Derechos | Humanidades vs. ciencia

Por Susana Gómez Nuño

La tecnología digital y la cultura están estrechamente relacionadas y la primera ha transformado profundamente no solo las propias estructuras culturales sino la forma de crear, producir y consumir cultura. Así pues, podemos considerar que la tecnología es un elemento de la cultura que se erige como motor de cambios en nuestra sociedad. Por otro lado, es incuestionable la influencia o el impacto que ha tenido la tecnología en la cultura originando grandes cambios en el trasncurso del tiempo. No obstante, esta relación no está desprovista de cierta controversia que enfrenta a los defensores de la alianza entre cultura y tecnología, y los que consideran esta unión una amenaza. En definitiva, esta oposición deriva del eterno enfrentamiento entre humanidades y ciencia.

No obstante, antes de exponer los diferentes argumentos que sostienen estas posturas antagónicas se hace necesario hacer referencia al concepto de estudios culturales, que engloba la relación entre cultura y tecnología, en tanto creadora de significados y difusora de los mismos, para una óptima compresión de la misma. Hoggart, Williams y Thompson sientan las bases de los estudios culturales, enfocados al análisis crítico de la cultura, con sus teorías, y el primero funda el Centro de Estudios Culturales Contemporáneos o Escuela de Birmingham donde convergen académicos influenciados por el marxismo y con intereses centrados en la cultura de la clase trabajadora y las formas de cultura popular. Se constituyen, así, las premisas fundamentales de los estudios culturales que establecen la cultura como arma de emancipación y como factor que puede ayudar a poner en crisis el orden establecido y desafiar algunas estructuras del poder social.

Los estudios culturales se han visto sometidos a críticas que han puesto en entredicho su papel detractor del capitalismo y las desigualdades de clases, cuando gran parte de esas subculturas han sido absorbidas por los mercados.

La noción de hegemonía de Gramsci, que establece el influjo del poder cultural hegemónico como elemento dominante de la clase trabajadora, la cual asume como verdades ideas que pueden cuestionarse, o Althuser y su noción de interpelación, la cual describe el poder de la ideología de Estado para producir sujetos obligados a respetar ese mismo poder mediante la normalización de las conductas y los comportamientos prefijados de antemano por las instituciones estatales, se erigirán como las teorías más influyentes en la Escuela de Birmingham. Sin embargo, los estudios culturales se han visto sometidos a críticas que han puesto en entredicho su papel detractor del capitalismo y las desigualdades de clases, haciendo referencia al hecho de romantizar el papel político de las subculturas y su capacidad como herramienta de emancipación, cuando gran parte de esas subculturas han sido absorbidas por los mercados.

En el transcurso de la historia, las humanidades han reivindicado la verdadera sabiduría como el conocimiento del hombre, las artes y las letras excluyendo las ciencias y las tecnologías. Esta desconfianza hacia la tecnología nace en la antigua Grecia, se instaura en la época de la Ilustración y se asienta en la Modernidad de la mano de pensadores como Lewis Mumford que se opone a las tecnologías autoritarias en pugna contra los valores humanos, además de Ortega y Gasset y Heidegger que alertan del peligro de la desnaturalización de lo humano que conlleva la técnica. En la línea que establece la tecnología como un aparato represor de la libertad y como un instrumento de control, y dominación encontramos, aunque con diferentes matices, a Marcuse y Adorno.

El neoludismo más radical conlleva un rechazo hacia las transformaciones tecnológicas digitales provocadas en la sociedad y la cultura, y augura un progresivo colapso económico y ecológico de la civilización.

En la actualidad este recelo a las tecnologías se renueva con corrientes como el Manifiesto Unabomber promovido por Kaczynski, partidario del neoludismo más radical, entendido como el rechazo hacia las transformaciones tecnológicas digitales provocadas en la sociedad y la cultura, y que augura un progresivo colapso económico y ecológico de la civilización; el primitivismo radical que postula Zernan en su intento de alertar sobre la supremacía de la tecnología frente al hombre y la cultura dispuestos a su servicio, y que aboga por un retorno a las sociedades cazadoras-recolectoras de la era paleolítica en un intento de combatir al sistema tecnológico capitalista que nos domina; y el pesimismo inherente a la crítica de las tecnologías digitales que representan la pérdida del mundo real a favor del virtual, postulado por Virilio, que cree que las nuevas tecnologías son instrumentos de control a los que la humanidad se somete en su afán de idolatrar el progreso. Por último, la tesis de Postman que expone la necesidad de aprender a usar la tecnología sin ser usados por ella, parece la más coherente.

De la vertiente más positivizadora de la relación entre cultura y tecnología deriva el socialismo utópico de la mano de Owe, Saint-Simon, Fourtier y Marx, que creían en la ciencia y la democracia como espacios de liberalización y materialización de los ideales utópicos para la consecución del bienestar de la sociedad. Actualmente, encontramos tecnofilias como el transhumanismo que aboga por la mejora de la especie humana mediante la tecnología y deriva a un posthumanismo que expone la obsolescencia del cuerpo en comparación con las máquinas. En esta línea, destacan autores como Moravec que argumenta que los robots serán nuestros descendientes o Kurzweil que predice la superioridad de la inteligencia artificial frente a la humana. Aunque lo cierto es que la proximidad del transhumanismo a las ideas de carácter eugenésico propias de los planes de limpieza étnica hacen este movimiento poco factible.

El tecnorrealismo es el término moderado entre el tecnoutopismo y el neoludismo, y establece una relación bidireccional entre cultura y tecnología de una forma más compleja, haciendo énfasis en el contexto social que la acoge. En este proceso adquieren gran importancia las artes y la cultura como vehiculadoras de este espacio de comunicación e integración entre la cultura humanística y la cultura científico-tecnológica en el contexto de la actual sociedad red.

El tecnorrealismo nos da las claves para establecer un humanismo que integre una visión holística de la cultura humanista y la tecnología.

Entre ambas posturas encontradas, el equilibrado concepto de tecnorrealismo, nos da las claves para establecer un humanismo que integre una visión holística de la cultura humanista y la tecnológica, tan necesaria en la sociedad actual donde las tecnologías han propiciado cambios significativos. Esto abriría las puertas a la unificación de la cultura humanística y la cultura científica, en una tercera cultura, propuesta por Brockman, pero basada en la subordinación de las humanidades a las ciencias empíricas. Otra opción fundamentada en la consiliencia, enunciada por Wilson, propone que todas las disciplinas podrían reducirse al empirismo de las ciencias físicas, lo cual establece un orden jerárquico reduccionista. Y, finalmente, Stephen Jay Gould nos habla de la consiliencia de igual atención en la que ambas disciplinas, respetando sus diferencias, unen sus conocimientos para crear un marco unificado de entendimiento sin establecer posiciones dicotómicas y excluyentes.

Tal vez, si puede superarse la desconfianza mutua entre humanidades y ciencia, y la propuesta de Gould puede llevarse a cabo, cultura y tecnología podrían evolucionar unidas, conjugadas con una finalidad colaborativa, en una nueva tercera cultura que propiciara la creación de un marco ético y humano a una tecnología en constante evolución y que, desde el respeto al hombre y a la naturaleza, fuera capaz de humanizar lo tecnológico, aportar todas las ventajas de la tecnología al bienestar de la sociedad y contribuir a cimentar los derechos de la ciudadanía.

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