone de ejemplo la palabra «dolor» que es la que te explican cuando tú dices, «¡Ay!», y entonces te enseñan a comportarte ante el «dolor», y lo mismo te regañan porque te caíste, te ponen una tirita con dibujitos o te cantan aquello de «Sana, sanita…». En mis tiempos las rodillas se nos quedaban sangrando y nos decían que éramos valientes.

Yo creo, de verdad lo creo, que deberíamos pensar mucho en esto, en esos «juegos del lenguaje», porque por ahí nos tienen pillados, ya ven que hasta los partidos políticos se cambian de nombre cada cierto tiempo, especialmente cuando las cosas las han hecho mal, o, en otros casos, vemos cómo los políticos se salen de un partido y se crean otro solo para ganar las próximas elecciones.

En fin, Platón, Orwell, Platón, Orwell, publicidad, propaganda, manipulación, los mass media… Cómo nos comportamos ante las palabras, cómo nos han enseñado a comportarnos… Pues, por ahí está la cuestión.

3 Comments

  1. Es Le Bon, no Le Boon. Fue un sociólogo francés, y no escribió una Psicología de las mayorías, si libro se titula sino una Psicología de las masas o multitudes (foules)

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