Urbano Feijóo supo de manera directa los problemas de mano de obra que tenía Cuba para hacer que el cultivo y la producción de azúcar, principalmente, siguieran generando riqueza. Para mantener la rentabilidad de este negocio, sabía que el uso del trabajo esclavo era uno de los factores principales.
Por Chelo Naranjo Orovio / The Conversation
La esclavitud moldeó las sociedades desde los puntos de vista demográfico, cultural, social y político. Fue más que un sistema de trabajo y explotación. Fue un sistema que marcó conductas, usos y costumbres.
Su rentabilidad se basaba en la fácil reposición, abundancia y bajos precios de los esclavos. Cuando alguno de estos factores fallaba, los hacendados y las autoridades tenían que buscar mano de obra en otros mercados diferentes a África, y gestionar políticas de contratación de trabajadores “dispuestos” a realizar el mismo trabajo que un esclavo bajo una apariencia de contrato real.
La publicación de la novela Azucre, de Bibiana Candia, ha provocado que se vuelva a hablar del proyecto de inmigración de Urbano Feijóo Sotomayor gestionado por la Compañía Patriótica-Mercantil de ayuda a Cuba y salvación de Galicia, aunque este no fue el primero ni el último proyecto de colonización, contratación e inmigración de trabajadores españoles.
Blanqueando Cuba
Desde principios del siglo XIX se sucedieron varios planes para el asentamiento de colonos españoles a lo largo del territorio cubano. Una constante en todos fue “blanquear” la población con colonos y/o inmigrantes blancos que contribuyeran a frenar la llamada africanización (demográfica y cultural), consecuencia de la entrada continua de africanos esclavizados desde finales del siglo XVIII para trabajar en los ingenios azucareros. A partir de 1812, distintas comisiones, integradas por autoridades, hacendados, comerciantes e intelectuales de Cuba, evaluaron los proyectos para introducir colonos blancos y trabajadores libres para tareas agrícolas (yucatecos, chinos, españoles…).
Desde 1817, la presión de los ingleses para abolir el comercio de esclavos incidió en el aumento de su precio y redujo sus entradas. A partir de 1836, la disminución de entradas de africanos supuso un desafío para los hacendados y las autoridades, que se esforzaron en mantener e incluso aumentar los niveles de producción de azúcar y la rentabilidad. En pocos años, entre 1846 y 1850, la llegada de esclavizados llegó a descender en un 27,15 %. Pero el cultivo del azúcar no podía parar. Especialmente cuando la industria estaba en expansión como consecuencia de la ampliación de las tierras cultivables tras la construcción del ferrocarril a partir de 1837 y del aumento de la demanda de azúcar en los mercados de Estados Unidos y Gran Bretaña.
En este contexto, Urbano Feijóo Sotomayor (1818-1898, Viana do Bolo, Orense), diputado a Cortes en distintos momentos, propuso la inmigración de trabajadores españoles a Cuba, en 1853. Para ello, fundó la “Compañía Patriótica-Mercantil de ayuda a Cuba y salvación de Galicia”. Su plan coincidió con unos años en Galicia marcados por el hambre, las crisis agrarias y las epidemias.
Feijóo conocía Cuba. Allí su hermano Jaime había emparentado con una de las familias de la oligarquía de origen vasco, los Lapaza de Martiatu. A través de esta unión se convirtió en administrador de los bienes de la familia, propietaria de ingenios, haciendas, potreros y cafetales. Años después, le concedieron la explotación de los ingenios durante seis años a un precio bajo, 12 000 pesos al año (el equivalente al valor de 24 esclavos). Su mala gestión mermó la producción de estas tierras.
“Socorrer a los desgraciados gallegos”
Desde su posición, Urbano Feijóo supo de manera directa los problemas de mano de obra que tenía Cuba para hacer que el cultivo y la producción de azúcar, principalmente, siguieran generando riqueza. Para mantener la rentabilidad de este negocio, sabía que el uso del trabajo esclavo era uno de los factores principales. Con su mirada puesta en las dos orillas, en Cuba y en Galicia, elaboró un proyecto cuyos objetivos eran, según sus palabras, “socorrer a los desgraciados gallegos y contribuir a la agricultura y aumento de la población blanca”. Además, ellos serían una población leal al gobierno español.
El proyecto, presentado a las autoridades en Cuba el 6 de abril de 1853, preveía el traslado de campesinos gallegos a Cuba, donde trabajarían como jornaleros. Su posición y contactos en Cuba y en España facilitaron que el gobierno español autorizara tal empresa durante 15 años, y que los hacendados aceptaran sus condiciones. Para atraerse su beneplácito, Urbano Feijóo indicaba que el trabajo de un solo jornalero gallego equivalía al que realizaban dos esclavizados africanos por un único precio.
Como en otros proyectos de colonización, el empresario pagaba los gastos del viaje a Cuba, costeaba los tres primeros meses de aclimatación, y proporcionaba dos mudas de ropa al año. Además, el trabajador, al firmar el contrato, aceptaba recibir los castigos reglados por la ley en el caso de incurrir en faltas o si no cumplía sus obligaciones.
Se valió del hambre, la necesidad y la miseria de los gallegos, quienes aceptaron que trabajarían por un sueldo muy inferior al que recibían otros trabajadores libres en la isla.
Trabajadores esclavos
Entre marzo y agosto de 1854 la compañía trasladó en ocho expediciones a 1 744 campesinos gallegos de todas las edades. La primera expedición, con 315 hombres, llegó a La Habana el 6 de marzo de 1854 en la fragata Villa de Neda. La prensa habanera recogió la llegada de los inmigrantes, bien vestidos y organizados en pelotones de 25 hombres con capataces, que fueron recibidos con música en el puerto.
Si bien sobre el papel se establecía que los jornaleros trabajarían durante cinco años en la agricultura con un salario mensual de cinco pesos, la realidad fue distinta. Acostumbrados al trabajo esclavo, los hacendados recibieron a los contratados gallegos y los trataron como si fueran esclavos. La alusión a la contratación de jornaleros era ficticia. Las condiciones de trabajo se asemejaban más al trabajo servil que al libre, al quedar sometidos los gallegos al mismo sistema de trabajo, alimentación y vejación que tenían los africanos.
Además, pronto se comprobó que la pretendida aclimatación después de los tres meses de llegar no se producía, y que muchos gallegos padecían enfermedades, algunas de ellas propias de los trópicos, más aún al estar debilitados por el excesivo trabajo, la mala alimentación y la falta de condiciones higiénicas.
Las malas condiciones de los contratados, quienes dormían sobre esteras tras largas horas de trabajo, con escasa limpieza, los abusos del cepo y los golpes, el hambre, la falta de ropas y calzados, y el no recibir los salarios, causaron la huida y muerte de muchos gallegos. Los que eran apresados eran conducidos al depósito de cimarrones, al mismo lugar que los africanos o los chinos, que también habían sido contratados a partir de 1847 como una mano de obra que podía sustituir a los africanos esclavizados.
El escándalo en España
Los abusos y las muertes de muchos de ellos se supieron en Galicia por las cartas que llegaban de Cuba, y por el informe estremecedor de Ramón Fernández Armada, uno de los empleados en la empresa de Feijóo. Las denuncias y los escándalos saltaron a la prensa y motivaron la revisión del proyecto en las Cortes, que inició el también diputado Ramón de La Sagra. Solicitó que el gobierno discutiera el proyecto y denunció el fin lucrativo de la empresa de Feijóo.
El proyecto fue suspendido en 1855, sin que los inmigrantes tuvieran derecho a indemnización, y sin que mediara condena al culpable. A pesar del escándalo, tras regresar a España Feijóo continuó siendo diputado, acta que volvió a obtener en 1881 por la provincia cubana de Matanzas. Además, quedó exento de responsabilidades morales y económicas.
De los gallegos que viajaron solo volvieron alrededor de 500. De los que quedaron en Cuba sabemos que algunos trabajaron en la agricultura o en las obras del ferrocarril fuera de la contrata que los quiso reducir a esclavos.
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