Diarios en la sociedad patriarcal española

Por Daniel Seijo

Una vez más el sentarse frente al teclado viene acompañado del sonido ensordecedor de los gritos que preceden al silencio, la sensación del cuerpo entumecido por el recuerdo de tantos golpes a lo largo del tiempo y especialmente el sabor de la sangre, ese sabor  inconfundible que se pega a uno mientras sobre una página en blanco deja caer unos cientos de palabras más que se sumen a la de todos aquellos que se indignaron, lucharon y lloraron antes por la vida arrebata a una mujer en alguna parte del mundo.  Por segunda vez en una semana, una localidad española revive el arcaico rito patriarcal del hombre que quien sabe si por celos, por venganza o simplemente porque le pertenecía, decide acabar con la vida de “su” mujer con varias puñaladas certeras en su cuerpo. Un cuerpo que el asesino siente como su propiedad, una parte vital de sus pertenencias a la que no está dispuesto a renunciar, por ello nunca la dejaría atrás pese a conocer en su destino la muerte,  la cobardía del maltratador se muestra  de forma muy especial en su incapacidad para quitarse la vida antes de consumar su transformación en el más cruel de los demonios.

La casualidad o quizás la mera probabilidad (después de todo las posibilidades de sufrir violencia machista en España no resultan especialmente bajas) ha hecho que una nueva hoguera de las vanidades bañada en sangre de mujer, haya coincidido en el tiempo con el día en el que el parlamento español daba luz verde a un pacto de estado contra la violencia de estado, un pacto transformado en maquillaje político para unos partidos que al tiempo que votaban su aprobación, lo condenaban en su ejecución debido a unos presupuestos que no parecen guardar todavía espacio suficiente para intentar poner fin a la lacra del terrorismo machista. La falta de de garantías para la puesta en marcha de este acuerdo de mínimos y su indefinición en el tiempo, parecen apuntar a una nuevo caso de “ley florero” proyectos como la ley como la de Memoria Histórica o la propia ley de Dependencia, que se han quedado en meros adornos progresistas para un estado que no lo es tanto como le gusta aparentar.

Como si se acabase de editar la primera edición en castellano de “El Segundo sexo” de Simone de Beauvoir o La Sentencia de Campo Algodonero todavía nos comenzase a remover hoy las conciencias en España, el pacto que todas las fuerzas políticas han alcanzado hoy  en nuestro país, se antoja desde su aprobación ya como insuficiente y desfasado en su concepción del terrorismo machista, ese al que todavía hoy el estado se niega a llamar por su nombre, el nombre que debiese recibir todo acto de quien pretende hacer uso del terror contra una mujer para imponer su dominación sobre ella. Entre las medidas aprobadas destaca el reconocimiento como víctimas de las madres cuyos hijos son asesinados por la locura patriarcal, una medida necesaria, simplemente por lo inconcebible de que esto no fuese así hasta hoy. Medidas destinadas a poner barreras frente a los matrimonios forzosos o el acoso sexual en el puesto de trabajo, en definitiva parches insuficientes para una sociedad que con el paso de las generaciones va abriendo muy lentamente los ojos a la realidad de la explotación a la que se ven sometidas las mujeres por el simple hecho de la construcciones de género que firmemente hemos establecido entre todos.

Un acuerdo de mínimos que no reconoce en toda su profundidad la igualdad de la mujer con el hombre y la sistemática opresión que el sistema social patriarcal está ejerciendo sobre ella. Resulta moral apoyar este acuerdo simplemente porque las muertas pesan demasiado ya y no podemos esperar sin concesiones hasta que la sociedad y con ella sus políticos cambien, no podemos hacerlo por ellas, por las que ahora mismo sufren en silencio los golpes, el desprecio, la discriminación, la amenaza de la muerte a manos de un hombre, simplemente por el hecho de ser mujer. A ellas con la pírrica victoria de hoy les décimos que no están solas, pero también que resulta más necesario que nunca levantarse para exigir los derechos de la mujer en un mundo regido por hombres y para hombres. Todavía queda mucha lucha por delante para conseguir una sociedad justa e igualitaria, una sociedad en la que la justicia tenga claro que el asesinato de una mujer no es una cuestión de debilidad frente al hombre y en donde nadie pueda preguntarte si has cerrado bien las piernas ante una violación. Simplemente una sociedad en la que nunca más el recuerdo de los golpes o el sabor de la sangre tenga que acompañarnos frente a un teclado al hablar de las mujeres.

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