Crisis económica, desempleo y salud mental

Por Miguel Coque Durán @CoqueDuran


El estudio “Impacto de la Crisis Económica en la salud mental de la población”, sobre sus perniciosos efectos en la salud mental de un colectivo de riesgo como son las personas que se encuentran en desempleo y sus familiares, promovido por el “Observatori de Salut Mental de Catalunya”, debería ser un informe de cabecera, recurrente en las administraciones y en las organizaciones sociales para mejorar la gestión de las consecuencias que se están visualizando en nuestro país y aquellas que se están conformando y que aún no han emergido por un silencio clínico, sin duda amortiguado por la acción de soporte que ejercen las redes familiares, pero que de mantenerse las condiciones laborales precarias y unas tasas de cobertura de prestaciones por desempleo cada vez más exigua, llegarán a aflorar con consecuencias irreversibles.

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Condiciones precarias laborales que correlacionan al mismo tiempo con recortes sanitarios, fruto de unas políticas neoliberales, que dificultan un modelo integral de abordar el diagnóstico y el tratamiento de lo que debiera ser atención específica a un grupo de riesgo como son las personas en desempleo, contemplando variables que inciden en una mayor prevalencia de trastornos mentales en función del género, la edad, del nivel formativo, del periodo de desempleo, de la clase social, etc… y que son vividas con contenidos discursivos específicos según sean personas en busca del primer empleo, si acaba de ser despedida o fantasea con un posible despido.

Lo que se evidencia es que en su narrativa individual en unos se manifiesta la desmotivación y en otros el miedo, o ambas a la vez, constatándose que los servicios de salud detectan un incremento significativo de consultas clínicas, desde el inicio de la crisis, clasificándose globalmente en: «Trastornos adaptativos relacionados con la situación económica y el paro, Patologías relacionadas con el debilitamiento del sistema inmunológico, provocadas por la persistencia de un estado de estrés, Consultas relacionadas con manifestaciones de tensión emocional (insomnio, lumbalgias, cefaleas tensionales, etc.) y Consumo al alza de psicofármacos ansiolíticos y antidepresivos».

Muchos profesionales relatan que aparece la ideación autolítica o presencia persistente en el sujeto de pensamientos o ideas encaminadas al suicidio

El estudio incide en que la crisis se produce en un contexto donde el marco social está marcado por una sociedad individualizada e hiperconsumista, donde las personas acuden a los Servicios Sociales de Base y a las Áreas de Salud manifestando predominantemente el sentimiento relativo a la perdida de control sobre sus propias vidas, con anticipaciones negativas que corren el riesgo de convertirse en profecías autoincumplidas y con escasos recursos para salir del bloqueo y amortiguar la presión social que muchas veces culpabiliza, no inocentemente, a la persona por su situación laboral. En ese contexto, muchos profesionales (Thornicroft y Tansella, 2005)   relatan que aparece la ideación autolítica o presencia persistente en el sujeto de pensamientos o ideas encaminadas al suicidio; más por incapacidad de encontrar una salida que por el deseo de quitarse la vida.

Adelantarse a este momento debería ser un objetivo institucional, porque las estrategias personales en positivo no duran y la tendencia, en función del tiempo que se lleve en desempleo, suele terminar generando ideas mágicas que confían a la suerte el logro de un empleo, que difícilmente ocurrirá con peso desde un punto de vista estadístico, y que termina correlacionando con una caída depresiva en la persona desempleada.

Es en ese espacio donde deben intervenir no solamente los profesionales de la salud (psicoterapia, trabajo comunitario, farmacología…) sino las políticas activas, preventivas y comunitarias relacionadas con el empleo que salvaguarde a la persona desempleada de caer en lo que sabemos que casi con seguridad puede ocurrir. Ese espacio de trastorno cognitivo está inevitablemente ligado a los soportes que puede generar la sociedad (familia, amigos, administraciones…) y que en una sociedad cada vez más individualizada son más difíciles de encontrar. Por ello, la necesidad de anticipación institucional para evitar costes humanos, económicos y sociales a posteriori, relacionados con la cronificación del conflicto (*).

En la misma dirección, otro estudio: “Los riesgos para la salud mental de la crisis económica en España: evidencia desde los servicios de Atención Primaria”, tomando como referencia 2006-2011, ha comparado la prevalencia de los trastornos mentales en los servicios de Atención Primaria, poniendo de manifiesto que desde el inicio del periodo de recesión económica en España, el trastorno depresivo mayor se ha duplicado en este periodo. Y esta situación se ha dado cuando aún no habían arreciado los recortes en materia sanitaria durante los años 2011 al 2015 por un gobierno que rebajó el gasto en la sanidad pública y lo elevó en la sanidad privada, con claro interés de servicio a su clase.

Integrar políticas de salud mental y empleo es el embrión para confrontar decididamente el abordaje contra una bomba de relojería que es el malestar mental

¿Hasta qué punto el malestar mental está siendo amortiguado únicamente por la farmacología?(**). Partiendo de los datos epidemiológicos actuales que tienen las administraciones no sería más consecuente que se invirtieran gran parte de los esfuerzos en planes de prevención, como sería la atención a la salud mental en los servicios de Atención Primaria centrada en este grupo de riesgo y ligada a acciones terapéuticas y de carácter colaborativas, de intervención social e incluso de políticas activas de empleo, para amortiguar el coste de estas dolencias que, sin duda, tendría una aminoración de costes posteriores relacionados con cuidados formales e informales y respecto a las bajas en la productividad laboral. En paralelo, la lucha contra el estigma asociado a los trastornos mentales debería ser otro capítulo en la normalización de los trastornos mentales que favorecerían sin duda la integración de estas personas.

Romper con la invisibilidad de ese malestar mental seguro que no es un objetivo de este sistema, ni de las políticas que lo sustentan, donde solo hay respuestas rentables para las empresas farmacéuticas. Integrar políticas de salud mental y empleo es el embrión para confrontar decididamente el abordaje contra una bomba de relojería que es el malestar mental, a no ser que sea un objetivo del propio sistema.

(*) Índice de Bienestar de Gallup-Healthways: encuesta que estudia los impactos en la salud mental del desempleo a largo plazo.
Resultados: ·          Las personas en desempleo son tres veces más propensos a estar deprimidos por tiempo completo o sufrir depresión. 
·          El 5,6% de las personas con empleo padecen depresión, en los desempleados es el 12,4% y en los que llevaban más de 6 meses y medio asciende hasta 18%.
(**) La OMS ha advertido a los países occidentales que su economía no es sostenible en el futuro por problemas de salud mental, sobre todo por la depresión. En España, estamos gastando más de 20.000 millones de euros en mal atender la salud mental.

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