David Varela: “No hay sociedad medianamente justa, si no existe una educación pública de calidad que privilegie la memoria colectiva»”

Entrevistamos a David Varela, docente y cineasta, director del largometraje documental «Un cielo impasible». 

Por Angelo Nero

En “Un cielo impasible” David Varela nos lleva, muchas veces a vista de pájaro, a los escenarios de la Batalla de Brunete, una de las más sangrientas de la guerra civil, donde, en julio de 1937, el ejército republicano intentó una ofensiva para disminuir el cerco franquista sobre la capital y aliviar la presión sobre el frente norte. A través de un puñado de estudiantes, que comienzan a descubrir un pasado que a ellos se les antoja harto lejano, David dibujará un cuaderno de campo, colocando sobre el terreno, de una forma ciertamente personal, a un presente que se hace preguntas, a menudo incómodos y con respuestas también inquietantes, que arrojan un diagnóstico claro: el sistema educativo, hasta ahora, no ha contado ese pasado reciente a los que, en un futuro, decidirán los destinos del país.

De “Un cielo impasible”, hablamos con su director, David Varela. Cuéntanos, ¿Cómo surge ese viaje hacia ese pasado plagado de trincheras, y porqué escogiste precisamente para situar tu historia el campo donde se desarrolló la batalla de Brunete?

Vivo desde hace poco en la zona donde sucedió la batalla, y estoy rodeado por los vestigios y las cicatrices físicas y emocionales que la guerra dejó en este lugar. Asomarme a cómo estas huellas y heridas son preservadas y transmitidas (o no) a la gente de la región y, sobre todo, a las nuevas generaciones, fue la primera intención del proyecto.

Además de cineasta, impartes clases y cursos en el Instituto de Cine de Madrid, en LENS Escuela de Artes Visuales, así como en centros escolares e institutos. ¿Es por tu condición de docente por la que has reflexionado sobre el déficit que hay en nuestra educación a la hora de afrontar nuestro pasado más reciente?

En realidad es por mi interés en todo lo que tenga que ver con la educación, sobre todo desde que soy padre. Soy docente esporádicamente y desde hace relativamente poco tiempo, pero es un tema que siempre me ha obsesionado. No hay cultura, ni sociedad medianamente justa o bondadosa, si no existe una educación pública de calidad que privilegie la memoria colectiva y la posibilidad de que los jóvenes se acerquen a ella desde una mirada crítica y desde una posición de aprendizaje voluntario y práctico en el que la memorización sea sólo el último recurso del docente. Algo que, por desgracia, se parece poco a la generalidad de nuestro sistema educativo.

Los protagonistas de tu documental son un grupo de jóvenes que indagan y descubren ese pasado que no aparece en los libros, y que a partir de ahí comienzan a hacerse preguntas. ¿Ese debate acerca de la guerra civil, sigue pendiente, no solo entre los jóvenes, sino en en toda la sociedad española?

Ese debate se ha ido produciendo, e instrumentalizando, desde la transición por los diferentes poderes políticos, por la cultura y por los medios de comunicación, pero en realidad nunca se ha planteado como posibilidad real de diálogo a pie de calle, ni en los centros escolares. Se ha rehuido para evitar confrontaciones en la sociedad y en las familias, y se ha tergiversado o directamente ignorado en el sistema educativo. Siempre hay una excusa para no tocar este tema, lo que nos ha convertido en incapaces y perezosos para determinados debates. Así que hemos dejado todo en manos de una supuesta intelectualidad y de una clase política que juega a la mentira o a la media verdad como fórmula electoral cortoplacista. Un juego peligroso que, por otro lado, parece que les funciona bien a determinados niveles. ¿Son los políticos y los medios generalistas un espejo de la sociedad, o más bien a la inversa?

La derecha ha tardado demasiado tiempo en reprobar políticamente la dictadura y ahora han vuelto a las andadas -o simplemente se han quitado la careta-, con unos pactos con la extrema derecha que no saben ni cómo justificar; pero la izquierda, o los que se hacen llamar izquierda progresista, han consensuado y mantenido viva una ley de amnistía que es más una norma de punto final que a día de hoy, y con una nueva ley de Memoria Democrática que contiene algunos aciertos, aún impide que sean juzgados los criminales y resarcidas debidamente las víctimas. Tras casi cincuenta años de democracia aún estamos luchando por llegar a un acuerdo de mínimos, y todo por no haber sido valientes en afrontar un pasado y en imponer una justicia reparativa. Y esto en aras de una supuesta reconciliación o convivencia que, en este tema en concreto, yo no veo por ningún lado. En este sentido, somos una anomalía democrática y un caso de estudio para otros países que sí han hecho sus deberes y asumido sus responsabilidades históricas.

Otro de los protagonistas, no me atrevo a decir secundario, es el paisaje, ese paisaje de después de la guerra, que sigue guardando, como cicatrices, las huellas de un conflicto que ha marcado nuestra historia casi en los últimos noventa años. ¿Porqué decidiste darle tanta presencia en tu película a ese paisaje, y porqué elegiste la visión desde un drone, en vez de hacerlo desde tierra?

El paisaje es el lugar de encuentro. Un espacio donde podíamos poner en relación un pasado herido y un presente que aún supura. También es el lugar perfecto para jugar con tropos visuales que articulasen esos dos tiempos en una sola cápsula espacial.

La visión desde el aire nos permitía, y nos obligaba, a abrir el plano para que el espectador interviniese a su manera en lo que estaba viendo. El público, en genérico, es una masa informe sobre la que se quiere influir a base de manipulaciones técnicas, narrativas y emocionales que, muchas veces, juegan al impacto por el impacto; la monoforma lo llamaba Peter Watkins. Yo prefiero pensar en el espectador como un individuo interdependiente que se ve afectado y afecta a su vez a la película; alguien que la construye mientras sucede a través de sus propias memorias y vivencias; que participa y no está siendo aleccionado. Para conseguir eso, necesitábamos que la película generase huecos y “silencios” desde donde el espectador pudiera recapacitar, aportar y ser consciente de estar viendo una obra en proceso. Darse cuenta y ser consciente de estar asistiendo a una construcción, activa al espectador y afina su mirada crítica.

Las lecturas de los testimonios de combatientes, los debates entre los jóvenes, las inquietantes imágenes aéreas, todo ello forma un puzzle que, a priori, parece difícil de encajar. ¿Cómo fue la tarea de montaje para conseguir una historia que lograse atraer al público.

Larga e intermitente. Con procesos paralelos de investigación con los jóvenes protagonistas, diferentes rodajes y un regreso continuo a la mesa de montaje donde todos esos materiales y experiencias cobraban un nuevo sentido que, a veces, transformó las ideas originales y las convirtió en otra cosa más diversa y menos atada así misma. Nos permitimos “fallar” y convertir los supuestos errores en fuentes de inspiración para lo que estaba por llegar.

En tus anteriores documentales te has ido lejos, en “Banaras Me”, (2011), retrataste una de las ciudades sagradas de la India, y en “Freedom to Kill the Other’s Children España” (2016), te acercas al conflicto palestino. ¿A que se debe que ahora quieras poner el foco en lo más cercano, en esa España que todavía no ha resuelto sus conflictos?

Básicamente a que lo tenía enfrente, y a que veces tendemos a ignorar lo más cercano por evidente, y quise salir de ese error de cálculo. Pero también a que estaba en una fase de mi vida en la que sólo me podía comprometer con un proyecto que se llevara cabo cerca de mi familia.

En tu película tiene una relevancia especial el trabajo de tu directora de fotografía, Raquel Fernández Núñez, que ha trabajado con Mario Barroso en “Todas las mujeres”, con Miguel Del Arco en “Las Furias”, y con María Ripoll, en “Traces Of Sandalwood”, y es, en gran parte, la responsable acercarnos a esos paisajes, geográficos y humanos, que vas diseccionando en tu película. Háblanos de esta parte tan importante de la película, del trabajo de Raquel.

Raquel supo ver las posibilidades y los límites con los que nos enfrentábamos, tanto técnica como creativamente. Nos entendimos muy bien desde en principio y captó perfectamente la esencia y las búsquedas que estábamos desarrollando entre todos. Supo cómo adaptarse y adaptar al equipo a un complejo y difícil rodaje con el drone, al tiempo que encontramos juntos la forma de crear un ambiente que fomentase la intimidad necesaria para que los jóvenes descubriesen su propia voz y pensasen por sí mismos. En esto fue también imprescindible el trabajo generosísimo de Yolanda Pividal, la Ayudante de Dirección, que no por casualidad es también cineasta. Con Raquel hablamos mucho sobre el tipo de luz dura y las tonalidades ocres con las que representar aquellos días de canícula, calor insoportable y muerte por sed de julio del 37, en una Sierra Oeste de Madrid con ríos secos y apenas vegetación ni árboles en los que cobijarse.

También es de señalar el trabajo del director de sonido, Sergio López-Eraña, también con una solvente filmografía en su carrera profesional, ¿con que dificultades se encontró al rodar un documental con tantas texturas sonoras como este?

En realidad, más que dificultades lo que tuvimos fue oportunidades, sobre todo por la suerte que tuve de contar con Sergio López-Eraña en la jefatura de sonido y con Jonay Armas en la música original. Entre los tres nos permitimos la posibilidad de experimentar con los sonidos ambientales propios de la zona y con los sonidos de guerra. Conjugamos ambos hasta lograr una cierta indefinición o indiferenciación dentro de la diversidad de recursos y materiales que manejábamos. No saber dónde se está en cada momento, si en el pasado o en un presente difuso o ambivalente, y hacerlo a través del sonido y la música, nos ayudaba a crear esas sensaciones enigmáticas y esos encuentros generacionales que eran esenciales para la película.

El tiempo ha borrado las huellas de muchos de los combatientes de la batalla del Brunete, así como de tantas batallas, grandes y pequeñas, que se dieron en nuestra guerra civil, y en la postguerra. ¿incluir sus testimonio, aunque sea de forma fragmentada, ¿es otra forma de dar protagonismo a los olvidados de este conflicto?

Claro, escuchar también sus voces en primera persona, y no sólo la de los testimonios que vivieron la batalla a través de la voz de los jóvenes protagonistas, era fundamental. Y eso llegó también de una forma muy natural y gracias a la participación delante y detrás de la cámara de Ernesto Viñas, que con su proyecto Brunete en la Memoria lleva varias décadas desarrollando un trabajo de campo y una investigación exhaustiva sobre la Guerra Civil en la zona. Ernesto ha logrado recopilar los testimonios y las voces de excombatientes y sus familiares antes de que falleciesen, y nos ha dejado un legado vivo importantísimo que nos cedió muy generosamente para la película. Entremezclar esas voces jóvenes con las de los mayores, fundir esas memorias en voces diversas, nos ayudó a completar un puzzle que estaba sin acabar hasta ese momento. Llegó en el momento preciso para terminar de definir la fase final del montaje.

Jimena Gómez de Diego, Paula Gordils Carrillo, Andrea Lázaro Pacios y Jacobo Llavona Pastor, son los cuatro adolescentes que buscan las huellas del pasado en “Un cielo impasible”, ¿cómo elegiste a esos cuatro chavales para que fueran los protagonistas de tu documental?

En realidad, nos eligieron ellos. Necesitábamos un grupo de jóvenes que se involucrasen y cedieran tiempo, estudio y esfuerzo en un período largo de sus vidas, y que lo hicieran con la constancia y las ganas de aprender que un proceso así requería. Los que finalmente se quedaron, lo dieron y siguen dándolo todo. Confiaron ciegamente en un proyecto que no tenían muy claro en qué consistía hasta que lo fueron viendo nacer y construirse poco a poco. Su valentía y generosidad les define claramente, y nos da también mucha esperanza de futuro como sociedad. El hecho de participar libremente, sin la imposición de tener que hacerlo dentro del sistema escolar, y el compromiso y la creatividad que le pusieron, nos habla también de lo fecundo que puede ser afrontar la educación desde una perspectiva práctica, con materiales cercanos y a través de la corresponsabilidad que ofrece la participación activa de los jóvenes en su propio aprendizaje.

En los últimos años se ha producido un boom de exitosas películas documentales en clave de Memoria, como “Un viaje hacia nosotros”, de Luis Cintora, “El silencio de otros”, de Almudena Carracedo, o “Pico Reja, la verdad que la tierra esconde”, que tratan desde distintos ángulos, una de nuestras asignaturas pendientes: la Memoria. ¿Es el cine una de las principales herramientas contra el silencio y contra el olvido?

Es una de ellas. Y una de las más accesibles también. Aunque hay que tener también en cuenta que no se debe afrontar el cine exclusivamente como un simple objeto mediador para el estudio de determinadas materias y asignaturas. El cine como mero instrumento de conocimiento de hechos e historias puede tener su utilidad puntual, y de hecho la tiene, pero si nos lo tomamos como única norma, corremos el riesgo de pensar y transmitir el cine como un elemento de uso puramente utilitarista, y no como un proceso creativo y artístico que contiene muchas otras capacidades expresivas. Empecemos a pedirle al cine, y sobre todo en las aulas, lo que le pedimos también al resto de artes: que nos enseñen algunas cosas, pero que también nos conmuevan, nos hagan pensar, nos revuelvan y nos desestabilicen por sus propios valores artísticos. Permitamos también que el cine cuente de otra manera, con otras estructuras, desde otro lado, y busquemos la manera de hacer llegar el cine a los más jóvenes desterrando la monoforma del puro entretenimiento y de la narración única. Se puede trabajar desde diferentes frentes y compatibilizarlos, pero no anulemos el riesgo en el cine -y su implantación en las aulas-, simplemente con la excusa de que les va a costar y va a suponer un esfuerzo mayor para los alumnos. Quizás justo por eso habría que empujar más por ese lado. Confiemos más en ellos, en su inteligencia y en sus capacidades.

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