Democracia y Anarquía

Democracia y Anarquía

En el siguiente artículo de 1924, Errico Malatesta, mientras concuerda con que la democracia es preferible a una dictadura, ofrece una crítica anarquista a la democracia, y explica por qué es mejor la anarquía. 

Los descontrolados gobiernos dictatoriales en Italia, España y Rusia, que despiertan tanta envidia y anhelo entre los partidos más reaccionarios y pusilánimes alrededor del mundo, están suministrando ‘democracia’ desposeída con una suerte de nueva virginidad. Así, vemos re-emerger – cuando no les falta arrojo – a criaturas de antiguos regímenes, bien acostumbradas a las turbias artes de la política, y responsables de la represión y las masacres del pueblo trabajador, presentarse como hombres de progreso, buscando capturar el futuro cercano en nombre de la liberación.

Y, dada la situación, podrían incluso lograrlo.

Hay algo que decir de las críticas hechas a la democracia de parte de los regímenes dictatoriales, y del modo en que exponen los vicios y mentiras de la democracia. Recuerdo a aquel anarquista, Hermann Sandomirski, un compañero de ruta Bolchevique con quien tuvimos agridulce contacto en el tiempo de la conferencia de Génova, y quien está ahora intentando asemejar a Lenin con Bakunin, nada menos; digo que recuerdo a Sandomirski quien para defender al régimen ruso sacó su Kropotkin para demostrar que la democracia no es la mejor forma imaginable de estructura social. Su método de razonamiento, como ruso, me recordó – y creo que se lo dije – al razonamiento hecho por algunos de sus compatriotas cuando, en respuesta a la indignación del mundo civilizado ante el desnudamiento, azotamiento y ahorcamiento de mujeres, argumentaron que si los hombres y las mujeres tienen iguales derechos debiesen también aceptar iguales responsabilidades. Esos defensores de la prisión y el cadalso recuerdan los derechos de la mujer solo cuando sirven de pretexto para nuevas atrocidades! De este modo, las dictaduras se oponen a los gobiernos democráticos solo cuando descubren que hay una forma de gobierno que da aún mayor cabida al despotismo y la tiranía para quienes se las arreglan en detentar el poder.

Para mí no hay duda de que la peor de las democracias es siempre preferible, si es que quizás solo desde el punto de vista educativo, que la mejor de las dictaduras. Por supuesto que la democracia, el así llamado gobierno del pueblo, es una mentira; pero la mentira siempre ata levemente al mentiroso y limita el grado de su poder arbitrario. Por supuesto que el ‘pueblo soberano’ es un payaso de soberano, un esclavo con corona y cetro de papel maché. Pero creerse libre, aún cuando no se es, es siempre mejor que saberse esclavo y aceptar la esclavitud como algo justo e inevitable.

La democracia es una mentira, es opresión y es, en realidad, oligarquía; esto es, el gobierno de los pocos para beneficio de una clase privilegiada. Pero aún podemos combatirla en nombre de la libertad y la igualdad, al contrario de quienes la han reemplazado o quieren reemplazarla por algo peor.

No somos demócratas, pues, entre otras razones, la democracia tarde o temprano conduce a la guerra y la dictadura. Así como no somos defensores de las dictaduras, entre otras cosas, porque la dictadura despierta un deseo por la democracia, provoca un retorno a la democracia, y por ende tiende a perpetuar un círculo vicioso en el que la sociedad humana oscila entre la tiranía abierta y brutal, y una libertad falsa y embustera.

Así que, declaramos la guerra a la dictadura y guerra a la democracia. ¿Pero qué ponemos en su lugar?

No todos los demócratas son como los descritos antes – hipócritas que están más o menos conscientes de que en nombre del pueblo desean dominar al pueblo y explotarle y oprimirle. Hay muchos, especialmente entre los jóvenes republicanos, que tienen una creencia seria en la democracia y la ven como el medio para obtener la libertad de desarrollo total y completa para todos.

Estas son las personas jóvenes que quisiéramos desengañar, persuadirles a no confundir una abstracción — ‘el pueblo’ — con la realidad viva, que es mujeres y hombres con todas sus distintas necesidades, pasiones y a menudo contradictorias aspiraciones.

No es nuestra intención aquí repetir nuestra crítica al sistema parlamentario y a todos los medios pensados para tener diputados que realmente representen la voluntad del pueblo, una crítica que, después de cincuenta años de propaganda anarquista es al fin aceptada e incluso repetida por aquellos escritores que más aparentan menospreciar nuestras ideas (p.ej., Ciencia Política, del Senador Gaetano Mosca).

Nos limitamos a invitar a nuestros jóvenes amigos a usar mayor precisión en el lenguaje, con la convicción de que una vez que las frases se analicen minuciosamente verán por sí mismos cuán vacías son.

‘Gobierno del pueblo’, no, porque esto presupone lo que no podría ocurrir nunca – la unanimidad completa de la voluntad de todos los individuos que componen el pueblo.

Sería más cercano a la verdad decir, ‘gobierno de la mayoría del pueblo’. Esto implica una minoría que deba o bien rebelarse o someterse a la voluntad de los demás.

Pero nunca ocurre que los representantes de la mayoría del pueblo concuerden en todos los asuntos; es necesario por ende recurrir nuevamente al sistema de mayorías, y así, nos acercaremos más a la verdad con: ‘gobierno de la mayoría de los elegidos por la mayoría de los electores.’ Lo que ya comienza a tener una fuerte semejanza con el gobierno de la minoría.

Y si uno luego toma en consideración el modo en que se sostuvieron las elecciones, cómo se conforman los partidos políticos y los grupos parlamentarios  y cómo se fabrican las leyes, cómo se votan y se aplican, es fácil comprender lo que ya ha sido comprobado por la experiencia histórica universal: incluso en la más democrática de las democracias es siempre una pequeña minoría la que gobierna e impone su voluntad y sus intereses por la fuerza.

Por ende, quienes realmente deseen el ‘gobierno del pueblo’ en el sentido que cada quien pueda afirmar su propia voluntad, ideas y necesidades, deben asegurar que nadie pueda gobernar sobre los demás, ni mayoría ni minoría; en otras palabras, se debe abolir el gobierno, es decir toda organización coercitiva, y reemplazarlo por la libre organización de aquellos con intereses y propósitos en común.

Esto sería muy simple si todos los grupos y todos los individuos pudiesen vivir aislados y por su cuenta, a su manera, sustentándose independientes del resto, suministrándose sus propias necesidades materiales y morales. Pero esto no es posible, y si lo fuera, no sería deseable puesto que ello significaría el declive de la humanidad hacia la barbarie y el salvajismo.

Si están determinados a defender su propia autonomía, su propia libertad, todo individuo o grupo debe por lo tanto comprender los lazos de solidaridad que les atan al resto de la humanidad, y poseer un sentido medianamente desarrollado de simpatía y amor por su prójimo, de modo de saber hacer voluntariamente aquellos sacrificios esenciales para la vida en sociedad que traigan los máximos beneficios posibles en cada situación dada.

Pero por sobre todo debe hacerse imposible que algunos se impongan, y absorban, a la vasta mayoría mediante la fuerza material.

Erradiquemos al gendarme, al hombre armado al servicio del déspota, y de un modo u otro hemos de alcanzar el libre acuerdo, pues sin tal acuerdo, libre o forzado, no es posible vivir.

Pero aún el libre acuerdo siempre beneficiará más a quienes estén intelectualmente y técnicamente preparados. Nosotros recomendamos por lo tanto a nuestros amigos y a quienes verdaderamente deseen el bien de todos, estudiar los problemas más urgentes, aquellos que requerirán una solución práctica el mismísimo día en que el pueblo sacuda el yugo que le oprime.

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