Dantza, una tierra que baila

En una comunidad tan arraiga al territorio, entendiendo este como algo que no se ciñe a una frontera, el pueblo vasco ha sabido, como pocos, representar en sus danzas esa identificación con sus valles, ríos y montañas.

Por Angelo Nero

En el baile tradicional vasco están representados los ciclos de la vida, las costumbres ancestrales y los oficios que se perdieron, los ritos mágicos en los que se comulgaba con la tierra, o se invocaba a la lluvia para favorecer las cosechas, en esa suerte de espiral en la que se mueve la historia, girando con los vientos amables, moviéndose con el flujo del agua, haciéndose semilla. En una comunidad tan arraiga al territorio, entendiendo este como algo que no se ciñe a una frontera, el pueblo vasco ha sabido, como pocos, representar en sus danzas esa identificación con sus valles, ríos y montañas, con una tierra en la que se enraíza, con fuerza, su cultura, y que ha sabido resistir, también como pocas, el aluvión de otras culturas, que ha terminado por adaptar a la suya, sin que esta pierda su originalidad.

Una muestra de todo esto, es la película del director vasco Telmo Esnal, que ya nos sorprendiera gratamente en 2005 con “Aupa Etxebeste”, film con el que cosechara el Premio de la Juventud en el Festival de Cine de San Sebastián y fuera galardonado con el Premio del Festival Internacional de Cine de Siena. Aunque este nuevo largometraje del realizador de Zarautz no tenga nada que ver con este trabajo anterior, y me atrevería a decir con nada que haya visto en la cinematografía vasca, ni tampoco estatal. Porque “Dantza”, estrenada en 2018, es una de las creaciones más originales de los últimos años, un derroche de coreografías de una belleza asombrosa, con un vestuario exquisitamente escogido, e integradas en una sucesión de paisajes oníricos, que nos mantiene hipnotizados de principio a fin.

“Dantza” es una sucesión de escenas de baile cargadas de un gran simbolismo, sobretodo en la primera parte de la cinta, empapada del universo estético soñado por el escultor Koldobika Jauregi, discípulo de Eduardo Chillida, que se lanzó a la tarea de diseñar el vestuario de este ambicioso film: “Me animé a diseñar la ropa aunque no tenía especial atracción por el diseño. Quisimos hacer un video en el caserío Igartubeiti con dan-tzaris de Argia para promocionar el proyecto y vimos que iba a ser necesario diseñar mucha ropa. La primera idea me la sugirió Elena Cajaraville, directora artística de la película. Me propuso darle una vuelta al tradicional pantalón thai, y de ahí surgió uno de los diseños», indica. La creación de los ropajes de los bailarines tuvo como punto de partida el jersey roído de un casero, al que ya no le quedaban hilos, y utilizó el lino para los pantalones en atención a la caída de ese tejido. Desde los agrestes parajes y sobrias vestimentas de la primera parte del metraje se evoluciona a diseños cada vez más coloristas y delicados: “Desde las Bardenas Reales, que es lo más pobre, se avanza en el tiempo y el tejido se va haciendo cada vez más complejo hasta llegar a Zarautz y se avanza también en la coloración de los diseños. Es una evolución constante”, según indicó Koldobika.

El rodaje de “Dantza” fue realmente complicado, como ilustra su director Telmo Esnal, un proyecto al que ha dedicado siete años: “Nos planteamos construir un pueblo en un plató, porque Koldobika tenía obra para ello. Pero era inviable. Nos salimos a escenarios naturales, y nos complicamos la vida. Porque hemos puesto a dantzaris a bailar en localizaciones muy difíciles. Yo mismo, que he sido dantzari, me iba a casa algunos días jodido. Porque no son profesionales, tienen sus trabajos, y aquí les hemos pedido esfuerzos descomunales, repeticiones constantes”. El resultado es una sucesión de escenas muy potentes, tanto a nivel narrativo –en un film en carente de diálogo, pero con un lenguaje propio-, como por la fuerza de los paisajes donde transcurren, paisajes que, como la danza, ilustran la rica diversidad de Euskalherria, con un marcado carácter coral, donde el protagonismo es compartido por el amplio elenco de dantzaris -250, pertenecientes a 15 compañías de baile- que aparecen a lo largo de la cinta.

“La segunda parte, la humana, la que arranca en el siglo XIX, con las danzas de cuerda, y que acaba en los bailes de pareja y las habaneras, la hemos enfocado más pegadas a los rostros. En el fondo, es un recorrido atemporal aunque a la vez hilvanado por la vida”, señala su director, con un resultado final que se aleja del documental, y lo hace difícil de clasificar entre los géneros establecidos: “Soy consciente de que lo que yo haya rodado quedará como un documento -cuidado, no un documental- de estos bailes. Por eso, en ocasiones, he sacrificado la narrativa para adecuarme a las coreografías. También he vigilado mucho los planos cortos para que quien en el futuro desee aprender los pasos, ahí los vea”.

Para crear el delirante universo de “Dantza”, Telmo Esnal tuvo también a su lado al coreógrafo, folclorista e historiador Juan Antonio Urbeltz, que le aportó una minuciosa investigación antropológica, fruto de las cuatro décadas dedicadas al estudio de las danzas tradicionales vascas. “Por ejemplo, cuando vemos a un bailarín con una espada pensamos en el bailarín guerrero. Él en cambio se da cuenta de que en euskera espada es ezpata, pero que ezpara es tábano. Apuesta por un tábano bailarín antes que por ese guerrero, y explicita que esas danzas con espadas son coreografías conjuratorias contra las plagas. En un mundo campesino lo que te hunde la vida son las plagas», recuerda Esnal”.

La impresionante banda sonora de la película es obra del compositor francés Pascal Gaigne, autor de las notables BSO de los films de Jon Garaño, “Handia” y “Loreak”, o de “Silencio roto” de Montxo Armendáriz, y “Flores de otro mundo”, de Icíar Bollaín, entre otras. En “Dantza” Pascal Gaigne arregló obras de los historiadores musicólogos Marian Arregi y su hijo Mikel Urbeltz, dando soporte musical a los bailes tradicionales que surgen de la tierra, el viento, el agua y el fuego.

Así como realmente sobresaliente, en esta cinta sin aristas, es la fotografía de Javier Agirre Erauso, ganador de un Goya por “Handia” y nominado también por “La trinchera infinita” y por “Akelarre”, que retrata como nunca hasta ahora habíamos visto las dantzas de Euskalherria, inmersas en los escenarios en los que germinaron, a lo largo de un infinito y fértil espiral de generaciones.

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