La población egipcia ha mostrado en múltiples ocasiones solidaridad con la causa palestina. El problema no es cultural ni identitario: es político, geoestratégico y diplomático.
Por Isabel Ginés | 4/06/2025
En medio de la tragedia humanitaria que sufre la población gazatí, surgen en redes sociales comentarios que no solo carecen de rigor, sino que contribuyen activamente a deshumanizar a las víctimas. Uno de los ejemplos más crudos es la frase: “Ni Egipto quiere a los gazatíes”, pronunciada con la pretensión de ser “la verdad” y sin el menor atisbo de contexto o análisis.
Este tipo de afirmaciones no solo son inexactas: son ignorantes, injustas y profundamente peligrosas. Reducir una situación geopolítica complejísima a una sentencia lapidaria revela no solo falta de conocimiento, sino una falta de empatía preocupante. La afirmación parte de un error de base: confundir decisiones políticas condicionadas por intereses estratégicos con un supuesto desprecio étnico o cultural.
Egipto ha mantenido históricamente una relación tensa y ambivalente con Gaza, particularmente desde que Hamas tomó el control de la Franja en 2007. El cierre parcial del paso de Rafah responde a cuestiones de seguridad nacional, presiones internacionales (especialmente de Israel y EE.UU.) y miedo a la inestabilidad interna, no a una supuesta repulsión hacia los palestinos de Gaza.
Decir que Egipto “no los quiere” implica una generalización absurda y falsa. La población egipcia ha mostrado en múltiples ocasiones solidaridad con la causa palestina. El problema no es cultural ni identitario: es político, geoestratégico y diplomático.
Otro de los argumentos repetidos con arrogancia en redes es que “los países árabes apoyan a Israel”. De nuevo: simplificación al límite. Algunos países han normalizado relaciones con Israel en el marco de los Acuerdos de Abraham, como Emiratos Árabes o Marruecos. ¿Significa eso que apoyan las masacres o están de acuerdo con la ocupación? No necesariamente. Significa que hay intereses económicos, dependencia armamentística, presión diplomática y temor a represalias.
Llamar a eso “apoyo” es como decir que un país en crisis que firma un tratado con una potencia lo hace por afinidad ideológica. Es una lectura infantil de la política internacional.
Mientras tanto, en Europa, vemos a ciudadanos salir a la calle con banderas palestinas, exigir alto el fuego y denunciar crímenes de guerra. Y sí, también vemos gobiernos mirar hacia otro lado por intereses propios. Pero hay que distinguir entre lo que hace una ciudadanía movilizada y lo que ejecuta una clase política sometida a sus propios compromisos geopolíticos.
No es verdad, es propaganda disfrazada de opinión
La frase “ni Egipto quiere a los gazatíes” no es una verdad incómoda: es una mentira cómoda, útil para justificar la indiferencia y para invisibilizar la tragedia que viven millones de personas. No es análisis, es propaganda deshumanizante. No es valentía, es cinismo irresponsable. Y lo más grave: contribuye a normalizar el abandono de un pueblo que lleva décadas resistiendo bajo el asedio, el exilio y la muerte.
Cuando la ignorancia se disfraza de certeza y el desprecio se disfraza de objetividad, no estamos frente a una opinión polémica, sino ante una forma más de violencia discursiva.
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