Desear la casa: habitar la palabra

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No pude evitar mirar mi chimenea al bajar la escalera, verme en su cristal ennegrecido y recordar mis hojas escritas al releer su poema: “Desearte el cobijo de una chimenea // fue la forma de amortizar cada golpe // la casa deseada // no es desear la casa…”.

Por Manuel Pérez

Pocas cosas le debo a Twitter, pero la recepción de este libro es una de ellas. Llevaba tiempo queriendo leer algo de Rodrigo García Marina. Le conocí casi sin querer, a través de un tuit, desde entonces mantenemos un contacto constante.

Me llegó hará una semana y yo que no soy un habitual de la poesía he querido la pausa para su lectura. He necesitado del retiro en mi vieja casa familiar. Recluido al final de una escalera, en la planta de arriba, he podido poco a poco ir mordiendo las hojas dejándolas posarse sobre mí.

Desear la casa se presenta con un Primo de Rivera decorado y un Mussolini del revés. Se presenta con mi Madre preguntándome asombrada si, efectivamente, era Primo de Rivera el hombre de la portada. Se presenta con mi “unboxing” nervioso. Ya, el primer mensaje del libro es su confirmación. Se confirma trayendo un pasado aquí, cogiendo al pasado y resignificándolo. Aquello no era, es.

Armado de una derrota, dice: “El aprendizaje puede llegar a ser // un apéndice de lo que dolió” ¿Qué otra cosa podría ser? ¿Dónde podría nacer lejos de lo traumático? Como más tarde recuerda, donde empieza con “Sabemos cosas” termina con “Es el momento de desconocernos”. El poeta conoce las palabras con las que la ciencia no puede contestar a la tragedia de existir. Es él quien conociendo las exigencias de “habitar la palabra” nos prepara para el desarme (o rearme) frente al ruido.

Rodrigo, en sus versos, se nos muestra a caballo entre el poeta y el filósofo en aquel sector que Cioran reivindicaba o, aún presente en nosotros, reivindica. Con el conocimiento de una vivencia que no puede ser llenada de ninguna manera. Vivir requiere del oficio de la autodestrucción. Dudo que este libro pudiese publicarse sin que el escritor no hubiese estado desbordado en más de tres ocasiones.

Siento, de alguna manera, que es un libro escrito desde la necesidad de escribir. Como la necesidad que me llevó a mí a leerlo retirado. La necesidad de dar voz, de traer ante nosotros. El poeta es sentir. Un conocimiento previo a todo lo experimentado. Que Rodrigo haya pasado frío o no en Londres, que haya llorado por no regar las plantas o que recuerde a su abuela, es irrelevante para la sensación de vacío cuando “alguien da un portazo”.

Nos habla de una soledad, o compañía, impuesta. Ataca la imposición del hedonismo.  De manera recurrente nos inunda en la sensación de vacío ¿Existe un hedonismo lleno? Siempre vuelve, como no puede ser de otra manera, al temor de nuestro presente. Ese sentirse fuera. Se construye en poeta para presentarnos la realidad que la filosofía tampoco termina de contestar: la realidad del paseo constante vigilando los plataneros. Rodrigo construye desde la memoria en un tiempo de amnesia. La poesía siempre es.

Entre el “Vivir significa perder el suelo” del filósofo rumano y “la vida, // esa puerta entornada” ¿Qué diferencia hay? Nos hablan, ambos, de esa duda tan necesaria. Desear la casa es un libro de anhelos: “y yo te amé”, “por una casa que nunca se pudo construir”, “no sé, // si es posible este beso…”

Se mueve en la tensión entre el deseo y la pérdida “quien no desea // no merece la vida” contesta a una pregunta anterior quién sacia el insomnio. Un libro de viajes, sin dirección fija, pese a la separación que nos presenta. Las palabras van y vienen en un dialogo constante que te sumerge en la atmósfera de la necesidad. Rilke guía a un joven poeta a la escritura interna, a la búsqueda de su voz. Rodrigo también se pregunta por esa voz: Metafísica // Cuando pienso dónde // pienso, cuando // tomo la voz, // quién habla por mí. Y volviendo, al principio, sobre sí mismo. Retorciéndose sobre sus hojas como un rizoma, el libro se contesta: “La casa // no mi casa // sino la de mis ancestras”.

PD: No pude evitar mirar mi chimenea al bajar la escalera, verme en su cristal ennegrecido y recordar mis hojas escritas al releer su poema: “Desearte el cobijo de una chimenea // fue la forma de amortizar cada golpe // la casa deseada // no es desear la casa…”

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