Cultura | Los monstruos de la razón soñadora y la conciencia de límite

Por José Antonio Pujante

En 1799 Goya publicó el  aguafuerte número cuarenta y tres de la serie los Caprichos, de ochenta grabados, titulado «El sueño de la razón produce monstruos». En el dibujo podemos contemplar a un hombre durmiendo sobre una mesa con murciélagos y búhos deformes de fondo. La razón ilustrada optimista y confiada en el progreso indefinido desconfió, sin embargo, de sí misma. Las fantasías del «logos» se convirtieron en auténticas pesadillas para el ser humano. Auswitchz, Hiroshima, Nagasaki, Chernobil, Fukushima entre otros desarrollos de la razón instrumental vienen a confirmar, fáctica y trágicamente, la doble faz de la razón. Goya lo intuyó y, aunque una primera lectura del grabado cuarenta y tres sugiera una confrontación de la razón contra los prejuicios, también es una advertencia ante una razón mínima y disminuida sin una necesaria dimensión ética. Una razón rota, sin inteligencia emocional ni ética, se trastoca en una monstruosa herramienta para conseguir cualquier fin en el que se afirme la lógica del poder del «salvaje oeste». 

La racionalidad fracturada del capitalismo se asienta sobre pulsiones humanas egoístas. En verdad, estamos ante una dialéctica egoísmo versus altruismo, que hunde sus raíces en la tensa dicotomía entre el paradigma darwinista de la competición y triunfo del más fuerte y el paradigma del mutualismo en donde la cooperación entre distintas especies es clave para la supervivencia de las mismas.

André Gorz, en su artículo «La salida del capitalismo ya ha empezado» vio clara la inherente acción autodestructiva del capitalismo y el agotamiento de su fin primordial: la maximización del beneficio. Señala, en dicho artículo, Gorz que, como el margen para el incremento de la productividad es cada vez más estrecho, el hincapié del «capital» se realiza más sobre los factores de diseño, marketing, novedad y publicidad del producto. Es lo que Gorz denomina cualidades inmateriales de la mercancía. La informatización supuso la reducción de los costes de producción por lo que había que hacer recaer la competencia en la novedad, rareza, exclusividad del producto. El artículo de Gorz pone de relieve, empleando la categoría central de Z. Bauman, la liquidez de la mercancía y el carácter virtual del dinero. El fetichismo de la mercancía se trastoca en el fetichismo del envoltorio y su imagen virtual a través de la publicidad.

La salida del capitalismo pasaría por desembarazarnos, metafóricamente, de esas gafas virtuales que nos alienan y nos convierten en robots conformistas. «La imaginación sociológica» que postula el sociólogo estadounidense  Wrigth Mills nos permitiría romper el cerco del contexto personal inmediato que nos nubla y ofusca haciendo imposible la comprensión global, histórica, económica, social de lo que nos ocurre y de sus causas. La toma de conciencia de la situación real de las circunstancias socioeconómicas en que me hallo es condición necesaria para la materialización de una alternativa. A la marxista conciencia de clase  habría que añadir la conciencia de límite o conciencia de urgencia para la supervivencia de la especie. Esta última nos impele indefectiblemente a la cooperación, al mutualismo y al altruismo como lógica de la acción.

Estamos ante una dialéctica egoísmo versus altruismo, que hunde sus raíces en la tensa dicotomía entre el paradigma darwinista de la competición y triunfo del más fuerte

En este contexto la posible reapertura de la central nuclear de Garoña y el riesgo subsiguiente de ampliación de plazos temporales de vida útil del resto de centrales nucleares españolas nos acerca un paso más al abismo. Las consecuencias de la devastación de Fukushima están hoy presentes en Japón pero también en el Pacífico y en gran parte del litoral americano. Todas las salidas que persistan en el crecimiento desarrollista: más petróleo, más carbón, fracking…nos llevan a un laberinto cuya única salida es el precipicio insalvable de la extinción.

Cuando hace años tuve ocasión de entrevistarme, en Minsk, con el físico nuclear Vasily Nesterenko, ya fallecido, pude comprender que los terribles efectos de la radioactividad de la central nuclear de Chernobil no sólo fueron físicos. La nube radioactiva, además de la destrucción del entorno físico más inmediato,  se extendió por gran parte de Europa llegando incluso a varias zonas de España. Esta información se minimizó y diluyó convenientemente. Los efectos fueron también psicológicos. La enorme confianza de un gran físico, que sobrevoló en helicóptero la central de Chernobil en las horas posteriores al accidente, en la razón instrumental científica, en el progreso, se trastocó en razón solidaria, en razón compasiva. Nesterenko vio y vivió la pesadilla monstruosa de la razón. Por ello, fundó el Instituto Belrad, del que fue su director, dedicado a ayudar a los niños y niñas afectados por la radiación y a concienciar al mundo de los peligros del uso de la energía nuclear.

Entrevista de José Antonio Pujante con el físico nuclear Vasily Nesterenko,  en Minsk

Más allá del significado trágico inmediato de Chernobil, Harrisburg o Fukushima debemos comprender estos accidentes desde la lógica del optimismo ilustrado en el progreso indefinido, gracias a la mediación de la diosa razón, en verdad razón científico-instrumental, al servicio del enriquecimiento y acumulación de capital en pocas manos. Pero no obviemos que la alternativa soviética se asentó sobre los mismos presupuestos ilustrados aunque los fines fueran inicialmente otros. Pero es que, el fin no debe justificar éticamente los medios. El medio siempre acaba determinando moralmente el fin.

Nesterenko vio y vivió la pesadilla monstruosa de la razón. Por ello, fundó el Instituto Belrad, del que fue su director, dedicado a ayudar a los niños y niñas afectados por la radiación

Girar tuercas y tornillos sin fin para una vida mejor acaban, en verdad, enloqueciendo y entristeciendo como le ocurrió a Chaplin en Tiempos Modernos. Aunque su remedio frente a la alienación fuera, finalmente, tras recuperarse, aparentemente, del sanatorio mental reírse del absurdo mundo fordista. Creo que hay que luchar contra este demencial sistema capitalista seriamente pero, sin perder nunca la sonrisa ni la capacidad de reírnos de la estulticia que de él emana a borbotones.

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