Muchas veces se dice aquello de que «padres son los que crían», pero, en la mayoría de ocasiones, se nos olvida el refranero. Ciertamente la educación, el cuidado y la responsabilidad son lo que verdaderamente marca a la persona adulta futura y no se puede negar, aunque a veces lo obviemos, que tener un hijo, adoptado o biológico, supone ante todo un gran compromiso y una gran responsabilidad. Además, más allá de la posible necesidad demográfica, no existe diferencia, al menos que se recurra a la superstición y a la cultura, entre un hijo biológico y uno adoptado, pues la genética solo asegura cierto parecido físico y, quizá, una predisposición genética a ciertas enfermedades compartidas. La gestación subrogada, obviando los posibles dilemas éticos, se centra precisamente en lo contrario, en la importancia de que exista una filiación avalada por la genética o por la biología. Asimismo, aunque no pretendamos adentrarnos en el maravilloso mundo de la ética, es cuanto menos llamativo que en muchos de los centros especializados en gestación subrogada se aseguren de que estos salgan sin atisbo de enfermedad y, en caso de que ocurriese, la posibilidad de «rescindir» el contrato —con sus consecuencias—. Cabe aclarar que poco o nada tiene que ver el tipo o estructura familiar (Horacio Vargas, 2014). De hecho, si con algo tiene que ver, es con el estigma que hay hacia determinadas formas familiares y los problemas que ello genera en las diferentes instituciones educativas y en determinados ámbitos públicos. Sin embargo, retomemos el tema central. Esto es la educación o crianza aplicada a todos los dominios.
El problema es obviar las consecuencias de nuestras decisiones y de no asumir que un hijo conlleva una gran responsabilidad que, a su vez, supondrá una merma de nuestra independencia, tiempo y economía.
Ahora bien, nadie habla de la crianza, del compromiso y de las complicaciones que se presentarán a lo largo de la vida de un hijo, después adolescente. Del mismo modo, aunque a Freud se le fuera de las manos, la infancia es clave en el desarrollo personal y psíquico. Pero, esta omisión u olvido, voluntaria o no, no solo se da en el caso de la gestación subrogada, sino en casi cualquier caso en el que se decida de una manera u otra tener un hijo. El problema es, pues, obviar las consecuencias de nuestras decisiones, de nuestras elecciones y de no asumir que un hijo conlleva una gran responsabilidad que, a su vez, supondrá una merma de nuestra independencia, tiempo y economía. Además de unos cuántos quebraderos de cabeza durante una gran cantidad de años. Por ello, es necesario señalar que la crianza es algo más profundo y complejo que seguir un determinado mandato social o un simple capricho, es decir, no se trata de tener hijos porque «es lo que toca» o porque decidamos realizar a través de otro aquello que no nos permitió a nosotros la vida. Se trata de una decisión responsable y consciente de las futuras consecuencias y obligaciones.
Es por todo ello que deberíamos desplazar el debate hacia cómo vivir y construir la maternidad o la paternidad y no a cómo disponer, una vez más, del cuerpo de la mujer para gestar a una futura persona. Lo que se necesita es una educación parental y la asunción de los deberes y obligaciones del acontecimiento. De lo contrario, tendremos a personas con una inteligencia emocional de dudosa capacidad, éticamente inconscientes, con problemas mentales de difícil solución o deficientes en otros aspectos necesarios para tener una vida completa y vivir comunitariamente.
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