Descifrando las islas del Pacífico (IV): Islas Salomón, cuando la paz se transforma en tregua

Por Alex Santos Roldan / Descifrando la guerra

Identidad, economía, política y guerra van de la mano. Y las Islas Salomón son un ejemplo de ello, y si las corrientes geopolíticas de fondo no cambian su dirección, puede convertirse también en un desdichado ejemplo de cómo las disputas de las potencias extranjeras pueden hacer estallar este peligroso cóctel. Las Islas Salomón son una nación que ni el mismísimo Desmond Tutu fue capaz de reconciliar. Se trata de un país en cuyo interior habita un conflicto, que cómo un virus en el permafrost, está allí, congelado, pero latente, a la espera de que una ráfaga de calor lo haga resurgir.

Edificio calcinado en el chinatown de Honiara tras las protestas de noviembre de 2021. Fuente: AP

Ese calor ha irradiado de la disputa geopolítica entre China y occidente por la hegemonía en el Pacífico. Específicamente del conflicto entre China continental y Taiwán. Así, el reconocimiento de la primera en detrimento de la segunda ha sido uno de los causantes de que las tensiones étnicas hayan vuelto a salir a la palestra. No obstante, el conflicto geopolítico y las tensiones interétnicas, no son los únicos problemas del país, sino que actualmente, una mezcla de pobreza endémica, corrupción y falta de asentamiento de las instituciones democráticas, sazonado con los estragos causados por la Pandemia del Covid-19, amenazan con poner a la nación contra las cuerdas.

Por ello, y por su posición geográfica, las Islas Salomón seguirán siendo un objetivo prioritario en la política exterior australiana en su «periferia”. Pero esta vez, el gobierno de Scott Morrison deberá hacer frente a una coyuntura más compleja que la que tuvieron que enfrentarse sus antecesores y deberá observar con cierto grado de impotencia cómo aliados y rivales se consolidan en dicho territorio.

De este modo, para entender la deriva que puede tomar la política internacional, en su escenario principal (Asia-Pacífico), tenemos que entender y analizar cómo está evolucionando en las Islas Salomón, ya que, al atraer a tantos actores internacionales, el país corre el riesgo de convertirse en un campo de pruebas para estos.

Modernización a cañonazos

Asiduamente, la geografía moldea las sociedades a su gusto. Y las Islas Salomón no iban a ser una excepción. De esta forma, los caprichos geográficos formaron un entramado de sociedades asentadas las unas junto a las otras, en la cuales el parentesco y la violencia regían la vida política, creando a su vez sociedades tribales extremadamente rígidas. La llegada europea de finales del siglo XIX (al igual que en sus vecinos) tuvo un impacto limitado. Siendo lo más destacado del período colonial bajo el dominio británico: la separación de Bougainville de sus islas hermanas, la instalación de una primitiva administración colonial con sede en Tulagi (entre Malaita y Guadalcanal) y la práctica de la explotación laboral de los locales por parte de los occidentales.

Sin embargo, el cambio más importante que se dio en dicha época no fue otro que la penetración del cristianismo entre los lugareños, especialmente en sus vertientes anglicanas y evangelistas. Dichos credos no tardaron en mezclarse con el folklore autóctono y en tomar tintes apocalípticos, puesto que estos últimos eran la parte del cristianismo que mejor encajaba con las creencias locales.

Soldados estadounidenses durante la batalla de Guadalcanal, en agosto de 1942. Fuente: National World War II Museum of New Orleans 

Por desgracia, el punto de inflexión para las Islas Salomón fue la Segunda Guerra Mundial, en la cual japoneses y estadounidenses se cebaron con el territorio, descargando sobre el archipiélago una violencia con una fuerza e intensidad hasta entonces inaudita por aquellos lares. Esto terminó por destrozar la precaria administración colonial y por arrasar con Tulagi.

ras el conflicto, emergió de entre las ruinas, una nueva nación, a la cual habían llegado nuevas tecnologías e ideas. En este contexto, el gobierno británico centró sus esfuerzos en reconstruir la administración colonial, sirviéndose para ello de la explotación de los bosques y la producción de aceite de palma, así cómo de la capitalidad de Honiara, en Guadalcanal. Esto rompió el equilibrio de poderes entre Malaita y Guadalcanal, puesto que ahora el centro gravitatorio del país se encontraba en la segunda. Además, supuso la creación de una brecha entre los guadalcanenses y el resto de isleños, puesto que los primeros eran mucho más influyentes que los demás.

Por su parte Malaita, había quedado seriamente dañada por la guerra, provocando que miles tuvieran que emigrar a Honiara y exacerbando las tensiones interétnicas. De esta forma surgieron dos movimientos paralelos en ambas islas: el Maasina Ruru en Malaita (todo y que también se extendió por Santa Isabel) y el Moro Movement en Guadalcanal, caracterizados por su anticolonialismo y su mezcla de nacionalismo local con la religión.

Consecuentemente, cuando el país se independizó en 1978 del Imperio Británico, nació con graves deficiencias, puesto que más allá del conflicto Guadalcanal-Malaita, el resto del archipiélago tenía un difícil encaje, hecho que junto a una enorme dependencia económica de las commodities y una explosión demográfica, auguraban un futuro complicado.

Desgarrando el país  

Las primeras dos décadas de independencia se vieron marcadas por una fuerte fluctuación de los precios de las commodities, cosa que trastocó los ya de por sí escasos recursos estatales, y por la implantación de un sistema democrático multipartidista que rápidamente tomó tintes caudillistas, afectando gravemente a las relaciones ciudadanía-estado, ya que dicho fenómeno limitaba la política a una disputa entre los diferentes caudillos, los cuales se financiaban mediante la corrupción.

El comandante de Malaita Defence Force, Jimmy “Rasta” Lusibaea (en el centro), rodeado por otros miembros de la misma organización. Fuente: David Hegarty

Por lo tanto, y ante la falta de un gobierno sólido que cubriera las necesidades de la población, movimientos como el Maasina Ruru y el Moro Movement se consolidaron, incrementando a su vez las tensiones entre las dos islas principales. Sumándose a esta precaria situación, la llegada de cerca de 9.000 refugiados provenientes de la vecina Bougainville y la competencia entre las diferentes compañías madereras por la explotación de los recursos forestales, alimentó aún más la incipiente corrupción y crispación social.

En este contexto llegó al poder Bartolomew Ulufa’alu, que ante la perspectiva de una administración fuertemente endeudada, con un gasto público desmedido y una liberalización total del sector maderero, inició una campaña de profundas reformas. Dicha campaña tornó cada vez más inestable su gobierno, que tuvo que enfrentarse a sucesivas mociones de censura, y rompió por completo los delicados equilibrios de poder.  Así, en 1998, lo que empezó cómo una disputa territorial, se desbordó hasta convertirse en una guerra civil interétnica donde las milicias Isatabu Freedom Movement (guadalcanalenses) y Malaita Eagle Force, cada una dirigida por su respectivo señor de la guerra (Harold Keké por los primeros y Jimmy “Rasta” Lusibaea por los segundos), se enfrentaron en una lucha fratricida.

Dicho periodo vio la disolución de facto del Estado, puesto que este se desintegró en confrontaciones y ajustes de cuentas entre las diferentes facciones del gobierno. El vacío de poder fue ocupado por los señores de la guerra, personajes de siniestro pasado, cómo Harold Keké, ex pandillero en Papúa Nueva Guinea, que azuzaban el odio interétnico para consolidar su poder.

El conflicto solamente concluyó cuando en 2003, Australia, temerosa de que la guerra amenazase la estabilidad en su área de influencia natural, lideró una coalición regional (RAMSI) que ocupó el archipiélago e instauró una paz forzosa.  Cabe destacar que sobre el terreno, y antes de la intervención australiana, la facción malaitiense estaba ganando la guerra, puesto que esta contaba con mejores conexiones con las multinacionales presentes en el país, cosa que se traducía en el acceso a un mejor armamento. Esta situación se refleja en el destino de los líderes de ambas guerrillas, mientras Harold Keké a día de hoy cumple condena en una cárcel australiana, su antagonista, Jimmy Lusibaea, ocupa un escaño en el congreso.

En conclusión, el país quedó desgarrado, puesto que la brecha entre sus dos principales islas se había convertido en una herida gangrenada, que había arrastrado consigo a la ya de por sí paupérrima economía y había extendido la corrupción por las instituciones públicas, azuzando a su vez el independentismo en las demás islas periféricas, cómo es el caso de la Isla Rennell, al sur del país.

Li Keqiang, a la izquierda, el primer ministro chino y el primer ministro Manasseh Sogavare de las Islas Salomón revisando una guardia de honor durante una ceremonia en Beijing en 2019. Fuente: Mark Schiefelbein / Associated Press

Dos dragones y un archipiélago 

Desgraciadamente, la misión RAMSI, lejos de contribuir a una reconciliación nacional, apuntaló un sistema corrupto y con serias carencias de legitimidad que se sustenta a través del pago de comisiones por parte de los empresarios extranjeros que operan en el terreno y en la explotación de los cleavages regionalistas y etnicistas por parte de las élites en su disputa en torno a las transferencias de capital.

Un país con estas características es lógicamente un repulsivo para la inversión extranjera directa, a no ser que el inversor esté acostumbrado a lidiar con este tipo de entornos hostiles. Es en este punto en el que, durante y recién finalizados los conflictos armados, China se vuelca totalmente sobre el archipiélago, convirtiéndose en el principal socio comercial y creándose una próspera comunidad china, la cual es propietaria de una gran porción de los negocios del país. Los objetivos de Beijing con este acercamiento serían tres: conseguir el reconocimiento de la República Popular China (RPC) en detrimento de la República de China (RC), explotar los recursos naturales y obtener una gran influencia en un enclave geoestratégico crucial para el esquema de seguridad australiano.

Si bien, China ha conseguido el reconocimiento que tanto buscaba, el resto de objetivos los ha conseguido, en parte, debido a que:

  • El control chino de la economía local, ha despertado los recelos de buena parte de la sociedad, la cual percibe que está siendo expoliada por China en un ejercicio de neo-colonialismo, por lo tanto, dirige su ira contra la diáspora china. De esto son ejemplos claros los disturbios del año 2006, dónde el presidente Synder Rini se vio forzado a dimitir después de que la población de Honiara se levantase en su contra acusándolo de ser una marioneta de los chinos. Asimismo, la asociación con las élites locales, cuyas figuras están altamente desprestigiadas por las sospechas de corrupción hace que la población perciba de forma negativa la influencia china en el país, dando pie a revueltas como las de noviembre de 2021, en las cuales se mezclan reivindicaciones antigubernamentales con otras de tipo anti-chino.
  • La reacción de Taipéi no se ha hecho esperar. El revés que supone para Taiwán la pérdida del reconocimiento de las Islas Salomón, ha llevado a que Taipéi emprenda una encarnizada lucha en términos de poder blando para conservar parte de la histórica influencia taiwanesa en el país. En dicha coyuntura, Taiwán ha aprovechado la alta incidencia que ha vivido el país durante la pandemia para desplegar una campaña de ayuda sanitaria, rechazada por la administración de Sogavare, pero recibida con los brazos abiertos por las autoridades de Malaita. Esto ha puesto en entredicho la autoridad del primer ministro, especialmente en las comunidades malaitenses.
Funcionarios provinciales de Malaita reciben ayuda sanitaria taiwanesa. Fuente: Daniel Suidani, primer ministro de Malaita

Así, las Islas Salomón se están viendo envueltas en una disputa entre dos potencias extranjeras, que amenaza con sacudir los odios que no han logrado disiparse tras dos décadas de paz impuesta. Por lo tanto, y como han demostrado los recientes disturbios de noviembre de 2021, el país se encuentra en un serio riesgo de padecer una nueva desestabilización similar a la acontecida en 1998. Evidentemente, excluyendo a los propios salomonenses, el actor más perjudicado de esta situación es Australia, ya que más allá de su imagen internacional, ambas chinas no padecerán las consecuencias directas de su competencia. Por lo cual cabe preguntarse: ¿Qué postura debe tener Canberra en un terreno tan delicado cómo las Islas Salomón?, ¿Puede realmente evitar la escalada de tensiones?

Australia: entre el pragmatismo y el cinismo 

En relaciones internacionales, el pragmatismo es un deber, y el cinismo, un lujo que pocas potencias se pueden permitir y menos cerca de sus fronteras. Históricamente, al encontrarse en una situación de unipolaridad a nivel regional, los legisladores australianos han podido permitirse excesos en la persecución de sus intereses y objetivos frente a sus vecinos, como bien atestiguan los casos de Timor Oriental y Nauru.

Pero esta unipolaridad llegó a su fin con la emergencia de China y la torpe estrategia que siguió el eje Canberra-Wellington frente al golpe de Estado del comodoro Frank Bainimarama en Fiyi el año 2006. Actualmente, la efervescencia internacional ha obligado a Australia a entrar en las “grandes ligas” de la geopolítica, donde el pragmatismo y el cinismo, dos conceptos que a menudo se entremezclan, son la regla imperante. La llegada al poder de Morrison en Canberra ha acentuado esta tendencia en la política exterior australiana, como bien se ha visto con la firma del tratado AUKUS y la “traición” a Francia por el asunto de los submarinos nucleares estadounidenses y británicos. Si bien la contención de China exige unas altas dosis de pragmatismo, Australia no puede permitirse el lujo de que este se transforme en cinismo.

Y es en este punto en el que entran en juego las Islas Salomón. Dicho Estado, estratégico en el esquema de seguridad australiano, exige una alta sensibilidad con la delicada situación que atraviesa el país, al tiempo que reclama medidas asertivas para expulsar a China del archipiélago. La nación anglosajona, si quiere evitar una desestabilización de imprevisible desenlace en las puertas de sus fronteras, debe presentarse cómo un ente mediador entre las diferentes etnias del país, al mismo tiempo que ofrece oportunidades económicas a la población.

Desgraciadamente, para Australia, las dos bazas de poder blando que podían jugar en este escenario -los estrechos lazos económicos entre ambas economías y la influencia de la religión cristiana- están decayendo rápidamente en favor de la influencia china. Esto, aparte de limitar su margen de maniobra en las Islas Salomón ante una probable desestabilización, pone a la administración Morrison ante un complejo dilema: ¿Apostar por revertir la pérdida de poder blando a largo plazo o intervenir militarmente para evitar una eventual escalada de tensiones interétnica?.

Sea cual sea la elección final de Scott Morrison, una cosa ha quedado clara en los últimos tiempos en Canberra: si quieren revertir la situación, con especial énfasis en las Islas Salomón, van a necesitar el apoyo de Estados Unidos.

El primer ministro australiano, Scott Morrison, es recibido por el primer ministro de las Islas Salomón, Manasseh Sogavare, a la derecha, durante un viaje anterior a Honiara. Fuente: Adam Taylor / Oficina del primer ministro australiano

Atrayendo al águila

El colonialismo, con todos sus matices posibles, ha dejado sin duda alguna una profunda huella en el mundo, y en ningún otro lugar del planeta la huella es tan reciente y se deja sentir tanto como en Oceanía. Esto ha llevado a que de facto el continente se encuentre dividido en cuatro esferas de influencia: la francesa, que abarca sus colonias de Nueva Caledonia y la Polinesia Francesa, la neozelandesa, que se asienta sobre la Polinesia, la australiana, que tiene sus intereses en la subregión de la Melanesia, y por último, la estadounidense, que además de controlar sus posesiones de Hawái y la Samoa Americana, también proyecta su influencia sobre toda la Micronesia.

Históricamente, el potencial de proyección exterior estadounidense ha dependido del dominio de los océanos Atlántico y Pacífico, cosa que provoca que Estados Unidos termine inmiscuyéndose en los asuntos geopolíticos de dichas regiones, como bien se vio durante la Segunda Guerra Mundial cuando el Imperio Japonés ocupó buena parte del Pacífico.

La supremacía estadounidense en el Pacífico, y, por lo tanto, en el mundo, depende de forma indirecta del buen estado de las capacidades disuasorias e influyentes de sus aliados en la región. Por ese motivo, la pérdida de posiciones de Australia, Nueva Zelanda y Francia frente a China, obliga a la potencia norteamericana a implicarse activamente en la zona. De este modo, al calor de los trágicos acontecimientos que estaban a punto de estallar en Ucrania, la diplomacia estadounidense, con el secretario de Estado, Antony Blinken a la cabeza, lanzó una gira en torno a dicho océano, haciendo especial énfasis en su visita a Fiyi.

Esta visita tuvo una consecuencia inmediata para las Islas Salomón, puesto que en ella, el propio secretario anunció la apertura de una embajada en Honiara. Toda una declaración de intenciones, puesto que en los más de cuarenta años de independencia la presencia estadounidense en el archipiélago se limitaba a un consulado. Esta acción pone en el ojo del huracán a las Islas Salomón, puesto que obliga a China a subir la apuesta si pretende mantener su creciente influencia en el Pacífico sur-occidental. Así, la visita de Blinken supone el pistoletazo de salida para las grandes potencias en su carrera por influenciar la región; proceso en el que Honiara deviene una pieza central del tablero.

Un vecindario traicionero 

Con frecuencia, los problemas y corrientes de fondo que azotan a una región tienden a manifestarse con mayor virulencia en aquellas naciones que tienen una estructura socioeconómica más débil. En el caso de Oceanía, las Islas Salomón cumplirían ese rol. Por lo tanto, para tratar de comprender y analizar dicha nación, no se debe desdeñar la influencia de su vecindario más próximo.

Esto fue trágicamente demostrado a finales de la década de los 90. El conflicto en la vecina Bougainville añadió una presión adicional a un país que ya arrastraba serios problemas internos, contribuyendo a agravar la espiral de violencia que se desataría en el país pocos años después. Hoy, casi treinta años después, la cuestión emancipatoria de Bougainville vuelve a asomar, y augura posicionar en una difícil encrucijada tanto a las autoridades de Port Moresby como a las de Aruba, previendo una futura incertidumbre que amenaza con contagiar a las Islas Salomón.

El secretario de estado de Estados Unidos, Antony Blinken, en Fiyi como parte de su gira por el Pacífico Sur. Fuente: gobierno de Fiyi

Pero pese a que Bougainville, y por extensión la incipiente volatilidad que emana de Papúa Nueva Guinea, es la mayor amenaza regional para la estabilidad dentro de las Islas Salomón, no es ni mucho menos la única.

El conflicto independentista en Nueva Caledonia también amenaza con servir de inspiración para movimientos secesionistas a lo largo y ancho del país. Si a ello les sumamos el hundimiento de sus vecinos norteños de la micronesia, que previsiblemente utilizarían al país como un trampolín en su huida hacia Australia, nos encontramos que las Islas Salomón están en serio riesgo de convertirse en un catalizador de la inestabilidad regional.

Además,  la disputa entre China y occidente por el control del Pacífico, está dejando espacios que actores locales aspiran a rellenarlos en la medida en que les sea posible. Por ello debemos tener en cuenta los posibles intereses (a grandes rasgos) de estos en el archipiélago:

  • El constante y consistente crecimiento económico indonesio, junto al pivote del eje central del mundo hacia Asia-Pacífico, augura un futuro intenso para Yakarta en cuanto a relaciones internacionales se refiere. Por lo tanto, y siempre con el conflicto de Papúa Occidental en mente, la región de Melanesia, es clave para los intereses indonesios; de esta forma, desde Indonesia no se verá con buenos ojos ningún tipo de desestabilización, haciendo que este país trate de contener en la medida de lo posible los posibles conflictos internos en las Islas Salomón.
  • Contrariamente, desde Suva, si bien no se vería con buenos ojos un estallido de la violencia interétnica, cómo el vivido a principios de siglo, ya que podría servir de inspiración para la población indo-fiyiana. Este, sin ninguna duda, tratará de ser capitalizado desde Fiyi, a través del Melanesian Spearhead Group (MSG), con el objetivo de alinear a las Islas Salomón con Fiyi para así socavar la posición de su competidor directo en Melanesia: Papúa Nueva Guinea; y fortalecer su posición frente a las grandes potencias.

Conclusiones   

La desinformación provoca silencio, y el silencio conduce a la impunidad. Bajo el fuego cruzado de Ucrania, China y las Islas Salomón han firmado un acuerdo de seguridad que de facto proporciona un puerto seguro para Beijing en el medio de la esfera de influencia natural de Australia.

El primer ministro de las Islas Salomón, Manasseh Sogavare, durante una rueda de prensa. Fuente: Getty Images

Mientras en Europa Oriental corren ríos de sangre, en Melanesia parece estar empezando a gestarse otro conflicto que augura no escasear en virulencia. Esto es debido a que dicho pacto, por una parte, agudiza la vorágine competitiva entre los diferentes poderes regionales y por el otro supone un espaldarazo a un gobierno que se ahoga en su propia aura de corrupción y que es encabezado por un líder cómo Manasseh Sogavare, cosa que puede incentivar una deriva autoritaria de un Estado que se sentiría envalentonado por el apoyo del gigante asiático.

Y es que al hablar de las Islas Salomón hemos de recordar que hablamos de un país que alberga en su interior multitud de conflictos sin resolver y graves problemas socioeconómicos, cosa que convierte al país en altamente susceptible ante plausibles desestabilizaciones. Por lo tanto, cualquiera de las potencias que aspire a influir en el archipiélago debe anteponer su pragmatismo a su cinismo o de lo contrario puede verse atrapado por un pequeño país en cuyo interior parece concentrarse todas las desdichas que azotan a la región.

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