Por Javier Merino
En la mayor parte del mundo, la transición entre las edades de piedra, cobre, bronce y hierro fue un proceso gradual que duró varios miles de años. En África, los avances en la metalurgia se concentraron en unos pocos siglos, a medida que los artesanos pasaban de las herramientas de piedra a las fabricadas con hierro. El secreto residía en hallar hornos capaces de alcanzar los 1.093º C, la temperatura necesaria para fundir el hierro. Se construyeron estructuras especiales en forma de cúpula y se emplearon grandes cantidades de carbón vegetal para el fuego.
A medida que aumentaba el conocimiento sobre cómo trabajar el hierro, la gama de herramientas disponibles para trabajar el metal, la joyería y la escultura se hizo más amplia. Los primeros nativos del oeste de África en adoptar estas nuevas tecnologías (obsérvese que este no es un término original de nuestra era), fueron los nok del centro norte de Nigeria. Una de sus fundiciones, en Taruga, data del siglo IV a.C., y es posible que cien años antes estuviesen ya trabajando el hierro con técnicas primitivas.
Al parecer, la cultura nok floreció aproximadamente entre el siglo VI a.C. y el 300 d.C. Su mayor contribución a la historia del arte africano son figurillas de terracota (arcilla porosa), en especial cabezas humanas con rasgos exagerados, como peinados extravagantes u ojos grandes y triangulares. Reproducían de forma fiel cualquier característica física inusual o malformación, y algunas llevaban abalorios o sostenían armas. Se desconoce el objeto para el que servían, pero algunos expertos opinan que estaban relacionadas con un culto a la fertilidad de la tierra. No sé por qué, siempre suele salir a relucir esto como la motivación general de muchos de nuestros antepasados.
Terracota Nok
El diseño nok no fue apreciado hasta los primeros años del siglo XX, cuando mineros que trabajaban en las laderas sur y oeste de la meseta de Jos extrayendo estaño, descubrieron fragmentos de figurillas de terracota. Unas reconstrucciones meticulosas mostraron que se trataba en su origen de modelos de cabezas humanas y de animales pero, al no haber arqueólogos profesionales trabajando en Nigeria en aquel momento, les tocó a historiadores del arte colocarlas dentro de un contexto. Las describieron como «vestigios de la cultura nok», sin hacer estimaciones de su edad u origen.
Una cámara funeraria espléndida
Fue en excavaciones posteriores en Taruga y Samun Dukiya, cuando la influencia nok se hizo evidente. Se hallaron cuchillos y puntas de flecha de hierro, objetos de alfarería domésticos y brazaletes,, que indicaban que se había tratado de una sociedad agraria en asentamientos permanentes y creencias religiosas relativamente sofisticadas. Lo que es más importante, estas excavaciones proporcionaron elementos para comprender tradiciones artísticas posteriores como las cabezas de latón, bronce y terracota de las ciudades nigerianas de Ife y Benin.
La velocidad a la que evolucionaron las estructuras sociales del oeste de África pueden observarse muy bien con el descubrimiento de la tumba de Igbo Ukwu en los bosques del sur de Nigeria. Intrigado por el descubrimiento de un tesoro de piezas de bronce en la zona en 1938, el arqueólogo británico Thurstan Shaw dirigió una excavación exhaustiva entre 1959 y 1960. La tumba que encontró es uno de los descubrimientos arqueológicos más importantes de la historia: se trataba de una cámara funeraria con techo y revestida en madera en la que el rey se sentaba en un taburete junto a tres colmillos de marfil. Otra cámara, inmediatamente encima de la primera, contenía los cuerpos de cinco sirvientes. Entre los objetos funerarios se encontraban un bastón y un batidor de bronce, un adorno de cobre, y más de 100.000 abalorios hechos de vidrio y de piedras de cuarzo semipreciosas. Los abalorios eran, probablemente, originarios de La India, importados por comerciantes árabes.
La habilidad para trabajar los materiales, especialmente el bronce, muestra con qué rapidez había evolucionado la cultura africana para el siglo IX d.C. El bronce se moldeaba con el método de cire perdue o «cera perdida», es decir, una figura hecha de cera se cubría con un molde de arcilla, se le hacía un agujero en la base y se le prendía fuego. Una vez que la cera derretida había salido, se colocaba el molde vacío en arena y se rellenaba con metal fundido. Tras dejarlo enfriar, se retiraba la arcilla con un cincel y se limaba y pulía la pieza de bronce.
Figura de bronce para beber, coronada con un leopardo, fabricada con el método de «cera perdida».
Este tipo de tesoros ayudaban a reforzar la superioridad social de sus dueños y concentraban el poder religioso y político en una pequeña minoría. Los africanos occidentales pasaron rápidamente de llevar una existencia de la Edad de Piedra, de cazadores-recolectores, que existía desde hacía miles de años y en la que pequeñas comunidades vivían sin complicaciones, a adentrarse en una cultura industrial, tecnológicamente avanzada y dominada por reyes venerados como dioses espirituales.
“Las estructuras sociales en el oeste de África evolucionaron a gran velocidad”
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