Del miedo y otras entrañas

Por Iria Bouzas

Según pasan los años, a los seres humanos cada vez nos queda menos alma dentro del cuerpo, y el espacio que deja al morirse nos provoca un dolor tan intenso que parece que no existen ansiolíticos y antidepresivos en el mundo capaces de calmarlo.

Al final, nadie sale totalmente impune de cometer un asesinato, y cuando matamos a nuestra propia alma o al menos, la mutilamos de una forma salvaje y despiadada, debería resultar evidente que vamos a terminar pagándolo y muy caro además.

Ir por la vida sin alma es el equivalente emocional a ir sin pulmones, sin corazón o sin hígado. Solo puedes hacerlo si en algún momento de tu existencia, voluntaria o involuntariamente, te has convertido en un zombi.

Últimamente me preocupan mucho las repercusiones jurídicas que puedan traerme mis artículos, porque desde que me he enterado de que existen asociaciones de abogados interesadas en meterles un puro a todos aquellos articulistas que le lleven la contraria a sus creencias (por más absurdas y cuestionables que estas sean) mido mucho lo que digo pero sobre todo, mido mucho todo lo que escribo.

Así que en este punto, quiero dejar constancia de mis mayores respetos y empatía para con la comunidad zombi y de mis más sinceras condolencias por la apropiación indebida que de su causa han venido haciendo en los últimos tiempos muchos tertulianos televisivos. Todos sabemos que los zombis comen cerebros y tripas guiados por su necesidad vital y no por el vicio depravado que se gastan en la mayoría de los programas del corazón, de las tertulias políticas y de los debates deportivos patrios.

Como iba diciendo, maltratarse el alma a uno mismo no es delito, pero se paga bien caro.

Documentándome para escribir sobre las diferentes religiones y filosofías, no he parado de encontrarme con distintos términos y denominaciones de un mismo concepto, “el alma”.

Da igual la época o la parte del mundo en la que cualquier ser humano se haya parado a reflexionar sobre su propia existencia, los seres humanos, desde siempre, hemos intuido que algo había dentro de nosotros que nos confiere una naturaleza diferente a lo que a priori percibimos a nuestro alrededor como realidad tangible.

A mí no me pregunten qué es el alma, o si esta, de existir, es inmortal. Si se me diesen mejor las respuestas que las preguntas me habría puesto a estudiar para política en lugar de para periodista.

Pero la intuición que me otorga este hermoso oficio en el que orgullosa ejerzo de becaria, me hace sentir que, como dicen mis paisanos, “habela haina”.

Como señora mayor que soy y que ya no cumple los cuarenta, no estoy muy al tanto de las modas juveniles actuales, pero no me suena haber oído que ahora nadie vaya por ahí arrancándose los brazos o cortándose los dedos para ser más interesantes o mejor aceptados socialmente.

Pero en cambio, sí que nos vamos dando mordiscos al alma y escupimos los trozos sin preocuparnos ni del dolor ni de la infección que pueden producirnos las heridas que nos estamos inflingiendo.

Algunos compran, otros comen. Bebemos o nos medicamos. ¡Da igual! Cualquier comportamiento compulsivo que nos provoque dolor puede tapar un poco el sonido desgarrador de nuestra alma gritando que nos martillea en los oídos y el cerebro, y que no nos deja conocer ni un momento de paz.

No podemos vivir así, mutilando aquello que nos sostiene y pretendiendo que poniéndole luego cuatro tiritas baratas podremos seguir adelante como si tal cosa.

El mundo es un lugar terrible porque nos paramos de armar jaleo para no vernos obligados a escuchar los gritos.

Si durante diez minutos nos quedásemos todos en silencio al mismo tiempo, entenderíamos todo de una vez y entonces, sí que podríamos empezar a sanar.

El colectivo de los zombis al que aludía antes, en general da mucho miedo. Cuando necesitan comer buscan al primero al que puedan sacarle las entrañas.

Pero la verdad es que les tenemos un miedo que es infundado. En su holocausto caníbal ellos son las verdaderas víctimas de todo esto. No saben que lo que están comiendo son cuerpos que por dentro están rellenos de almas medio putrefactas que no dejan de supurar por las heridas.

Cuidado que en esta orgía de extinción de especies que está llevando a cabo el ser humano, no terminemos por llevarnos por delante también a los pobres zombis.

Cuídense el alma todo lo que sean capaces. Háganlo pese a la presión y a las acusaciones que les puedan realizar por ello. Piensen que quizás toda esa presión para que se hagan daño a ustedes mismos, es posible que exista porque estamos rodeados de carroñeros vacíos de luz que nos engañan para alimentarse de los trozos de alma que vamos dejando atrás convencidos de que esa es la única opción que nos queda para seguir avanzando.

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