De la guerra, las sanciones y el abismo

La crisis de la cadena de suministros en un escenario del fin de la energía barata, nos muestra que el paradigma del crecimiento ilimitado defendido por el capitalismo, es una utopía falaz.

Por Luis Miguel Sánchez, economista (No a la guerra. не на войну)

Además del sufrimiento, la pérdida de vidas, infraestructuras y patrimonio, y la crisis humanitaria causadas por la invasión rusa de Ucrania, toda la economía mundial sentirá sus efectos. Según el Fondo Monetario Internacional (FMI) en su informe de fecha 8 de marzo de 2022 la guerra en Ucrania repercute en todas las regiones del mundo y asegura que el conflicto asesta a la economía un grave golpe que frenará el crecimiento y elevará los precios.

Rusia y Ucrania son importantes productores de materias primas, y las perturbaciones producidas por la guerra, han provocado una escalada de los precios mundiales, sobre todo de petróleo y gas natural. Los costes de los alimentos y materias primas se han disparado; el trigo, del que Ucrania y Rusia exportan un 30% mundial, ha alcanzado precios históricos.

Según el organismo internacional, los efectos se transmitirán por tres canales principales. En uno, los precios más altos de productos básicos como los alimentos y la energía elevarán aún más la inflación, lo cual a su vez erosionará el valor de los ingresos y deprimirá la demanda. En el segundo, las economías vecinas en particular tendrán que hacer frente a perturbaciones en el comercio, las cadenas de abastecimiento y las remesas, así como a un aumento histórico de los flujos de refugiados. Y en el tercero, la confianza mermada de las empresas y la mayor incertidumbre de los inversionistas incidirán en los precios de los activos, endureciendo las condiciones financieras y posiblemente provocando salidas de capitales de las economías emergentes.

La energía es el principal canal de propagación de las repercusiones en Europa dado que Rusia es una fuente crucial de las importaciones europeas de petróleo y de gas natural. Los bloqueos generalizados en las cadenas de abastecimiento y distribución también pueden acarrear consecuencias muy graves. Estos efectos darán impulso a la inflación y desacelerarán los planes, fondos e inversiones destinados a la recuperación económica post-pandemia. Europa oriental experimentará, además, un aumento en el número de refugiados; la zona ya ha absorbido la mayor parte de los 3 millones de personas que han abandonado Ucrania recientemente, según datos de las Naciones Unidas.

A este panorama hay que añadirle las repercusiones de las sanciones económicas impuestas a Rusia por la UE y los EEUU. Las consecuencias que acarrean las durísimas sanciones contra Rusia, que afectarán a su población, también tendrán un efecto boomerang y nos vendrán rebotadas. Es como dar una patada a Putin, en nuestro propio trasero.

Según un estudio de la Universidad norteamericana de Drexel, a partir de la década de 1950 el número de sanciones (económicas, comerciales, financieras, de asistencia técnica, etc.)  aumentó continuamente, y se ha acelerado desde 2018. Se observa una tendencia creciente de las sanciones como herramienta de la diplomacia coercitiva. En promedio, más del 35% de todas las sanciones entre 1950 y 2019 fueron impuestas por USA, el país que más utilizó este tipo de sanciones. Desde su inicio en los años 50 contra Corea, hasta el actualmente vigente bloqueo a Cuba, a Irán, Libia, Siria, Afganistán, o Venezuela. El análisis también revela un aumento significativo y continuo de las sanciones de la UE y la ONU desde principios de la década de 1990. La propia Rusia ya había sido castigada en 2014 cuando invadió Crimea.

Entre las sanciones adoptadas a raíz de esta guerra, se encuentran las dirigidas a los bancos, miembros del gobierno ruso y élites económicas, incluida la congelación de activos, restricciones de viaje y la exclusión de los principales bancos rusos de los sistemas financieros y de comunicación utilizados para las transacciones internacionales (sistema Swift). Otras medidas incluyen restringir las importaciones de petróleo, gas y carbón de Rusia, prohibir la exportación de varios productos al mercado ruso -incluidos los artículos de lujo- gravar la importación de productos rusos y restringir las aeronaves rusas en el espacio aéreo de varios países. Grandes empresas del sector privado han suspendido sus operaciones en Rusia. Estas y otras sanciones no solo están sacudiendo y aislando la economía y el sistema financiero de Rusia, sino que está afectando a la población en general. El rublo se ha desplomado y la economía se está derrumbando. Estamos hablando de 145 millones de personas en el país más grande del mundo, con la economía número 11 por volumen de PIB.

Pero, ¿son eficaces y son justas las sanciones económicas? Estrangular la economía rusa y por ende crear coágulos y tapones en el resto de las economías europeas con el propósito de frenar la escalada bélica iniciada por Putin, parece en cierto modo ilusorio. El mencionado estudio analiza los objetivos de las sanciones impuestas históricamente: forzar cambios de política, desestabilizar regímenes, disuadir o terminar guerras, proteger a las minorías, defender los derechos humanos, restaurar la democracia, combatir el terrorismo, resolver conflictos territoriales, etc. Sin embargo, los hechos demuestran que las sanciones económicas no han mejorado el nivel de vida de la población; muy al contrario. Tampoco han derrocado dictaduras, ni favorecido la democracia. No parece, por tanto, la mejor solución a los problemas.

Algunos ven en esta crisis global, una oportunidad. Acelerar la transición energética hacia las renovables, disminuyendo la dependencia energética exterior, y en concreto de Rusia. Pero vivimos tiempos de enorme incertidumbre, de cambios a mucha velocidad y de reajustes en los poderes económicos, políticos y geoestratégicos, dentro de los llamados entorno VUCA. A raíz de la pandemia, se habla mucho de transición ecológica, economía verde y circular, hidrógeno verde, digitalización, etc., demasiado a menudo sin tener en cuenta ni los límites físicos del planeta ni la justicia energética; ni tampoco el comienzo del fin de los combustibles fósiles y otros recursos no renovables, como los metales y minerales, tan escasos, pero tan necesarios para la dichosa transición energética.

La crisis de la cadena de suministros en un escenario del fin de la energía barata, nos muestra que el paradigma del crecimiento ilimitado defendido por el capitalismo, es una utopía falaz. El mito del crecimiento sin límites como algo intrínsecamente bueno y al margen de la naturaleza, debe desaparecer de nuestra cosmovisión del mundo para evitar el colapso del sistema, donde las personas más vulnerables serían las más afectadas.

Cuanto antes aceptemos los planteamientos poscrecentistas, donde se admita sin complejos que se acabó el festín en el Norte del planeta, antes podremos rectificar el rumbo que nos adentra en el abismo. Hemos consumido en dos siglos más de la mitad de los combustibles fósiles que tardaron millones de años en formarse, alterando significativamente el clima y comprometiendo la propia vida. Y un aviso a navegantes: no todos los problemas se arreglan siempre con más tecnología. El tecnooptimismo (“algo inventarán”) como solución a todos los males y peligros, es una especie de religión civil perniciosa que nos condena al desastre.

En Rusia son famosas las muñecas que llevan en su interior a otra y ésta a otra, y otra más. Les dicen matrioshkas. Afrontar una crisis matrioshka como la actual, cubierta por muchas crisis (bélica, económica, ecológica, sanitaria, alimentaria, etc.) requiere de tiempo (cada vez más escaso), de voluntad (que implica resistencias al cambio y por tanto conflictos) y de la percepción de una comunicad de destino común. Entender que la humanidad está en el mismo barco: o remamos juntos o nos hundimos todos. That is the question.

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