Derechos | ¿Cerró usted bien las piernas?

Por Daniel Seijo

Tenía apenas 18 años o quizás fueran 37, realmente estos datos poco importan, al igual que tampoco lo hace su nombre, su procedencia o su clase social. Tan sólo importa que era una mujer. Puede que fuese también la hija, la madre o la hermana de alguien, pero ante todo era eso: una mujer. Tan sólo eso fue lo que le hizo estar en el punto de mira cuando regresaba a casa después de una noche de fiesta, sola, sin compañía, como tantas otras veces. Pero siempre con el miedo presente, cuando eres una mujer en un mundo de hombres. Y es que para sentirse insegura siendo mujer, no hace falta que tus calles sean las calles de Managua, Brasilia o Caracas. Pero por desgracia, esta vez el miedo era justificado.

En 2015 en España fueron violadas 1200 mujeres, más de 8200 violaciones desde 2009, una violación cada ocho horas. Cuando la introdujeron a la fuerza en aquel portal, ella tan sólo pudo gritar de impotencia, resistirse y pensar en que aquello había comenzado mucho antes de aquella noche. Con los chicos que la llamaban zorra en clase por no tener relaciones sexuales cuando ellos suponían que debía tenerlas o simplemente por hacerlo cuando y con quien ella eligiese, con las miradas que la congelaban cada noche ante una falda o un escote con el que ella se sentía cómoda y atractiva, simplemente eso. Aquella intentona de ese chico que le gustaba, pero que sin que lo hubiese llegado a comprender del todo bien en aquel momento, se había intentado propasar esa noche en la que iba tan borracha y él le introdujo su mano en el pantalón. Ahora, mientras decía una y otra vez basta, mientras suplicaba que por favor se detuviese al hombre que la sujetaba firmemente mientras la violaba, al fin comprendía que nadie la había preparado para el miedo de dirigirse sola a casa cada noche, al miedo frente a una sociedad que premia una concepción soterrada, pero imperante, de la mujer como un ser subordinado al hombre y en donde en los últimos once años, más de 700 mujeres han sido asesinadas por el terrorismo machista, sin que esto haya supuesto que se creasen grandes cuerpos policiales contra ese tipo de violencia o se haya producido un verdadero movimiento social como respuesta a un infierno, el de la violencia patriarcal, que en nuestro país ya han sufrido al menos el 12,5 % de las mujeres que nos rodean.

Vivimos en una cultura enferma, que se vanagloria de crear mujeres libres e independientes, pero en la que todavía hoy, no existe un lugar para mujeres libres e independientes.

Cuando se levantó, tan sólo pudo pensar en que la había llevado a salir aquella noche, en su ropa o en si su violador podía haber sido alguno de los chicos con los que había estado bailando en aquel club, no sé… puede que lo fuese pidiendo sin darse cuenta o que aquel chico simplemente se sintiese atraído por aquel escote que tan poco le gustaba a su padre o a su novio. Poco podía pensar entonces en que su violación en realidad era mucho más simple que todo eso, se trataba en el fondo de una cosa de hombres, de una cultura en donde todos esos pensamientos que a ella ahora se le pasaban ininterrumpidamente por la cabeza, eran vistos por muchos como atenuantes de un acto de agresión física y sexual contra una mujer, de una cultura enferma, que se vanagloria de crear mujeres libres e independientes, pero en la que todavía hoy, no existe un lugar para mujeres libres e independientes.

Una vez en comisaría o ante el juez, puede que fuese precisamente otra mujer la que le preguntase si había cerrado bien las pierna durante la agresión o si estaba segura de no haberlo disfrutado, nadie ha dicho que el machismo sea cosa sólo de hombres y puede que para entonces ya todo diese igual o por el contrario todo comenzará a importar un poco más. Pero lo que es seguro, es que ya era demasiado tarde para evitar una nueva violación utilizada como arma en esa guerra soterrada que todavía hoy, de forma consciente o inconsciente libran gran parte de los hombres contra esa “otra” mitad de nuestra sociedad que suponen las mujeres. Una guerra que se libra en el lenguaje, en los tópicos, en el control sobre las parejas, la discriminación laboral o con el condicionamiento en el ocio de una mujer ante la amenaza de ser violada si regresa sola a casa.

Todavía hoy vivimos en una sociedad en la que ser mujer sigue siendo un motivo de discriminación, una sociedad que jamás llegará a ser justa o democrática mientras la mitad de sus componentes sigan sintiendo miedo al caminar solas por nuestras calles.

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