Cultura | Zygmunt Bauman y el arte líquido

Por Carlos César Álvarez

El pasado 9 de enero falleció el sociólogo y filósofo polaco Zygmunt Bauman, conocido entre otras razones por haber establecido el concepto de modernidad líquida en contraposición a la anterior modernidad sólida. La modernidad, que para Bauman dio comienzo metafóricamente con el terremoto de Lisboa de 1755, se caracteriza por su solidez, mientras que la fluidez es la característica de la actual etapa de modernidad líquida (los pensadores que defienden esta idea prefieren no utilizar la palabra posmodernidad).

En la modernidad sólida la sociedad se caracterizaba por la existencia de estructuras sociales rígidas y valores inalterables: estado fuerte, sentido de pertenencia del individuo a un estrato social, importancia de la tradición e instituciones sociales perdurables, como el matrimonio y la familia. Se valoraba lo perdurable como garantía de seguridad.

Se inicia entonces un proceso de “modernización obsesiva y compulsiva” que da lugar a que las sucesivas etapas de la vida social no mantengan su estado durante un tiempo prolongado. El continuo cambio de forma es la característica de la modernidad líquida: movilidad, incertidumbre, relatividad de los valores. Durante la modernidad sólida, cuando una estructura cambiaba lo hacía para dar paso a otra igualmente sólida. Ahora, lo sólido se disuelve y ya no es reemplazado, sino que es sustituido por formas líquidas, adaptables, moldeables.

El capitalismo global, con su revolución de la información, empleos precarios, relaciones inestables y migraciones, ha convertido al hombre en un ser líquido que fluye en una sociedad igualmente líquida, cambiando de identidad a cada momento. La cualidad que marca al ser humano líquido-moderno es la ambivalencia. Quizás quien mejor lo haya expresado a nivel popular sea Bruce Lee y su conocida frase: “Be water, my friend”. Como aclara Griselda Pollock, este cambio de lo sólido a lo líquido respondería a una estrategia de los poderosos para reforzar su dominio. Se ha calificado la visión de la sociedad de Bauman de “distopía posmoderna”.

Naturalmente el arte y la cultura también se han “licuado” y Bauman trata este tema en algunas de sus obras. En este artículo me referiré a “Arte, ¿líquido?” (Sequitur. 2007) y “La cultura en el mundo de la modernidad líquida” (Fondo de Cultura Económica. 2013). Hay que decir que las ideas de Bauman al respecto han sido fuertemente contestadas y que a sus críticos no les faltan buenos argumentos, pero aquí me limitaré a resumir muy brevemente las aportaciones del pensador polaco.

Para Bauman, arte y conciencia de la mortalidad van unidos, tanto si admitimos las tesis de Otto Rank, que afirmaba que el origen del arte se encuentra en el deseo de inmortalidad individual del artista, como si aceptamos las de Hannah Arendt, que consideraba que es solo la obra la que perdura.

La función del arte es hacer que los hombres olviden su propia muerte. Sin embargo la modernidad líquida, con su sociedad de consumo, provoca que el arte sea un objeto de consumo más. Pero el consumo es lo contrario a la inmortalidad, ya que los objetos al consumirse, desaparecen o se gastan, pierden toda o parte de su sustancia. Esta desaparición no implica necesariamente una destrucción física -no es así en el caso de las obras de arte generalmente- sino un decaimiento del interés por ello: se extingue su capacidad de divertir o suscitar emociones, cayendo en el “dejà vu” y en el aburrimiento.

Como dice George Steiner, hoy los objetos culturales surgen para generar “un impacto máximo y una obsolescencia instantánea”. El arte debe manifestarse como un “acontecimiento” único y espectacular, que satisfaga momentáneamente el deseo y luego desaparezca. De esa forma los objetos de arte no se diferencian de cualquier otro objeto de consumo. La cultura en general se ha convertido en una sección más de la gigantesca tienda en que se ha transformado el mundo. Esto provoca una actitud irónica y cínica tanto en los creadores como en los receptores del arte. O como dice Lipovetsky: “Sales de una exposición y te preguntas si lo que has visto es arte o no”.

La creación y la destrucción nunca estuvieron tan próximas. El lapso de tiempo entre lo nuevo y lo desechado, entre la creación y el vertedero ha quedado drásticamente reducido. “Convergen en el mismo acto la creación destructiva y la destrucción creativa”, afirma Zygmunt Bauman.

Bourdieu, uno de los pensadores de referencia de Bauman, dice que “la cultura hoy se ocupa de ofrecer tentaciones y establecer atracciones, con seducción y señuelos en lugar de reglamentos, con relaciones públicas en lugar de supervisión policial: produciendo, sembrando y plantando nuevos deseos y necesidades en lugar de imponer el deber.”

¿Dónde queda entonces la idea de belleza, que preocupaba a los artistas clásicos? La belleza es universal e inmortal. Los filósofos del arte al tratar la cuestión de la belleza se referían a conceptos como armonía, proporción, simetría, orden y otras ideas similares. Apuntaban a la perfección, entendida como un estado en el que cualquier cambio sería a peor. Esto seguía siendo válido en la modernidad sólida. Pero ahora, en la modernidad líquida, donde todo es cambio continuo, el ideal de perfección representaría el fin de todo cambio. Encontramos así que conceptos como belleza y perfección han entrado en crisis. Esto representa el fin de los objetos de arte, tal como se concebían en la modernidad sólida. Estos hoy solo podrían hallarse en los museos, lugares que para Bauman son “cementerios del arte”.

De todo lo anteriormente expuesto se observa que el arte como forma de alcanzar la inmortalidad se enfrenta al arte efímero característico de la sociedad líquida.

Concluye Bauman: “La cuestión es dilucidar si el arte que se acomoda a esta exigencia, que satisface la necesidad de acumular sensaciones sigue siendo fiel a su función, a la función que tuvo en tiempos premodernos y modernos: revelar la dimensión trascendental del estar-en-el-mundo, traer al mundo de lo pasajero y lo temporal elementos que resisten al paso del tiempo y desafían la norma universal del envejecimiento, el olvido y la desaparición.”

Bauman no da respuesta a esta cuestión, se limita a plantearla, y sugiere que las obras de artistas como Damien Hirst reflejan esa contradicción. En particular una célebre obra de Hirst, consistente en un tiburón conservado en formol con las fauces abiertas, parece detener la muerte justo un instante antes de que se produzca, como una especie de “mortalidad suspendida”. En una primera impresión el tiburón parece vivo, pero esta impresión es fugaz y enseguida al espectador se le revela la muerte.

Para terminar, creo importante señalar que la modernidad líquida no trae un cambiode paradigma o la modificación de uno existente, sino que resulta más apropiado hablar del comienzo de una era “posparadigmática” en la historia de la cultura (y no solo de la cultura).

1 Comment

  1. Sería más correcto, definir a los museos de arte modernos como «trasteros de arte», en vez de «cementerios de arte» (idea más excelsa), donde se van dejando allí apartados cachivaches de todo tipo… en algún momento estarán llenos y alguien dirá
    – A ver, ¿Qué tiramos?
    Entonces aparecerá el curador y dirá:
    – Este montón de basura artística es una obra de arte en si misma.
    Y ya solo nos quedará militar en el yihadismo, echarnos al monte, una bomba y a tomarporculo.
    Entonces aparecerá el curador y dirá:
    – Este montón de restos de basura artística es una obra de arte en si misma.
    Y, si obligamos al curador a matar a todos sus hijos, a golpes de higo maduro y esparcimos sus dulces haigados cadáveres, troceados chorreando sangre por el montón de restos de basura artística, y le prendemos fuego a tó, quemando los originales de los manifiesos artísticos, y convencemos al curador ciego de opio, de que se queme también él. Entonces aparecerá un chaval, le saca un video en 3d, sube el olograma a tilín y lo titula «me alegro que arda Hirst», y tenemos la síntexis del arte líquido renaciendo de las cenizas de la idea subliminar.

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