Derechos | Inmigración y globalización

Por Susana Gómez Nuño

Hace unos pocos meses, la Generalitat de Cataluña publicaba una nota de prensa en la que se hacía eco de que el Departamento de Trabajo, Asuntos Sociales y Familias habían ayudado a más de 19.000 personas en 2016 a regularizar su situación administrativa. Esta  nota de prensa nos muestra una serie de datos estadísticos referidos a la regularización de los inmigrantes en Cataluña, con unos resultados positivos dentro de la disminución general del número de inmigrantes solicitantes respecto al año anterior. No obstante, si intentamos ver más allá de lo que nos dicen las fuentes oficiales, nos daremos cuenta que no todo es oro lo que reluce.

En primer lugar, una vez analizados los resultados, podemos establecer que la metodología seguida se hace cuestionable al hacerse uso del empirismo abstracto, es decir, datos empíricos cuantificables, similares a los aplicados a las ciencias naturales. Este método cuantitativo aplicado al ámbito social está orientado a la generalización de resultados y no es demasiado fiable. Es por ese motivo que antes de interpretar los resultados debemos tener en cuenta un marco de referencia donde contextualizarlos, así como las funciones latentes que se desprenden de esta nota de prensa.

La regulación administrativa de los inmigrantes no es más que la forma que tienen las instituciones de otorgarles ciertos derechos, es decir, su presencia en el país, una vez aprobadas las solicitudes, sería legal. Las funciones manifiestas de este proceso de regularización serían el control social de la población inmigrante, el conocimiento de su perfil sociodemográfico y su contribución a la demografía y a la economía del país. Otras consecuencias esperadas que se deducen de la nota es el buen nivel de convivencia entre la población local y los inmigrantes, y el amplio consenso social de las políticas de inmigración que comparten el gobierno, el mundo local y la sociedad civil. Podemos suponer, pues, que las finalidades manifiestas son funcionales, ya que, aparentemente, se favorece la integración social de este colectivo.

Los motivos inconscientes para los actores implicados o funciones latentes que encontramos, implican algunas consecuencias funcionales y disfuncionales. Por un lado, tenemos un pequeño porcentaje de inmigrantes a los que no les han aprobado la solicitud y que serán repatriados o bien quedarán desprotegidos y sin derechos en su condición de «ilegales». Por otro lado, este buen nivel de convivencia, según la versión oficial, es fácilmente cuestionable si tenemos en cuenta el contexto de crisis económica que se vive en la actualidad, donde los inmigrantes (regularizados o no) suponen para los sectores más xenófobos de la ciudadanía una amenaza, no solo respecto a cuestiones laborales y económicas, sino también a temas culturales, en base al eurocentrismo predominante, y de seguridad ciudadana. Este sector está representado por partidos políticos de extrema derecha que poco a poco van cobrando protagonismo en el escenario político actual. En contraposición a esta tendencia aparecen muchos movimientos sociales promovidos por instituciones administrativas regionales y locales, organizaciones del tercer sector y la propia sociedad civil que se erigen como defensores de los derechos de este colectivo.

Otra función latente relacionada con el consenso social entre gobierno, instituciones locales y sociedad civil nos muestra una realidad diferente. Las políticas de inmigración actuales han endurecido las condiciones de acceso de los inmigrantes a la nacionalidad y al permiso de residencia y de trabajo, aumentando los controles en las fronteras y blandiendo como argumentos que ciertas poblaciones no serían asimilables, así como las consecuencias negativas que aportaría la diversidad. Ese consenso no tendría tanta conformidad por parte de las instituciones locales o la sociedad civil en tanto las propias políticas de inmigración no fomentan ni facilitan la integración y la cohesión social de ese colectivo que sufre las consecuencias de la exclusión social.

El impacto social de la inmigración en un contexto globalizado ha generado algunas contradicciones que han desembocado en paradojas teóricas en las que la globalización se muestra como un proceso de apertura (de mercados, de derechos, etc.) mientras que los flujos migratorios se encuentran con fronteras cada vez más restringidas y difíciles de franquear. En otras palabras, se considera la globalización como una oportunidad y la migración como un problema.

Según Zygmunt Bauman, la globalización genera una deshumanización en la sociedad actual enmarcada en la modernidad líquida que, como categoría sociológica, viene definida por la fluidez y  la transitoriedad de las relaciones sociales, y por la liberalización de los mercados, en contraste con la precariedad in crescendo de los vínculos humanos en una sociedad individualista y privatizada. Esta deshumanización se hace extensible al problema de la inmigración que el pensador polaco relaciona con su crítica al capitalismo y las situaciones de desigualdad que este genera.

La globalización no es un proceso de homogeneización del planeta, sino de separación y polarización entre los flujos de poder.  Zygmunt Bauman

El filósofo enfatiza la indiferencia e insensibilidad moral de un público que olvida la solidaridad ante la tragedia humana que viven los inmigrantes. Mientras, la maquinaria del poder vuelve a justificar sus políticas en base a los manidos miedos económicos y de seguridad. De hecho, los inmigrantes que llegan a nuestro país nos incomodan al recordarnos esas fuerzas globales distantes, que aun intangibles y ocultas, son capaces de introducirse en nuestras vidas al tiempo que ignoran nuestras preferencias y hacen visible la vulnerabilidad, la fragilidad y la seguridad de nuestro mundo de confort. Es por ello que Bauman recomienda ofrecer nuestra solidaridad a los inmigrantes, que se erigen como víctimas colaterales de las fuerzas desatadas de la globalización, como única respuesta para prevenir mayores desastres humanos.

En este punto, podemos deducir que la globalización no actúa de la misma manera para todos. Tal y como apunta Bauman, «la globalización no es un proceso de homogeneización del planeta, sino de separación y polarización entre los flujos de poder».  Aunque lo más razonable sería pensar que la facilidad de movilidad de los capitales de un punto a otro del planeta presentaría una analogía con la movilidad de las personas, lo cierto es que no ocurre así.

La inmigración es un fenómeno que necesita de una reglamentación controlada fehacientemente por el Estado, el cual fomenta la aparición de nuevas fronteras de contención, y que la ciudadanía no cuestiona, al tiempo que esta ve con normalidad la libre circulación de mercancías, que el Estado favorece eliminando barreras. La paradoja surge cuando la política liberal alude a la apertura de sus fronteras para sus ciudadanos mientras aplican sus políticas restrictivas a los «no ciudadanos» (inmigrantes ilegales). Todo esto nos muestra el carácter discriminatorio de los procesos de globalización respecto a los flujos migratorios.

Se ha puesto, por tanto, en evidencia el fracaso de la pretendida libertad que promulga la globalización con respecto a la inmigración. De esta forma, podemos percatarnos del doble rasero connatural a la supervivencia del orden global capitalista: libertad y cosmopolitismo para las relaciones comerciales, y ensalzamiento nacionalista y autoritarismo hacia el ser humano extracomunitario.

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