Olga Cantó Sánchez
En muchos países desarrollados la desigualdad de ingresos y la pobreza económica han crecido durante las últimas cuatro décadas. Los estudios sobre el tema ligan este progresivo aumento a la falta de mejoras de las políticas sociales que corrijan la creciente vulnerabilidad económica de amplias capas de la población, que sufren cada vez más precariedad laboral ligada al empleo temporal, a tiempo parcial y a los bajos salarios.
Un Estado que interviene menos de lo necesario
Así, a falta de una mayor intervención del Estado, el proceso de deterioro de las condiciones laborales desde los años setenta hasta hoy estaría detrás del progresivo crecimiento de las desigualdades y del empobrecimiento de la población en muchos países ricos.
La fuerte recesión económica de la última década, aderezada en Europa con políticas de consolidación fiscal, no habría hecho sino contribuir a deteriorar aún más el poder adquisitivo de muchos hogares con ingresos medios y bajos ampliando las diferencias de renta y aumentando el número de familias con ingresos inferiores al umbral de la pobreza, sobre todo en los países del sur del continente europeo.
Desigualdad de ingresos en aumento
Los autores del último informe sobre desigualdad global publicado por el World Inequality Lab en 2018 concluyen que la desigualdad de ingresos se ha incrementado en prácticamente todas las regiones del planeta en las últimas décadas, aunque a distintas velocidades.
Desde 1980, esa desigualdad de ingresos ha crecido en EE UU, China, India y Rusia, y también en los países europeos, pero con importantes diferencias en el nivel y en la tendencia. Es decir, se observa que países con un nivel similar de desarrollo tienen niveles de desigualdad muy distintos, lo que muestra la relevancia de las políticas y las instituciones nacionales para influir en ella.
Prueba de ello es que Europa y Estados Unidos tenían niveles de desigualdad de ingresos similares hace tres décadas y en cambio hoy se sitúan en posiciones muy diferentes.
Centrando la discusión en los países más desarrollados, el informe concluye que en Estados Unidos la participación del 1 % más rico en la renta nacional se ha duplicado en las últimas tres décadas, mientras que en los países de la Europa Occidental esta participación aumentaba de forma mucho más moderada.
Además, en Estados Unidos ha caído más de un tercio la participación de la mitad más pobre de la población en la renta nacional, mientras que en Europa se ha mantenido casi estable y solo se ha reducido ligeramente.
Diferencias entre EE UU y Europa
Según los autores, las claves para entender estas diferencias entre Estados Unidos y Europa son, en primer lugar, la enorme desigualdad educativa americana que no deja de crecer e impulsa la desigualdad salarial y, en segundo, el creciente aumento de la desigualdad de las rentas de capital en ese país y su cada vez menos progresivo sistema tributario.
Si nos situamos dentro del continente europeo, es importante subrayar que tanto en la dimensión de la desigualdad como en su tendencia también se observan importantes divergencias entre países a lo largo de las últimas décadas, lo que está íntimamente ligado a un distinto funcionamiento del mercado de trabajo en cada país y a la diferente intensidad protectora de cada sistema de Estado del bienestar.
En esta línea, los trabajos recientes sobre el tema constatan que los 27 países europeos son distintos en cuanto a la dimensión de los efectos redistributivos de sus sistemas de prestaciones e impuestos y que su evolución temporal a lo largo de la última década ha sido también diversa dependiendo de la evolución de las rentas de mercado y de las reformas llevadas a cabo durante la recesión.
Políticas de austeridad y aumentos de desigualdad
En general, la evidencia empírica reciente apunta a que las políticas de austeridad en muchos países de la Unión Europea han estado asociadas a aumentos en la desigualdad de renta disponible, principalmente en la parte alta de la distribución. No así en el caso de los países periféricos como España, donde los aumentos en los ingresos públicos se consiguieron a través del aumento de impuestos personales y de consumo, más que aumentando impuestos sobre los beneficios o las ganancias de capital.
Como consecuencia, en los países del sur de Europa la recesión económica junto con la consolidación fiscal ha impulsado el crecimiento de la desigualdad de la renta disponible y la reducción de la capacidad adquisitiva de muchos hogares modestos, colocados más bien en la cola baja de la distribución.
Como han revelado multitud de informes recientes, España es uno de los países de la OCDE en los que la desigualdad de ingresos ha crecido más durante la recesión y se coloca actualmente entre los 4 países con mayor índice de Gini de la Unión Europea, solo por detrás de Bulgaria, Lituania y Letonia.
Por tanto, lo que mantenía nuestra desigualdad de rentas cerca del nivel de otros países era la compresión de las rentas de mercado y el peso del sistema de pensiones contributivo, lo que hacía poco visible que el resto de nuestro sistema de prestaciones e impuestos, ya en aquel momento, no conseguía reducir las desigualdades como lo hacían los de otros países de nuestro entorno.
Cuando llegó la recesión
En consecuencia, cuando llegó la recesión y crecieron tanto el desempleo como el subempleo, la creciente desigualdad de rentas de mercado dejó ver que nuestro Estado del bienestar era débil y que sin reformas progresivas estábamos abocados a colocarnos a la cabeza de la desigualdad de renta disponible en el conjunto de los países de la UE.
Desgraciadamente, la recuperación del crecimiento y la reducción de la tasa de desempleo desde 2015 hasta hoy, por sí solas, no han conseguido colocarnos en los niveles de desigualdad de ingresos previos a la recesión como concluyen los autores del Informe sobre Bienestar Económico y Material del Observatorio Social de La Caixa y es muy preocupante ver claros indicios de aumento en el peso poblacional de los trabajadores pobres y de la precariedad laboral en los últimos años.
En poco más de una década el peso poblacional del subempleo, personas que viven en hogares donde los empleados están por debajo de un 20 % de su potencial de trabajo, ha aumentado en nuestro país de un 3 a un 7 %, y los ocupados que viven en un hogar pobre han pasado del 14 al 16 %.
Olga Cantó Sánchez, Profesora Titular de Universidad de Fundamentos del Análisis Económico, Universidad de Alcalá. The Conversation
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