Por Daniel Seixo
«La peor de las actitudes es la indiferencia, decir no puedo hacer nada, ya me las arreglaré«
Stéphane Hessel
«El estado moderno no es sino un comité que administra los problemas comunes de la clase burguesa»
Manifiesto Comunista
«No es lo mismo hablar de revolución democrática que de democracia revolucionaria. El primer concepto tiene un freno conservador; el segundo es liberador.«
Hugo Chávez
«Quien crea que Venezuela es modelo para España es un analfabeto político«
Iñigo Errejón
Tambores, risas, movimiento continuo y lejanos sonidos de debates infructuosos en los que rara vez se logra un consenso más allá del alcanzado por el hastío y la extrema corrección política que impide la rabia, el enfrentamiento o la reacción. Se trata simplemente de onanísticos monólogos cuidadosamente encadenados en un cuidado escenario de autopromoción y a todas luces inocuos políticamente que se van repitiendo día tras día por aquellos que se han dado en llamar indignados. Jóvenes, abuelos, trabajadores, mujeres, emigrantes… Todos ellos perdedores del mejor de los mundos que ahogados y maltratados por el sistema han decidido reaccionar y llenar con sus cuerpos la Puerta del Sol de Madrid y muchas otras plazas en el estado. La revolución del 15-M nace tras una profunda crisis económica global y fruto de una serie de acontecimientos que en el propio estado español y en gran parte del mundo provocan que el descontento social necesite liberar de forma urgente presión antes de rematar desencadenando una auténtica revuelta generalizada contra el sistema. El turno de palabra de la indignación, sofoca por tanto el grito de rabia del anticapitalismo.
Con el tiempo resulta más sencillo de apreciar, pero en realidad aquel El 15 de mayo, en más de cincuenta ciudades de España, el pueblo salió a las calles como forma de autoterapia contra un sistema injusto, caciquil y predador, pero lo hizo sabiendo perfectamente que aquello no era más que un farol que se terminaría disolviendo con el tiempo. La única esperanza tras los gritos, las pancartas y las asambleas, era poder saborear lentamente durante el máximo tiempo posible todo aquello y que al terminar quizás la triste realidad fuese un poco más dulce. No existía un trasfondo real tras aquellas protestas pacíficas y la renuncia a los lemas, las ideologías o incluso al enfrentamiento real con las instituciones, no hizo sino condenar a los indignados a la irrelevancia al carecer de un proyecto real y sólido. Acertaban al señalar en sus lemas que la democracia no era real, pero olvidaban que la rebelión tampoco lo era. Lo siento, sé que muchos de los que estáis leyendo estas líneas os ilusionasteis, fuisteis partícipes e incluso creísteis en aquel amago de revolución inspirada en el Mayo del 68 francés. También me sucede un poco eso y por eso os digo que es hora de dejar morir al 15-M.
Pregúntese si pueden seguir así las cosas o si realmente tenemos tiempo para seguir jugando a este juego que no nos lleva a nada
Vivimos aquellos momentos con ilusión, con ganas de cambiarlo todo, pero también con miedo a poner sobre la mesa cualquier proyecto social que nos superase. Ni comunistas, ni capitalistas, ni de derechas, ni de izquierdas. No creímos en los políticos, pero tampoco fuimos capaces de ocupar su puesto, nos mostramos incapaces de situar al pueblo en el centro, incapaces de diferenciar entre la verdadera democracia y sus líderes remunerados, nos dejamos embaucar por la desafección política y renunciamos con ello a ejercer otro tipo de política para quizás tener una oportunidad de cambiarlo todo y lograr así crear una auténtica revolución de nuestro descontento. Nos conformamos con una acampada en una plaza, reuniones performativas, planes sobre el papel y cuando la policía desalojó nuestras plazas, nos indignamos de nuevo y también nos alegramos por ello. Nos alegramos al poder tener de nuevo acceso a un motivo real para la indignación y por saber en nuestro fuero interno que aquello suponía el fin a un callejón sin salida al que nadie quería renunciar, pero el cual tampoco se podía ya reconducir.
Con el tiempo llegó Podemos, la indefinición ideológica, la transversalidad, los tiempos políticos, las renuncias, las luchas internas y los pactos, los pactos con la democracia que durante un tiempo no fue real, con el régimen del 77, el bipartidismo e incluso con la OTAN. Llegaron los sapos y nos los fuimos comiendo uno a uno de forma obediente y desinteresada. Al menos desinteresada para nosotros, otros hicieron del 15-M su vida, su proyecto, su empresa. Activistas, periodistas, tertulianos, políticos, diputados, artistas, escritores… Todos ellos asistieron lentamente a la usurpación de un proyecto que solo era una ensoñación que residía en la enunciación de la palabra, pero que se mostraba incapaz de asaltar los cielos o tan siquiera de lograr dañar la estructura de ese sistema que hoy sigue firme, impertérrito y nos ahoga. Aunque ellos ya no lo vean o reaccionen, todavía nos ahoga. En definitiva, con el tiempo llegó la privatización en pocas manos del rédito del descontento mostrado en las plazas.
Elección tras elección, la estrategia de la transversalidad buscó el pacto político de cara a fortalecer al partido, la organización salía de las plazas y ya no bastaba con los que allí se reunían para alcanzar el poder, para tomar el parlamento y las instituciones en lugar del cielo. Cierto es que en Sol se reunían negros, blancos, emigrantes, mujeres, homosexuales, heteros, transexuales… Pero todos ellos obreros, una clase social indignada, pero no lo suficiente. Y no, aunque ahora lo piensen, tampoco el objetivo se trataba de remarcar el peso de la clase social, ni provocar la ira del proletariado. Uno no puede sacar adelante un pelotazo urbanístico en Madrid desde el socialismo real y tampoco el PSOE o Europa aceptarían nunca pactar con chavistas o comunistas. Tocaba renunciar a ello y se hizo sin pestañear. Les guste o no, eso tuvo lugar en nuestra historia reciente, fue de alguna manera nuestra propia transición fracasada. Podemos no es un partido proletario, ni tampoco ha tenido nunca intención de serlo.
Los indignados se disolvieron y el trago amargo es idéntico al que se situaba ante nosotros antes de que se llenaran las plazas, antes de que la política y la ideología se diferenciasen y las huelgas generales y la lucha obrera en las calles se sustituyese por los aplausos sordos y la condena a la rebelión. La crítica al partido morado hoy es poco menos que interpretada como traición y si en redes sociales les dan a elegir a sus simpatizantes, prefieren la unión sorda y ciega al conocimiento de una verdad que pueda decepcionarlos. Se trata de defender al líder, al partido, se han convertido en la peor versión inimaginable del PSOE y lo más triste de todo esto es que se muestran totalmente incapaces de verlo. En pleno 2020, son los únicos que siguen votando a Isidoro, aunque el No a la OTAN ahora se haya transformado en un JEMAD sentado en la dirección de un supuesto partido de izquierda.
En realidad aquel El 15 de mayo, en más de cincuenta ciudades de España, el pueblo salió a las calles como forma de autoterapia contra un sistema injusto, caciquil y predador, pero lo hizo sabiendo perfectamente que aquello no era más que un farol
Nos han comprado como clase social con sus luchas identitarias, con su renuncia a la clase social y con meros discursos sin contenido real alguno… Palabras, palabras y más palabras que no dicen nada pero que aparecen oportunamente a las puertas de cada nuevo ciclo electoral de cara a lograr lavar nuestras conciencias y poder así depositar cada cierto tiempo un voto que traiciona a la lucha obrera con la vana esperanza de que algo cambie. Sé que a muchos de ustedes no les va a gustar escuchar esto, pero me resulta indiferente: debemos dejar morir al 15-M y a todo lo que desde esa fecha nos arrastra a la irrelevancia política y a la sumisión de clase.
No deben tomar esto como una crítica centrada en Podemos, Pablo Iglesias, Errejón, Carmena, Monedero o cualquiera de los nombres que durante aquel período dieron el salto a la política parlamentaria, no lo tomen así o si deciden hacerlo, la verdad, me importa un cuerno. Hoy solo les pido que reflexionen: piensen en los motivos por los que aquel entonces salieron a la calle, piensen en el futuro que desean para los suyos, recapaciten acerca de como están las cosas, el paro, la precariedad, la ansiedad que nos impide levantarnos de la cama cada mañana, la contaminación, el calentamiento climático, la amenaza de guerra en el Mar de China o en el maldito coronavirus si lo desean. Piensen en todo ello y pregúntese si pueden seguir así las cosas o si realmente tenemos tiempo para seguir jugando a este juego que no nos lleva a nada. Pregúntense si podemos seguir viviendo bajo la batuta del sistema capitalista que en esta tierra impera y háganlo rápido. Tras hacerlo piensen en si merece la pena romper con esta cárcel de plástico y pantallas luminosas en la que nos han encerrado y si para ello quizás debemos retomar nuestra ideología, nuestra rabia y hacer de la política y el descontento un remedio del pueblo y para el pueblo. Es hora de abandonar la retórica y dar paso de nuevo a la acción directa, hora de crear proyecto más allá del continuismo de siempre y hacerlo desde la unidad de clase. Más allá del líder, el partido o la propia democracia burguesa.
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