Dalva, ¿cómo dejar de amar a un monstruo?

La jovencisima Zelda Samson asume el difícil papel de encarnar a Dalva, y lo hace con una solvencia increíble, al meterse en la piel de la niña que no quiere asumir que lo que ha vivido ha sido un ficción creada por su progenitor 

Por Angelo Nero

En una confusa escena inicial, una joven, a la que por su peinado, su ropa y su maquillaje podemos situarla en la mayoría de edad, es sacada de su casa por la policía y separada de su padre. Dalva, la protagonista de este drama, se revuelve ante los agentes para que esa separación no se lleve a efecto, llora, patalea, grita, pero aún así, es conducida a un centro de protección de menores, mientras que su padre, Jacques, es enviado a prisión. No tardamos en comprender que, en realidad, Dalva es todavía una niña, no tiene más de doce años, y que su padre la hacía vivir la ficción de que mantenían una relación de adultos, como una pareja normal, para ocultar lo que realmente era un caso de incesto, de un engaño continuado para abusar sexualmente de la pequeña.

Pero Dalva sufre un agudo síndrome de Estocolmo, y ante los educadores del centro repite una y otra vez que ella nunca fue obligada, que entre ellos lo que había era amor, no solo el de un padre y su hija, si no un amor de pareja, y no logra entender por qué estaba mal, por qué no se podían querer como un hombre y una mujer adultos. Dalva se instala en la negación, mientras sus educadores, y sus compañeras de centro, con distintos argumentos, le intentan convencer de la verdad, de que su padre era un abusador sexual.

La jovencisima Zelda Samson asume el difícil papel de encarnar a Dalva, y lo hace con una solvencia increíble, al meterse en la piel de la niña que no quiere asumir que lo que ha vivido ha sido un ficción creada por su progenitor (Jean-Louis Coulloc’h), para esconder su secuestro -la separación de su madre, los continuos cambios de domicilio- y la enfermiza relación que mantenía con su hija. Su rostro, sus gestos, llenan cada escena, y cada interacción con los personajes secundarios del film, con Samia (Fanta Guirassy), su compañera de habitación, su toma de tierra con la realidad, que le aprende a vivir como la adolescente que es; su educador, Jayden (Alexis Manenti), en el que Dalva proyecta sus frustraciones, pero también ese anhelo de recuperar una relación con una figura paterna; o su madre (Sandrine Blancke), a la que rechaza porque cree que realmente la abandonó, porque no quería que compitiese con ella por el amor de su padre.

Dalva tiene que aprender desde cero, no ha ido nunca de compras, ni ha podido elegir su ropa, ni ha tenido amigas, ni recuerda otra familia que su padre, ni tan siquiera tiene opiniones propias, por lo que añora esa vida de control parental, ante ese mundo hostil que le plantea tomar decisiones, por muy triviales que sean estas. Samia -que acepta su propio drama y busca sus propias vías de escape- y Jayden -que tiene que reeducarla, pero que también tiene que marcarle límites- serán decisivos en el camino que tendrá que recorrer para reconstruirse, pero no será hasta que vuelva a ver a su padre, en prisión, cuando realmente comience a abrirse paso en su cabeza la cruda realidad.

Dalva es la ópera prima de la francesa Emmanuelle Nicot, que estudió cine en el Institut des Arts de Diffusion (IAD) de Bélgica, que presentó con gran éxito en la Semana de la Crítica de Cannes, con la que ganó tres premios, uno de ellos para Zelda Samson como actriz revelación.

En una entrevista para Cineuropa, la directora, Emmanuelle Nicot, declaraba: “Esta es una película muy personal: el abuso es un tema del que tengo un conocimiento íntimo, pero la historia de no es mía. Esta historia fue inspirada por jóvenes que conocí en un refugio para adolescentes. Para mi primer cortometraje, investigué mucho sobre los niños en los hogares y terminé pasando un tiempo en una institución donde conocí a Samia y Dimitri, dos jóvenes que provenían de entornos verdaderamente caóticos. Debido a que no era miembro de su familia ni parte de una institución, me brindaron su más profunda confianza. Lo que me llamó la atención es que a pesar de que ambos habían sido separados de sus familias debido a actos confirmados de abuso infantil, todavía formaban un frente unido con sus padres. Para ellos, fue la justicia la que los maltrató, no sus familias. Su sufrimiento se relacionaba más con el hecho de haber sido colocados en una institución que con lo que les había sucedido antes. Me preguntaba por qué, y esta pregunta estuvo en mi mente durante tanto tiempo y me hizo enojar tanto que me llevó a la creación de mi primera película. Con Dalva, estoy buscando respuestas a la misma pregunta, pero también mirando hacia la luz porque creo profundamente que esto puede existir.”

La película, dada su temática, podría inclinarse hacia un drama tenebroso, lleno de sombras, pero gracias a su directora de fotografía, Caroline Guimbal, se convierte en un film luminoso, con muchos matices, donde la luz se cuela por las rendijas del corazón de Dalva, y la cámara siempre está próxima a ella, tal como comentaba la propia Guimbal: “Siempre íbamos con una cámara al hombro para obtener una vibración humana, un respiro de cada momento. Éramos muy cercanos a Dalva pero también muy libres en nuestros movimientos. No quería una puesta en escena demasiado restrictiva para mis actores. Por supuesto, todo estaba pensado, no era improvisación, pero no había marcas en el suelo ni elementos que hubieran cerrado con candado la puesta en escena o los actores.”

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