En cada capítulo de ‘Tierra de Conejos’, vamos descubriendo, como la represión franquista se manifestó en todas sus siniestras variantes.
Por Angelo Nero | 29/09/2024
En Galicia no hubo guerra civil, el 20 de julio de 1936, con la lectura del bando de guerra en la Puerta del Sol de Vigo, se inició un genocidio sostenido, que alcanzó a miles de hombres, mujeres y niños. No hubo frentes de guerra, aunque en los montes la resistencia antifascista estuvo activa hasta la muerte de José Castro Veiga, O Piloto, en 1965, el último guerrillero, pero a pesar, o quizás por eso mismo, de que los militares rebeldes se hicieron rápidamente con todo el territorio gallego, la represión que siguió durante la “longa noite de pedra” fue durísima. Se abrieron una docena de campos de concentración en toda Galicia, en nuestra memoria están grabados los de Camposancos, en A Guarda, el monasterio de Oia o la isla de San Simón. Las cunetas se llenaron de republicanos paseados, e incluso la Ría de Vigo se convirtió en una inmensa fosa común, ya que los falangistas tenían la costumbre de arrojar al mar a los prisioneros, algunos todavía vivos. La represión franquista fue de tal magnitud que todavía hoy estamos descubriendo nuevos capítulos del horror, como la que se cebó con las mujeres. Algunas fueron fusiladas, como la maestra Mercedes Romero o la lavandera Carmen Pesqueira, A Capirota, pero fueron muchas las que fueron encarceladas, torturadas, rapadas, violadas.
El 20 de julio de 1936 el reloj de la historia se paró, y cientos, miles de historias quedaron silenciadas, por eso siento que cada novelista, cada periodista o historiador que rescata una de esas historias es parte de la resistencia. Resistencia al olvido, a esa desmemoria que vuelve a aliarse con el fascismo para que nos impongan sus mensajes de odio, para normalizar que la ultraderecha vuelva a los gobiernos de media Europa, o todavía peor, la normalización del genocidio, de que cada día nos levantemos con un nuevo hospital, o una nueva escuela bombardeada por el ejército israelí, sin que nos caiga una sola lágrima.
Aunque conocí a su autor, César Calvar, ya hace años, en el Homenaje a las víctimas del franquismo, que la Iniciativa Galega pola Memoria hace en la isla de San Simón, no fue hasta ahora que cayó en mis manos su novela Tierra de Conejos (Nostrum, 2016), una minuciosa reconstrucción de la represión franquista en su pueblo, Moaña, que en el momento del golpe tenía poco más de diez mil habitantes, y donde la tímida oposición al mismo duró apenas cuatro días. Tampoco en esta pequeña localidad de la península del Morrazo, pese a la fortaleza de sus sindicatos y de la adhesión de su alcalde, José Fandiño Pidre, a la legalidad republicana, -sería ejecutado el 31 de diciembre de ese año-, hubo grandes enfrentamientos, pero lo que si fue grande fue la represión que, como detalla César Calvar, se asentó sobre tres pilares: la guardia civil, la iglesia y la falange.
En cada capítulo de Tierra de Conejos, vamos descubriendo, como esa represión se manifestó en todas sus siniestras variantes: el robo de tierras e inmuebles -como la incautación del local de la Fraternidad Marinera, de la CNT, que pasó a ser el cuartel general de los falangistas-, el rapado de mujeres como el que sufrió Peregrina Coloret, las ejecuciones de hombres y mujeres como Elvira Lodeiro y Manuel Palmás, además de violaciones como la que sufrió A Capirota, afundimentos, depuración de funcionarios públicos… el libro alberga una larga galería de horrores, donde Calvar registra el nombre de las víctimas, pero no oculta tampoco el nombre de los victimarios.
Porque uno de los aciertos de su novela es precisamente que el escritor se pone en la piel de los que sufrieron la erupción violenta del fascismo en Moaña, pero también se mete dentro de la cabeza de los asesinos, guardias civiles grises como el Sargento Barroso, o falangistas sin escrúpulos como los de la familia Ferreira, logrando una geografía emocional de aquellos días en los su pueblo, y con el todos los pueblos de Galicia, se tiñeron de sangre.
En una entrevista con el diario Público, César Calvar hablaba que no había tratado de hacer un libro de historia, sino una recreación de la misma: “Muchos de los personajes de la novela han existido y otros son recreaciones de otras personas que también existieron, pero que he preferido cambiar el nombre para preservar su intimidad.” El periodista gallego también señaló entonces que “Mi objetivo fue hacer una novela coral, que no hubiera un único protagonista. Se entrecruzan las historias personales de muchos de ellos con el cuadro de la Guerra Civil de fondo. Intento crear una especie de microcosmos de lo que sucedió en la retaguardia franquista, pero relatado desde Moaña.”
Calvar buceó en su propia historia familiar, pero también investigó en archivos y bibliotecas para la construcción de esta obra que “surgió a raíz de la aprobación de la Ley de Memoria Histórica. Conseguí de los archivos cientos de documentos y causas sumarísimas vinculadas a mi entorno personal y como no soy un historiador, pues me decidí a escribir una novela.” Pero también advierte que «se tiende a decir que una fue una tragedia provocada por todos y que tanta culpa tienes unos como otros. Había un Gobierno constituido, legal, y hubo un golpe de Estado militar que provocó la guerra. No hay duda sobre eso.»
Algunas de las historias que aparecen en Tierra de Conejos ya las conocía a través de mi buen amigo, Luís Chapela, que lleva décadas recogiendo testimonios sobre la represión en el Morrazo, y publicándolas en diversos medios, tal vez, algún día, nos sorprenda también con una novela como esta, que mencionaba en un texto publicado en NR, tras la muerte de Chato Galante: “Coincidimos alguna vez más, siempre en estas batallas de la Memoria. Cuando supe de su muerte, fue como una descarga brutal en el cuerpo, los que seguimos en esta lucha de la Memoria, sentimos que perdíamos el tejado de la casa que se estaba construyendo. El corazón se llenó de nostalgias, de lágrimas, por un luchador que poco conocía, pero que era de los nuestros, un “bo e xeneroso”. Una persona que sobrevivió a los profundos golpes que el franquismo dejó en su cuerpo. Un faro que alumbra en los colectivos de la memoria con voz propia, esa luz que prendio en Argentina, que como un faro ya ilumina todo el Atlántico, hasta llegar a la península, esa que César Calvar dijo que era Tierra de conejos.”
César Calvar señalaba en la presentación de Tierra de Conejos que “España tiene una deuda pendiente con las víctimas de la Guerra Civil y del franquismo. El bando nacional reparó a sus víctimas, pero el resto siguen olvidadas”.
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