Por Eduardo Montagut
Las malas cosechas en las economías preindustriales están asociadas a las condiciones climáticas, sin olvidar el agotamiento del suelo ante la falta de abonos y de sistemas intensivos de rotaciones cuatrienales, y el atraso tecnológico. En este artículo intentaremos abordar la influencia del factor climático en la evolución agrícola del siglo XVI en Europa.
Conocer el clima y su evolución histórica no es tarea fácil porque no existen mediciones científicas para épocas y períodos muy alejados de nosotros. Pero existen algunas fuentes que nos pueden ser muy útiles, como crónicas, los denominados bandos de vendimia, etc..
En la primera mitad del siglo XVI hubo un clima relativamente benigno para los cereales en la Europa del norte porque fue cálido y seco, aunque estas dos virtudes no lo eran tanto para la agricultura del sur europeo porque la sequía se acentuaba y además permitía la invasión periódica de la langosta que procedía de África. En la España e Italia de los años cuarenta se dieron frecuentes plagas. Pero es evidente que en cualquier lugar el clima seco y caluroso es favorable para los cereales, la base de la agricultura y la alimentación de la época. En la Europa meridional los períodos demasiado húmedos no son buenos, y así se puede comprobar entre 1502-1503 o en 1527-1529. En compensación, los años de abundantes lluvias permiten la recuperación de los acuíferos de una Europa sureña que tiende con frecuencia a padecer largos períodos de déficit de agua. Es evidente que la cuestión climática es muy importante pero también harto compleja, ya que no existe el clima perfecto, aunque, por regla general, los inviernos largos y muy fríos no son muy favorables para la agricultura. En esta primera mitad del siglo XVI no abundaron, lo que favoreció la expansión agrícola general.
En la segunda mitad del siglo el panorama climático comienza a cambiar con veranos húmedos e inviernos crudos, una combinación terrible para la agricultura. En 1552 se dio un invierno riguroso en Cataluña y en Castilla, mientras que Rusia sufre un verano húmedo y un invierno muy duro. Un exceso de lluvia y frío es fatal para la agricultura de las regiones de clima oceánico o atlántico.
Entre 1565 y 1574 se dieron cuatro terribles inviernos con consecuencias terribles en casi toda Europa. Las consecuencias fueron devastadoras para la agricultura con muerte de olivos, provocando una elevación enorme del precio del aceite. También salieron malparadas las cosechas de grano. Los inviernos duros fueron acompañados con primaveras excesivamente lluviosas. En el decenio de 1568 a 1577 los veranos fueron cortos, húmedos y nada calurosos. El final del siglo no vio mejorar, precisamente, la climatología.
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