Por Alfredo Campos
Vencedores y vencidos, cada uno cuenta la historia según le conviene aunque generalmente, la versión de la historia que mejor nos llega es la del bando vencedor. Narraba el genial Clint Eastwood la batalla de Iwo Jima que tuvo lugar durante el transcurso de la Segunda Guerra Mundial, a través de dos películas que ofrecían de manera paralela la visión del mismo suceso visto a través de los ojos de cada bando en conflicto. Esta iniciativa me dio la idea de escribir sobre el actual conflicto en Palestina o Israel, terminología con connotaciones muy diferentes en función de quien nos esté ofreciendo su versión de los acontecimientos. Yo tengo mi propia opinión sobre el origen, las causas y las razones de uno y otro bando en esta disputa pero esta vez he preferido situarme en un punto intermedio y dividir el trabajo para presentar la cuestión alternando las diferentes narrativas que sobre el mismo se presentan y que luego sea el lector quien decida con qué argumentos se siente mejor identificado. Seguramente, la razón no estará totalmente decantada de uno u otro bando, todo no será blanco o negro y ni unos serán tan buenos, ni otros tan malos, aunque lo cierto es que hay cuestiones objetivas y de derecho internacional que son incontestables.
CONTEXTO Y PERSPECTIVA HISTÓRICA
El conflicto árabe israelí, como prefiere denominarse desde la perspectiva de Israel, hunde sus raíces históricas en las aspiraciones de los judíos de Europa de fundar un estado en la tierra que consideran su “madre patria”. Nace así el sionismo como movimiento de reacción del pueblo judío frente a las consecuencias de la modernidad en Europa, que trajo un clima de persecución y antisemitismo. La primera gran ola de migración judía a Palestina se conoce como aliyá (ascenso) y se inició en 1881, como consecuencia de las persecuciones referidas y al calor de las ideas de personajes como Moses Hess, precursor del sionismo.
Theodor Herlz, periodista judío de origen húngaro que trabajaba para un periódico en Viena fue testigo de primera mano de la ola de antisemitismo que azotaba Europa mientras cubría como corresponsal el caso Dreyfus en 1895 en París. Fundador del sionismo político moderno, fue el primero en apuntar esta idea haciendo referencia a “un estado para los judíos”. A principios de 1896 publicó un panfleto llamado Der Judenstaat, “el estado de los judíos” a menudo mal traducido como “El Estado Judío”. Herlz situaba su estado ideal judío en la Palestina Otomana y para ello, incluso llegó a reunirse para negociar con el sultán Abdulhamid II en el año 1901. En aquella Europa de entonces, los judíos tenían tres alternativas: dejar Europa y emigrar a América, tomar parte de las revoluciones socialistas o tratar de solucionar la cuestión judía mediante la fundación de un estado para los judíos en los territorios históricos de Palestina, Eretz Yisrael (la Tierra de Israel).
El embrionario movimiento sionista estaba tan convencido de que el anti-semitismo estaba tan profundamente enraizado en Europa, que las sociedades lo apoyarían como una vía para librarse de los judíos. El primer Congreso Sionista tuvo lugar en Basilea (Suiza), en agosto de 1897. En aquel congreso organizado y presidido por Herlz, se perfilaba ya la idea de que el pueblo judío era algo más que una comunidad religiosa y aspiraba a derechos políticos y a asentarse en los territorios que denominaba su hogar histórico. A las tesis de Herlz le surgieron voces opuestas como la de Ajad Ha´am partidario de un sionismo más espiritual que político.
ÉXODO Y PRIMERAS MANIFESTACIONES DE RESISTENCIA ÁRABE
Mientras, en Europa se sucedían los progromos (actos vandálicos y masacres de carácter anti-semitas) como el de Kishinev en abril de 1903 (actual Chisinau), el movimiento sionista acariciaba la idea de fundar un estado judío en Palestina aunque a nadie se le escapaba la idea de que esas tierras estaban habitadas por pobladores árabes que comenzaban a percibir dicha iniciativa como una extensión del colonialismo europeo.
Palestina a finales del S.XIX era parte del Imperio Otomano, dentro de la Gran Siria (Al-Sham), según la delimitación administrativa realizada en 1888 en el marco de las reformas del Tanzimat. Siguiendo la tesis de la investigadora Hanady Awni Muhiar Muñumer; cerca de medio millón de habitantes poblaba la región de los que un 75% profesaban la religión musulmana de rito suní, el 20% eran mayoritariamente árabes de religión cristiana y un 5% eran judíos. Dentro de esta última comunidad, podemos encontrar tanto judíos sefardíes (descendiente de aquellos que vivieron en España hasta el año 1492) como mizrajíes (descendientes de las comunidades judías de Oriente Medio y norte de África) y a partir de ese momento comenzaban a despuntar esta nueva ola migratoria de judíos asquenazis (Ashkenaz, término hebreo medieval comúnmente empleado para designar a Alemania. Tenían su propia lengua llamada yidis) es decir, procedentes de Europa Central y Oriental. La sociedad palestina era eminentemente rural y agrícola, en la que destacaban las redes informales de apoyo y las vínculos de parentesco como pilares de la organización social.
No es de extrañar que tanto la comunidad judía como la árabe vieran en la Declaración Balfour del gobierno británico en 1917 como un espaldarazo a las aspiraciones hebreas de establecer su “hogar nacional” en los territorios de Palestina. La encomendación de un Mandato a Gran Bretaña sobre Palestina en 1920, después de la Primera Guerra Mundial, fue acogida igualmente con entusiasmo por la comunidad judía. En esta época, se produjo una nueva oleada migratoria de judíos hacia Palestina, en un intento de constituir una mayoría de población hebrea a través de la emigración. No obstante, en el año 1930 tan sólo residían 130.000 judíos en Palestina, lo que constituía apenas un 15-20% de la población total.
La oposición frontal por parte de la comunidad árabe era cada vez más patente y así se produjeron disturbios en Jerusalén en abril de 1920 y con mayor virulencia en Jaffa en mayo de 1921. La comunidad judía estaba dividida: muchos opinaban que la ola antisemita estaba incitada por algunos altos oficiales británicos pero para algunos líderes de la comunidad hebrea como David Ben-Gurion o Moshé Sharett estaba claro que la principal oposición al proyecto sionista venía de la comunidad árabe de Palestina. Estos sucesos propiciaron la aparición de la Haganá, organización paramilitar de autodefensa hebrea que se erigió en el embrión de lo que posteriormente fue el ejército o Tzahal, y de organizaciones de tintes claramente terroristas como el Irgún. En líneas generales, la mayor parte de la población árabe abogaba por la desaparición de la comunidad judía o yishuv en Palestina.
El nivel de violencia entre comunidades fue in crescendo hasta los disturbios del año 1929, a cuenta de una disputa por el uso de los espacios de oración de las comunidades árabe y musulmana de Jerusalén: Muro de las Lamentaciones y Mezquita de Al Aqsa. La comunidad musulmana estaba liderada por el gran mufti de Jerusalén Haj Amin al-Husseini. La violencia de mayor nivel contra los judíos se desató contra las comunidades judías de Jerusalén y de manera muy significativa en Hebrón en 1929, y el resultado fue de más de 100 muertos de ambos bandos. Las autoridades británicas, alarmadas por los acontecimientos, establecieron una Comisión de Investigación cuyo resultado fue una declaración política en 1930, que recibió el nombre de “White Paper”, emitida por el secretario colonial Lord Passfield. En ella, se limitaban las cuotas de inmigración y la compra de terrenos por parte de la comunidad judía así como la toma de otras medidas tendentes a establecer una mayoría árabe en la región. La comunidad judía se opuso vehementemente y pudiera parecer que el proyecto sionista estaba herido de muerte aunque los acontecimientos en el mundo iban a dar un vuelco a las circunstancias.
El auge del fascismo y el nazismo en Europa así como las manifestaciones antisemitas en Europa Oriental, provocaron una inmigración masiva de judíos hacia Palestina. Entre los años 1932-35 la población judía en Palestina aumentó de 185.000 a 375.000 y ya en el año 1939 suponía cerca de medio millón de habitantes.
REVUELTA ÁRABE Y RESPUESTA JUDÍA
La idea de la revuelta armada contra los judíos y la autoridad británica se materializó a través de la figura del icónico predicador y líder árabe Izz ad-Din al-Qassam, originario de Siria pero que en el año 1930 era muy activo en la ciudad del norte de Palestina de Haifa. Al Qassam (muchos de los lectores habrán oído hablar de los cohetes Qassam lanzados por grupos radicales contra Israel) abogaba por la yihad religiosa contra los sionistas y contra el imperio británico. Qassam murió en un enfrentamiento armado con las tropas británicas en noviembre de 1935 y su muerte dio el pistoletazo para que al años siguiente, en abril de 1936 se produjera una revuelta espontánea de la comunidad árabe de Palestina tras la declaración de una huelga general.
La Revuelta árabe, que combinaba tintes islámicos con nacionalistas, fue liderada por el gran muftí de Jerusalén al-Husseini y transcurrió hasta el año 1939. Se organizó en torno a un Alto Comité Árabe, ilegalizado por los británico en 1937, por lo que sus líderes tuvieron que partir al exilio. El proyecto sionista era percibido una vez más como una extensión del colonialismo británico. La Revuelta, aparte del coste en vidas humanas, tuvo desastrosas consecuencias económicas para la comunidad árabe de la región y supuso para la comunidad judía el camino hacia la progresiva independencia social y económica de sus vecinos árabes. En esta época de se construye el puerto de Tel Aviv, por ejemplo, para evitar el puerto árabe de Jaffa, paralizado por la huelga. La comunidad árabe además se encontraba inmersa en una fuerte división interna, entre los partidarios de Haj Amin al-Husseini y sus opositores del clan Nashashibi (notable familia palestina), a lo que se unía las rivalidades entre ciudades, entre campo y ciudad y entre cristianos y musulmanes. En la Revuelta de 1936 tuvo gran protagonismo el mundo rural palestino aunque en ese ámbito no había aún muchos judíos.
Aunque la Revuelta se puede decir que fracasó en el año 1939, no obstante, se puede decir que tuvo de positivo para la comunidad árabe la formación de una identidad nacional. Por otro lado, tal vez una falta de cohesión de la sociedad palestina de entonces, unido a la reordenación demográfica que estaba teniendo lugar, puso de relieve que cada vez la resistencia dependiera más de la intervención de otros países árabes, perdiendo en cierto modo las riendas en la toma de sus propias decisiones. En el lado judío, la Revuelta supuso la expansión y desarrollo de las fuerzas de autodefensa de la Haganá, contando incluso con la aquiescencia británica. Se formaron fuerzas auxiliares británicas judías como los “Batallones de Campo” o los “Escuadrones Especiales Nocturnos”, impulsadas por el oficial británico Orde Wingate. Cada vez se perfilaba más el destino de la región hacia una cohabitación entre dos comunidades separadas: la pujante comunidad judía y una comunidad árabe cada vez más marginada, tanto social como económicamente además de profundamente dividida. Esto llevó al establecimiento de la Comisión Peel por parte de los británicos, que conscientes de la existencia de dos movimientos nacionales en Palestina, plantearon en el año 1937 la partición del territorio en dos estados: uno hebreo y otro árabe.
La oposición a la propuesta de partición por parte de la comunidad árabe fue prácticamente generalizada con la excepción del emir Abd Allah I de Jordania, ansiando la anexión de la porción palestina para su reino. Los judíos aceptaron la propuesta, no sin cierta oposición de una parte importante de esta comunidad. La propuesta fue aparcada debido a los vientos de guerra que ya soplaban en Europa. Después llegaron otras propuestas como el “Libro Blanco” de 1939 que no satisfizo ni a judíos ni a árabes; pese a contener disposiciones bastante limitadoras del proyecto sionista. Mientras tanto, estalló la Segunda Guerra Mundial.
DE LA REVUELTA JUDÍA DE 1945 A LA GUERRA DE 1948
De sobra es conocido el desarrollo de esta gran confrontación bélica y sus consecuencias para el pueblo judío, especialmente en Europa. De esta época, la narrativa judía destaca el papel desempeñado por la comunidad árabe y su líder el muftí Haj Amin al-Husseini en favor del esfuerzo de guerra nazi, para apuntalar la causa palestina en detrimento del pueblo judío. El bando judío se posicionó claramente del lado de los británicos en la figura de su líder Ben Gurion, para luchar contra la Alemania nazi. Más de 36.000 voluntarios judíos lucharon mano a mano con las tropas británicas en la contienda, lo que además les supuso la adquisición de experiencia de combate que se revelaría decisiva en las posteriores guerras en suelo palestino. En esa época se creó con apoyo británico las unidad de élite denominada Palmaj. A finales de 1944 se creó una “Brigada Judía” dentro del propio ejército británico.
La contienda en Europa trajo la práctica aniquilación de las comunidades judías en Europa al mismo tiempo que el mundo era testigo del auge de los Estados Unidos y la Unión Soviética como grandes potencias así como el declive de Francia y Gran Bretaña como potencias coloniales. Desde el punto de vista judío, la supervivencia de la Yishuv quedaba garantizada ya que la población había crecido desde los 85.000 habitantes de 1920 hasta los 560.000 al tiempo de la finalización de la Segunda Guerra Mundial. Estados Unidos, en la persona de su presidente Truman y debido a la presión de la influyente comunidad judía de aquel país abogó por la inmigración a tierras palestinas de los desplazados judíos supervivientes del Holocausto en Europa.
En el año 1946 se establece una Comisión anglo-americana de Investigación para estudiar la situación en Palestina. Lo novedoso de este enfoque es la existencia misma de este comité mixto, que revelaba la nueva posición de Estados Unidos y su papel como determinante del destino de la región. Chaim Weizmann lideraba el proyecto sionista por aquel entonces. En aquella época comenzaron a producirse ataques armados de carácter terrorista contra instalaciones británicas en Palestina, perpetradas por fuerzas judías como la voladura de todos los puentes de comunicación perpetrado por la Haganá (noche de los puentes, junio 1946) o el atentado con bomba del hotel Rey David (julio 1946), llevado a cabo por la organización terrorista Irgún. La propia inmigración judía hacia Palestina comenzó a utilizarse como un instrumento de desestabilización del equilibrio de fuerzas en la región. Esto unido a que el diálogo entre las comunidades hebrea y musulmana se encontraba en punto muerto, llevó a los británicos a dar por impracticable el Mandato y traspasar el problema a las recién creadas Naciones Unidas en 1947. Es destacable cómo esta decisión coincide en el tiempo con la independencia de la India del Imperio Británico; por lo tanto, sin presencia en aquellos territorios y sin necesidad de asegurar las rutas comerciales, la presencia británica en Palestina carecía de valor geoestratégico.
En mayo de 1947, las Naciones Unidas establecen un Comité Especial sobre Palestina. Dicho Comité planteó una propuesta de partición del territorio en dos estados: uno judío y otro árabe. La solución materializada a través de la Resolución 181 no convencía demasiado a ambas comunidades aunque iba a recabar algún apoyo insospechado como el de la Unión Soviética, deseoso de terminar con la influencia británica en la región. La Asamblea General de las Naciones Unidas votó a favor de la partición de Palestina en noviembre de 1947, lo que dejaba menos de la mitad del territorio a una comunidad árabe que constituía los dos tercios del total de habitantes. Quedaban abiertas las puertas a la confrontación bélica.
Las hostilidades se desataron en diciembre de 1947, el día siguiente a la firma del Plan de partición, y se prolongaron hasta el 14 de mayo de 1948, fecha que supone el fin del mandato británico en Palestina. Fue una confrontación civil entre ambas comunidades que inicialmente supuso una pugna por el control de las vías de comunicación. En el mes de marzo, la comunidad judía parecía estar al borde de la derrota y las fuerzas irregulares árabes, se vieron apoyadas por una milicia denominada “Ejército Árabe de Liberación” compuesta por voluntarios venidos de fuera. Mientras las tropas británicas procedían a su retirada, en la ciudad de Jerusalén quedaron cercados unos 100.000 judíos. Pero en abril, los judíos pasan al contraataque y comienzan a ocupar las poblaciones árabes que se encontraban dentro del área delimitada para ellos. Los hebreos ponen en marcha el Plan Dalet o Plan D que consistía en controlar las zonas del estado hebreo y asegurar sus fronteras, lo que provocó las primeras oleadas de refugiados palestinos. Finalmente, la confrontación terminó con una balance favorable del lado judío aunque se produjeron importantes episodios de violencia sectaria como la matanza de árabes en Deir Yassin (9 de abril de 1948) o la posterior represalia árabe contra un convoy médico en Hadassah (13 de abril de 1948). Un mes después, se produjo una nueva matanza en el asentamiento judío de Kfar Etzion, entrando en una espiral de violencia de difícil salida. Finalmente, Ben Gurion declara unilateralmente la independencia del estado de Israel el 14 de mayo de 1948, iniciándose una nueva fase de la guerra con los estados colindantes: Jordania, Egipto, Líbano y Siria.
Voluntarios árabes en Palestina, 1947
Los estados árabes circundantes: Iraq, Transjordania y Egipto, habían dudado hasta el momento si intervenir de manera directa en apoyo de la causa palestina aunque cada estado tenía su propia agenda y a menudo, intereses contrapuestos. En los primeros momentos de confrontación, con un balance de fuerzas muy favorable a los árabes, fue determinante el suministro de armas a los judíos provenientes de un país del bloque comunista como Checoslovaquia. Finalmente, el estado judío amplío su territorio de manera considerable a costa de la comunidad palestina.
Finalmente, cuando terminaron las hostilidades se produjeron dos narrativas muy diferentes de la contienda: para los judíos fue una victoria épica en un contexto de inferioridad manifiesta y para la comunidad palestina, supuso la dispersión de su pueblo, así como la pérdida de sus hogares y la partida como refugiados para muchos. Esta serie de eventos traumáticos es lo que se conoce como “Nakba” (desastre) y constituye el nudo central que forja la identidad nacional Palestina. A finales de 1949, más de 700.00 personas, lo que constituía prácticamente la mitad de la población autóctona, habían tenido que abandonar sus hogares y huir a los países vecinos (Jordania, siria y Líbano fundamentalmente) o a otros territorios de Palestina (Gaza y Cisjordania). Existe una percepción de profunda injusticia histórica por parte de la comunidad palestina respecto de los hechos de 1948. Algunos pensadores árabes como el sirio Sadiq al-Azm criticaron en cierta manera esta lógica apologética carente de cualquier atisbo de autocrítica. Desde la narrativa israelí, los palestinos dejaron en ese momento coger las riendas de su propio destino y su problemática quedó diluida en el marco del conflicto árabe israelí más amplio. El propio término Palestina dejó de tener vigencia a partir de 1948, desapareciendo como entidad geográfica pasando a denominarse Israel conjuntamente con la franja de Cisjordania y la de Gaza bajo dominio egipcio.
Las Naciones Unidas aprobaron el 11 de diciembre de 1948 la Resolución de la Asamblea General nº 194 en la que, entre otras disposiciones, se apuntaba el “derecho al retorno” de los refugiados palestinos “para vivir en paz con sus vecinos” y con la vaga fórmula de que ese retorno “deberían ser permitido” en el futuro en “fecha practicables”. Está claro que sólo las autoridades israelíes pueden permitir ese retorno pero esa circunstancia aún no se ha producido a día de hoy.
La Nakba creó una situación humanitaria de emergencia que lleva a la Asamblea General de las Naciones Unidas el 8 de diciembre de 1949 a crear una agencia específica, la UNRWA, para apoyar a la población refugiada de palestina. Con un mandato inicial de 3 años, todavía hoy sigue operando.
ESCALADA Y CONGELACIÓN DEL CONFLICTO
Los Armisticios firmados entre Israel y los países vecinos no logró traer una paz definitiva. La franja de Gaza quedó bajo control egipcio, Cisjordania bajo control jordano y los Altos de Golán permanecieron como una zona parcialmente desmilitarizada. Al finalizar dicha contienda, Israel forjó los principios de su doctrina militar de seguridad para asegurar su propia supervivencia, que duran hasta hoy en día, basada en los siguientes pilares: un potente reserva como columna vertebral de las fuerzas armadas, preferencia por llevar la guerra contra el enemigo fuera de las fronteras de Israel, establecer una fuerza militar con suficiente poder de disuasión, empleo generalizado del ataque preventivo, operaciones de corta duración y con una conclusión rápida y decisiva.
La región a principios de los años 50 presentaba un panorama complicado ya que en Siria se habían sucedido varios golpes militares y en Egipto tuvo lugar un golpe de estado en 1952 que alzó al poder a Gamal Abd al-Nasser. En pleno auge de la guerra fría entre los bloques norteamericano y soviético, Oriente Medio no era ajena a dicha escalada militar. Israel estaba obsesionado en mantener el statu quo generado después de la guerra de 1948 y era poco propicio a realizar concesiones en el plano geográfico, cediendo por ejemplo parte de la región sur del desierto del Negev, o demográfico, permitiendo el retorno de los refugiados palestinos. Mientras tanto, en las fronteras entre Israel con Egipto y con Jordania, no cesaban de producirse incidentes armados. En Egipto despuntaba la figura del carismático líder Nasser que en el marco de la Guerra Fría, viraba cada vez más hacia la órbita soviética con su modelo de panarabismo y socialismo árabe que perseguía la liberación del pueblo árabe del imperialismo.
En Jordania, la comunidad palestina constituía una mayoría considerable de la población y el estado pretendía su absorción a costa de la eliminación de su identidad en sí, lo que se refleja incluso en el propio término utilizado por Jordania para referirse a los territorios de la orilla oeste del río Jordán como “West Bank”. Pero Nasser y otros líderes árabes estaban muy interesados en promover en lo que se ha venido a llamar “Renacimiento de la Identidad Palestina”, algo que los palestinos acogieron con entusiasmo.
En este contexto, surgieron dos líneas paralelas de acción en el mundo árabe: por un lado, el nacimiento de un movimiento palestino con el objetivo de organizar una lucha autónoma desde la clandestinidad y, por otro, un movimiento público panárabe de solidaridad con la causa palestina a través de las reuniones y decisiones en el marco de la Liga Árabe. Esta segunda línea de acción culmina en mayo de 1964 con el nacimiento de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP). Su primer líder fue el libanés de origen palestino Ahmad al-Shuqayri. En cierto modo, había un gran interés por parte algunos de los países patrocinadores de la creación de la OLP como Egipto o Jordania, en su control de alguna manera. Del primer movimiento clandestino mencionado anteriormente, surgen pequeñas organizaciones al margen de la Liga Árabe e incluso de la propia OLP, como Fatah fundada en Kuwait por Yasser Arafat. La primera acción militar de Fatah consistió en un ataque contra el sistema de distribución de agua de Israel, que tuvo lugar el 1 de enero de 1965.
Mientras tanto, en Jordania, las relaciones entre la OLP y el el rey Hussein se deterioraban rápidamente hasta llegar hasta el estado de confrontación en el año 1966. Fatah seguía con sus operaciones militares contra Israel desde Cisjordania, para mayor indignación del rey Hussein. El otro foco de tensión en la región eran las fricciones en la frontera entre Israel y Siria por la infiltración de combatientes palestino así como por el uso de los recursos hídricos, ya que el suministro de agua desde el lado sirio era de vital interés para Israel.
En junio de 1967, tiene lugar la llamada “Guerra de los 6 Días” en el que se enfrentaron una Coalición de Países Árabes e Israel. El resultado fue una gran derrota para los países árabes. Israel tomó militarmente la franja de Gaza y la península del Sinaí a Egipto, Cisjordania y Jerusalén Este a Jordania y los Altos del Golán a Siria. Tras la guerra, las Naciones Unidas emitieron a través del Consejo de Seguridad la Resolución 242, de 22 de noviembre de 1967 en el que se enfatizaba la “inadmisibilidad de adquirir territorios por medio de la guerra” instando a buscar una solución de paz duradera por medio de la “retirada de las tropas israelíes de los territorios ocupados en este conflicto” y a través del respeto a la soberanía, integridad territorial e independencia política de cada estado en la región y su derecho a vivir en paz, dentro de fronteras seguras y reconocidas libres de amenazas o actos de fuerza”. La resolución daba carta blanca a poner en marcha la fórmula “paz por territorios” por la que Israel condicionaba la progresiva retirada de sus fuerzas militares a la obtención de garantías de paz. Por otro lado, la nula alusión de la misma al conflicto palestino, dejaba a esta comunidad fuera de juego y su lucha diluida en el marco del conflicto árabe-israelí. Al mismo tiempo, comenzaba a instaurarse una práctica que se iba a revelar de desastrosas consecuencias para el futuro, como la de establecer asentamiento judíos en Cisjordania, en ocasiones con el consentimiento de las autoridades, otras no.
Después de 1967, la lucha de algunas organizaciones palestinas como Fatah contra Israel continuó desarrollándose fundamentalmente desde suelo jordano, pero ya desde la orilla este del Jordán. Los palestinos habían constituido prácticamente un estado dentro del propio estado de Jordania. Esta situación, provocó la respuesta armada de Israel que se materializó en los graves enfrentamiento de Karameh en marzo de 1968. Para los palestinos, supuso una gran victoria simbólica contra el poderoso enemigo israelí, a pesar de la decisiva participación de las fuerzas armadas jordanas en los incidentes. Jordania asistió en aquellos momentos a la transformación de la OLP desde una organización de carácter político en otra paraguas de diferentes grupos militares, en los que iba a despuntar la organización Fatah, liderada por Yasser Arafat. Las cada vez más frecuentes operaciones militares israelíes en el valle del Jordán, obligaban a los combatientes palestinos a adentrarse cada vez más en territorio jordano, especialmente en Ammán, llegando a amenazar incluso la propia estabilidad del país.
En Septiembre de 1970 se produce un fuerte choque entre los grupos armados palestinos y las tropas jordanas, en lo que después de ha venido a conocer como Septiembre Negro. Los palestinos creyeron que su levantamiento sería visto con simpatía por la población, además de por alguna potencia regional como siria pero finalmente fueron derrotados de manera estrepitosa. En definitiva, para los grupos armados palestinos supuso una gran derrota y su expulsión definitiva de Jordania, perdiendo dicho territorio como base de operaciones y trasladándose al Líbano. Para mediados de 1973, la OLP estaba plenamente establecida en Líbano.
El 6 de octubre de 1973 se produce un ataque sorpresa por parte de Egipto y Siria sobre Israel. Dicho conflicto recibe el nombre de “Guerra del Yom Kippur” por coincidir con dicha fecha sagrada del calendario judío. Pese a los iniciales éxitos militares en los frentes del Sinaí y los Altos del Golán fueron rápidamente revertidos por el contraataque israelí, imponiéndose un Alto el Fuego auspiciado por las grandes potencias a través de la Resolución 338 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, adoptada el 22 de octubre de 1973. En los años posteriores se llegaron a acuerdos parciales de resolución del conflicto, siendo los más importantes de ellos los suscritos entre Egipto e Israel y auspiciado por el presidente norteamericano Jimmy Carter, “Acuerdos de Camp David”. En los Acuerdos, se hacía una especial referencia al problema palestino, contemplando una autonomía para los enclaves de Gaza y Cisjordania. Esta solución no parecía satisfacer las aspiraciones de la OLP. La firma de dichos acuerdos terminaba de certificar la retirada de Egipto del “bloque árabe” en su lucha contra Israel.
Como ya había indicado anteriormente, la OLP había trasladado su base de operaciones a Líbano desde el año 1973. En el año 1982 Israel invade Líbano con el objetivo de terminar con el santuario que para la OLP suponía ese país, modificando el equilibrio de poderes sectario en apoyo del líder de la Falange, Bashir al-Jumayyil, perteneciente a la confesión cristiano-maronita. Israel fracasó en este último objetivo aunque con su intervención en la guerra civil libanesa consiguió expulsar a la OLP del territorio libanés. Esto provocó que el centro de gravedad de la política palestina se trasladase desde la diáspora, hacia el núcleo de los territorios de Gaza y Cisjordania. Los años 80 son testigos de un declive en el plano internacional para la OLP, tras su derrota en el Líbano.
LA PRIMERA INTIFADA Y LOS ACUERDOS DE OSLO
Dentro de Gaza y Cisjordania se producía una combinación de factores tales como las serias dificultades económicas, el estancamiento político bajo una ocupación militar de “puño de hierro” ejercida por Israel, que dió pie a la revuelta instigada por los sectores más jóvenes de la población palestina. Frente al tradicional movimiento de resistencia secular, adquirían cada vez más importancia los movimientos de tendencia islamista. La revuelta estalló de manera espontánea contra la ocupación israelí a finales de 1987. El levantamiento popular también llamado “Guerra de las Piedras”, a diferencia de la lucha armada desarrollada hasta entonces, que era vista como terrorismo desde muchos sectores, fue acogido con mayor entusiasmo a nivel internacional ya que estaba protagonizado por civiles desarmados contra el fuertemente armado ejército israelí, lo que deslegitimaba en última instancia la intervención de este. Además, los palestinos de a pie comenzaban a tomar las riendas de su propia lucha, desplazando a la OLP como su único portavoz. Por ello, la OLP tuvo que cambiar su estrategia rápidamente. Comenzó por aceptar la Resolución de NU 242 así como la de partición de 1947, iniciando el camino hacia el reconocimiento de la solución de dos estados. No obstante, la posterior alineación del líder de la OLP Yasser Arafat con Sadam Hussein, durante la Primera Guerra del Golfo de 1990-91, erosionó bastante la imagen del líder palestino de cara a las siguientes negociaciones a celebrar. El declive de la OLP como portavoz del pueblo palestino coincidía con el auge de los movimientos islamistas, gestado desde largo tiempo en los movimientos estudiantiles de Gaza y Cisjordania, que culminan con la revelación de la organización Hamas como protagonista de la Intifada de 1987.
Esta circunstancia, unida a la desaparición de la Unión Soviética del panorama internacional como gran potencia y tradicional aliado de la OLP, llevó a esta entidad a tomar la estratégica decisión de sentarse en la mesa de negociación. El colapso soviético provocó igualmente la emigración en masa de judíos a Palestina, casi un millón a finales de los 90, y el temor de que fueran ubicados en nuevos asentamientos en Cisjordania, llevó a Arafat a actuar de manera urgente y disponerse al diálogo con Israel. La OLP no pasaba por sus mejores momentos: el apoyo expreso a Sadam Hussein por parte de Yaser Arafat había provocado la hostilidad hacia la OLP de sus tradicionales financiadores del Golfo, lo que llevó a esta organización a la bancarrota. Además, existía un gran temor a perder el liderazgo político en los territorios ocupados en favor de la organización islamista Hamas. Del lado israelí, el primer ministro laborista Isaac Rabin estaba deseoso de firmar la paz con los vecinos árabes más inmediatos a Israel y en ese sentido, el problema palestino era pieza clave en cualquier acuerdo al que se llegara.
Resultado de dicho clima fueron los famosos Acuerdos de Oslo, que se habían gestado en las negociaciones secretas celebradas anteriormente en la capital noruega. Lo esencial de estos pactos era que ambas partes: Israel y la OLP se reconocían mutuamente. Palestina, reconociendo las resoluciones 242 y 338 de Naciones Unidas, renunciaba recurrir a la violencia así como reconocía el derecho de Israel a vivir en paz y con seguridad. Al mismo tiempo, Israel se comprometía a una retirada paulatina por fases de Gaza y Jericó. Se acordó igualmente el establecimiento de una Autoridad Palestina que iría progresivamente tomando el control de Gaza y Cisjordania, asumiendo funciones de seguridad. No se mencionaba expresamente la creación de un estado palestino aunque se tomaban los pasos previos necesarios para ello. La creación de una Autoridad Palestina, implicaba el establecimiento de órganos electos tales como la presidencia y la asamblea legislativa en ambos territorios. Israel pensaba que de este modo desactivaba el problema palestino en Gaza y Cisjordania.
Las primeras elecciones tuvieron lugar en 1996 y Hamas, que rechazaba el marco de los acuerdos de Oslo, declinó su participación. No obstante, quedaban en el aire importantes cuestiones no resueltas como el estatus de Jerusalén, capital deseada tanto por Israel como por un futuro estado palestino, los asentamientos judíos en territorios palestinos así como el retorno de la diáspora palestina de refugiados repartidos por todo el mundo. Estas cuestiones se iban a revelar como un obstáculo insalvable para profundizar en estos acuerdos. Además, los sectores palestinos más críticos con los acuerdos consideraban éstos más bien como una suerte de capitulación ante Israel. De igual modo se oponían amplios sectores de la derecha más radical israelí aunque por motivos muy distintos; no estaban por la labor de realizar concesiones en lo que consideraban territorios históricos del pueblo judío. Por lo tanto, existían poderosas corrientes contrarias a la culminación de los acuerdos y dispuestas incluso a utilizar la violencia para ello.
Los años siguientes a la firma, se produjeron toda una serie de episodios de violencia, atentados suicida y resistencia a desmantelar los asentamientos judíos que llevaron poco a poco a minar la confianza entre las partes. De hecho, en 1995 se produjo el asesinato del mandatario judío Isaac Rabin a manos de un extremista judío contrario a estas políticas.
LOS ACUERDOS DE CAMP DAVID DEL AÑO 2000
Una de las últimas intentonas de llegar a una solución negociada del conflicto palestino fue la de los Acuerdos de Camp David del año 2000, bajo los auspicios del presidente norteamericano Clinton. La negociación estaba protagonizada por el recién elegido primer ministro laborista israelí Ehud Barak (1999) y el líder palestino de la OLP Yasser Arafat. Israel ofrecía una retirada del 80% de los territorios ocupados de Cisjordania y los palestinos se negaba, argumentando que Israel ocupaba ya el 78% de la Palestina histórica; es decir, Israel dentro de las fronteras vigentes hasta 1967. Gaza y Cisjordania constituía por tanto el 22% que quedaba de Palestina y los palestinos no estaban dispuestos a renunciar a ello. Para Israel, el punto de partida eran las fronteras de 1967, para Palestina las de 1948. Cuestión no menos espinosa era la de la ciudad de Jerusalén, capital indivisible de Israel para los judíos, capital histórica del pueblo palestino, centro neurálgico tanto para los creyentes musulmanes como para los hebreos. Jerusalén alberga en un espacio de unas 15 hectáreas tanto el Monte del Templo, lugar más sagrado para los judíos, como la Explanada de las Mezquitas o “Noble Santuario”, tercer lugar más sagrado para los musulmanes después de la Mecca y Medina. Incluso en el hipotético caso de llegarse a un acuerdo para la división de Jerusalén, sería imposible llegar a un pacto para dividir los lugares sagrados. La cuestión más irresoluble de todos los contenciosos era el retorno de los palestinos refugiados: el lado palestino argumentaba que era un derecho que debía ser efectivo para todo palestino en el exterior mientras que el lado israelí argumentaba que podía verse limitado por razones de soberanía nacional.
En las raíces del problema palestino hay dos conflictos subyacentes: uno el conflicto entre estados que enfrenta a los estados árabes de la región con Israel desde 1967 y otro el conflicto entre Israel y Palestina que arranca en el año 1948; ambos generan una serie de problemáticas diferentes y diversas, aunque tengan fuertes conexiones como si fueran vasos comunicantes. Sin lugar a dudas, el conflicto más enconado y complicado de resolver es este último y el descarrilamiento de los procesos de Oslo y Camp David iban a dar buena muestra de ello. Este fracaso iba a abrir la puerta a una segunda revuelta.
LA SEGUNDA INTIFADA
Si la primera Intifada fue un levantamiento popular espontáneo, la segunda distó mucho de tener dicho cariz. Denominada también de Al Aqsa, se produce a partir del 29 de septiembre de 2000, en plenas negociaciones de Camp David, cuando el entonces líder de la oposición israelí Ariel Sharon visita la zona exterior del recinto de la Cúpula de la Roca y la mezquita de al Aqsa, en lo que fue interpretado como una grave provocación por parte de los palestinos.
La tensión fue en aumento entre ambas comunidades lo que degeneró en la muerte de civiles palestinos a manos del ejército hebreo. El proceso de paz estaba herido de muerte, ocupando de nuevo Israel durante la operación “Escudo Defensivo” territorios que había liberado en Cisjordania en el marco del proceso de Oslo.
En esta época, se generalizó el empleo de comandos suicidas por parte de algunas organizaciones palestinas, atacando a civiles en zonas concurridas de ciudades como Tel Aviv o Haifa. En esta espiral de violencia se dio un portazo a cualquier posibilidad de salida negociada al conflicto.
A partir del año 2000, el político derechista del Likud Ariel Sharon ocupaba el cargo de primer ministro. Sharon era conocido por su vinculación con las matanzas de los campos de refugiados palestinos en Líbano de Sabra y Chatila, calificadas como acto de genocidio por Naciones Unidas. Su procedencia política de la derecha más radical hacía presagiar una agenda complicada en la gestión de la cuestión palestina. En el verano de 2005 toma la decisión unilateral de retirar las tropas israelíes de Gaza así como cualquier tipo de asentamiento judío, entendiendo que era lo que más convenía estratégicamente a Israel en aquel momento para evitar un mayor desgaste. Pero el fracaso de las negociaciones de paz iban a suponer un serio revés para Fatah, que asistió impotente al auge de la organización islamista Hamas y su fuerte penetración en la sociedad palestina. Los islamistas de Hamas barren en las elecciones legislativas de 2006 de la mano de Ismail Haniyeh generando un nuevo problema en el conflicto como era el de quién realmente representaba al pueblo palestino a partir de entonces.
A partir del año 2002, como consecuencia de la generalización de acciones suicidas perpetradas por palestinos, Israel aduce razones de seguridad para comenzar a construir un sistema de vallas, alambradas y muros siguiendo el trazado de la antigua “Línea Verde” del armisticio de 1949 y adentrándose en muchos lugares para rodear los múltiples asentamientos judíos que hay en Cisjordania. Desde la narrativa palestina, esto no supone más que un ahondamiento en la política de hechos consumados, perpetuando un sistema de “bantustanización” de las comunidades palestinas al estilo del sistema de Apartheid que regía en el pasado en Sudáfrica.
El último gran intento de negociaciones directas entre Israel y Palestina se produjo en 2008 entre el presidente palestino Mahmoud Abbas y el primer ministro israelí Ehud Olmert. En dichas negociaciones se acercaron posturas en muchos puntos puntos de la agenda pero lejos de acercar las grandes cuestiones de la disputa de 1948. El principal escollo lo constituían las cuotas de refugiados palestinos retornados que Israel estaba dispuesto a admitir. Pese a que ambas partes estaban de acuerdo en la solución de los dos estados, a la hora de negociar elementos concretos cada parte tenía la convicción de que la otra se inmiscuía en cuestiones soberanas del otro: si Israel consideraba inasumible el retorno de ciudadanos palestino a su propio territorio, Palestina rechazaba frontalmente que Israel controlase elemento de su seguridad o incluso el espacio aéreo. Por aquel entonces, faltaban pocos años para producirse un fenómeno que iba a pasar como un ciclón por numerosos países del norte de África y Oriente Medio e iba a modificar totalmente el equilibrio de poderes en la región, eclipsando aún más si cabe el conflicto de Palestina. Dicho fenómeno fue el de las “Primaveras Árabes”.
LAS OFENSIVAS MILITARES EN LA FRANJA DE GAZA Y LA MARCHA DEL RETORNO
A partir del año 2008, se impone por parte de Israel un bloqueo a la franja de Gaza, controlada por el movimiento islamista Hamás, y se suceden diversas ofensivas relámpago israelíes: Plomo Fundido (entre el 27 de diciembre de de 2008 y el 18 de enero de 2009), Pilar Defensivo (noviembre de 2012) y la más mortífera de todas Margen Protector, con un saldo de más de 2000 muertos, quedando las infraestructuras civiles del enclave seriamente dañadas.
En fechas más recientes, concretamente a partir del 30 de marzo de 2018 se han producido una serie de manifestaciones populares en la franja de Gaza bajo el nombre de la “Marcha del Retorno” que a día de hoy amenazan con degenerar en una nueva espiral de violencia en la que se podría desarrollar una nueva operación militar por parte del ejército israelí.
CONCLUSIÓN: LAS DOS NARRATIVAS DEL CHOQUE DE TRENES
El conflicto entre Israel y Palestina es percibido de manera muy diferente por ambas partes. Mientras que para el lado israelí se ha percibido desde los inicios como un acto de justicia histórica y los acontecimientos posteriores se justifican en la autodefensa, para el lado palestino, la propia creación de Israel y el asentamiento del pueblo judío en Palestina constituye un acto de agresión en sí mismo, aparte de una profunda injusticia histórica. Ambas narrativas difieren tanto de sí que es prácticamente imposible tender puentes entre ellas.
La justificación israelí de su manera de proceder a lo largo de todos estos años en base a razones de autodefensa así como la propia existencia del estado de Israel a función de unas pretendidas raíces históricas bíblicas, parece entrar en la noción del concepto de Nietzsche de “pasado utilizable”, que es en última instancia la justificación de la mayoría de los gobiernos nacionalistas. Por otro lado, la existencia del estado de Israel, sea fruto o no de un error histórico, no se puede desmontar si recurrir a una solución que seguramente sería mucho más injusta. Las posturas se han enconado en tiempos recientes y determinados gestos políticos no han ayudado a crear un clima de distensión, como el reciente reconocimiento a finales de 2017 de Jerusalén como capital del estado de Israel (aunque Israel ya lo había declarado desde 1980) por parte de la administración Trump.
El marco legal en que se mueve el desarrollo actual del conflicto es el de una Ocupación Militar tal y como refleja la IV Convención de la Haya relativa a las leyes y costumbres de la guerra terrestre de 1907 y la IV Convención de Ginebra de 1949 relativa a la Protección debida a las personas Civiles en Tiempos de Guerra así como su Protocolo Adicional de 1977, aplicable a la protección de las víctimas de los conflictos armados internacionales. (no ratificado por Israel).
Por otro lado, en ambas partes se produce un fenómeno de radicalización de sus discursos: por un lado, en Israel, triunfan las tesis más nacionalistas y militaristas bajo el actual gobierno de Netanyahu, alentadas por el auge y la explosión demográfica de los jaredíes o ultraortodoxos, que representan ya el 11% de la población de Israel. aunque Netanyahu procede de la élite askenazí (judíos europeos) conecta a la perfección con los sectores conservadores de la comunidad mizrají (judíos orientales y levantinos) y es consciente de la importante proyección de las comunidades ultraortodoxas. Quedan marginados en la sociedad hebrea los judíos que proceden de África, también llamados peyorativamente falashas. La sociedad israelí está fuertemente polarizada, ignorando su pasado diverso.
Del lado palestino, encontramos una sociedad extenuada, cansada de muertos, destrucción, guerra y limitaciones como consecuencia del bloqueo y la ocupación militar. De igual modo, el llamado movimiento de resistencia palestino se encuentra profundamente fragmentado, pese a que a finales de 2017 los principales grupos Fatah y Hamas escenificaran la reconciliación después de años de desencuentros. En la última revuelta han adquirido protagonismo grupos más minoritarios y combativos como la Yihad Islámica. Existen pocas esperanzas en la comunidad palestina de la diáspora de que el ansiado retorno se produzca y en ese sentido, el tiempo corre en su contra.
Mientras tanto, el contador de víctimas mortales sigue su marcha: 9.500 palestinos y 1.246 israelíes en lo que llevamos de siglo XXI, demostrando que existe una clara desproporción de fuerzas y que, aunque la mayor parte de las víctimas caen del lado palestino, se trata de un conflicto que causa dolor y sufrimiento generalizado.
Actualmente no existe ningún proceso de paz ni de diálogo directo entre Israel y la Autoridad Palestina. Ante dicha tesitura, no cabe esperar una desactivación del conflicto, antes bien, en el volátil panorama que se presenta es previsible una nueva escalada que seguramente pasará desapercibida en la vorágine de la convulsa situación política y militar de Oriente Medio. En estos momentos se requiere de dos condiciones para emprender el camino de la mesa de negociaciones de nuevo: voluntad y clima favorable, y no parece que tenga lugar ninguna de las dos. No obstante, a veces pasa desapercibido un factor que puede ser determinante y es el del gesto, y eso no es tan difícil que se produzca.
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