Constantino Vidal Villaverde. La memoria de Porriño

Por María Torres

Constantino tiene 92 años. Vivió la llegada de la República, el golpe de estado, la guerra, la posguerra y la represión franquista.

Nació en Porriño en 1927. Era el segundo de los cinco hijos varones de la familia formada por Aníbal, natural de Tenorio/Cotobade, jefe de vías y obras del tranvía de Mondariz a Vigo, y de su esposa, natural de Porriño.

Los abuelos paternos eran grandes terratenientes, aunque a él siempre le contaron que eran agricultores. Su abuelo materno fue secretario general de Partido Socialista Obrero Español en Porriño, carpintero de profesión, que trabajó con el arquitecto y urbanista porriñés Antonio Palacios en el montaje de la carpintería del Palacio de Comunicaciones de Madrid.

Tino, como le gusta que le llamen, vivió la Guerra de España como si fuera una aventura, sin ser consciente de la tragedia hasta muchos años más tarde. Dibujó en una pared, sobre papel de estraza, un gran mapa de España, en el que iba señalando las batallas, las victorias y las derrotas de los dos ejércitos enfrentados. Con diez años, impartía charlas para informar del desarrollo de la Guerra. Tiempo después se afiliaría al Frente de Juventudes por salir del pueblo y participar en los campamentos que organizaban. Asegura que nunca sintió la vocación de ser falangista.

Constantino tiene una memoria prodigiosa. De niño enfermó de tuberculosis y aún recuerda el nombre y la composición de los medicamentos con los que fue tratado y cree que debe su larga vida a esa medicación. También recuerda con dolor los nombres de las víctimas de la represión en Porriño, muchos de ellos padres de sus amigos y compañeros de juegos. Habla de ellos, de su triste destino porque «sin duda a veces hay que hablar en nombre de los náufragos. Hablar en su nombre, en su silencio, para devolverles las palabras» (1)

«Uno de ellos se puso la camisa azul con las flechas y a matar …»

Durante nuestro encuentro mantuvo en sus manos una hoja de papel donde había escrito los nombres de las víctimas. Acariciaba constantemente ese trozo de papel que contenía la lista de la infamia.

Me habló de los cuatro hermanos Fernández Miniño «los tutes»: Eduardo, José y Rogelio, «fusilados por tres sinvergüenzas» en un monte cercano y cuyos cadáveres fueron arrastrados hasta Porriño por tres caballos. El cuarto hermano, Esteban, logró huir.

Cita a José Cordada Yáñez, que dejó viuda y dos hijos; a Juan José Teijeira Coto, estudiante de bachillerato; a Ramón Pérez Carbalino; a Emilio, que jugaba con él al fútbol y cuyos apellidos no recuerda; a Modesto el músico; a Toniño de Pintos, que dejó dos huérfanos y una hermana; a un tal López natural de Monforte que se casó en Porriño y que dejó tres hijos y el mayor se llamaba Manuel; a Segundo Freiría y a sus seis hijos pequeños; a los hermanos Pereira y a los Picoca, todos de origen portugués; al administrador de la oficina de Correos; a los mártires de Sobredo; a Mariana Dopazo Chaves; a Castillo, natural de Redondela y vecino de Porriño.

Continúa nombrando a Bermejo, a Saavedra «Peterre», a los hijos de Plácida, la que vendía plátanos y que tenían el apellido Miniño, a los hermanos Francés.

Cuenta que entre los detenidos y encarcelados se encontraba su mejor amigo. También José Santiago, ingeniero de Madrid y vecino de Porriño; José Pérez Reverendo, que arreglaba aparatos de radio, y el fotógrafo Gerardo Blázquez. Los tres eran repetidamente encarcelados y torturados cada vez que Franco visitaba Pontevedra.

Recuerda también a los huidos como Jesús Silva Ortuza, Esteban Fernández Miniño, y José Costafreda. Y a los que permanecieron ocultos como Adriano González «Viqueira» que se escondió dentro de una alcantarilla, al herrero Ferreiriño que pasó años oculto en una doble pared, al igual que otro de apellido Rey al que llamaban «Reisiño».

Alfredo Bautista Alconero, y el veterinario Nicanor Ocampo Otero fueron confinados en el campo de concentración de la Isla de San Simón.

«Pasas más hambre que un maestro escuela y eres más vago que la chaqueta de un guardia civil

Habla también de los maestros que fueron depurados, como el de Hermosende, de apellido Constela. Se hace un silencio. La voz se le quiebra y se le humedecen los ojos cuando cita a Don Antonio Farto Bravo, su maestro, su mecenas, director de la escuela nacional graduada de niños de Porriño, que residía en Vigo y cada día se desplazaba a Porriño a las siete de la mañana con una pequeña tartera bajo el brazo que contenía una mínima ración de arroz en blanco.

«Los recuerdos me matan»

Asegura que su «cabeza no para de trabajar». Cuando recuerda aquella Guerra que a sus diez años vivió como aventura, manifiesta que años después fue consciente de la miseria y el sufrimiento que sembró. Reconoce que su familia «vivía a lo grande», y que él terminaba regalando sus calcetines y zapatos a sus compañeros de juegos que iban descalzos.

Dice que un día estuvo frente al dictador, que le dio la mano y se arrepiente, que no se ha hecho justicia con la historia de los vencidos.

Nunca pensó que la dictadura fuese tan larga. No perdona que al pueblo, tras la muerte del dictador, no se le permitiera elegir entre monarquía o república, porque para él esa hubiese sido la auténtica democracia.

«El Estado español debe reconocer a las víctimas del franquismo»

Constantino afirma que si queremos un país democrático no podemos olvidar. «No hemos aprendido como sociedad. España es un país sin educación política y sin ella no hay futuro. El pueblo español no tiene futuro.»

«¿Quién era Franco? ¿Era un Dios?»

Termina diciendo: «Guardo muchos recuerdos, buenos y malos. Pido que algún día se reconozca lo que pasó.»

Agradezco a Tino que me recibiera en su domicilio, que me regalara dos horas de su tiempo, y que fuera tan generoso con los recuerdos.

Hago extensivo este agradecimiento a Ramiro Gutiérrez Crespo que hizo posible el encuentro.

(1) Jorge Semprún en La Escritura o la vida

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