Consejos vendo

Por Jesús Ausín

La General Textil es un negocio peculiar en cuanto a la titularidad del mismo. Desde su fundación allá por 1902, los dueños son los diez trabajadores de los almacenes. Sus estatutos como cooperativa, estipulan que la propiedad del negocio no es transferible y que el poseedor de las acciones será el trabajador que en el momento, esté en activo. Es decir que cada uno de los diez fundadores de la compañía, según fueron desapareciendo, no pudieron dejar en herencia las acciones a sus vástagos, pasando estas a ser propiedad del trabajador que sustituyó al desaparecido. Algunos, son nietos de los primeros fundadores que dejaron el puesto a su hijo o hija y estos, a uno de sus retoños. Otros, son sobrinos de los primeros socios porque no quisieron o no tenían hijos a los que introducir en el negocio. Incluso hay alguien como Benilda que entró a formar parte de la gran familia textil por casualidad ya que la introdujo allí un vecino que no tenía familia.

Desde siempre, las funciones han estado bien establecidas y reglamentadas. Hay quién se ocupa de los proveedores. Otro de la contabilidad. Uno dirige el negocio con los patrones y estrategias aprobadas en asamblea. Cinco de ellos atienden a los clientes en la gran tienda que tienen en el centro de la ciudad y otros dos se dedican a diversas funciones como la de Jefe de Almacén (y ayudante y carretillero, todo en uno) o como la de escaparartista, jefe de tienda o encargado.

El negocio siempre fue rentable. Aunque últimamente, debido a estrategias erróneas y a diversas acciones poco inteligentes que fueron consensuadas después de haberlas puesto en marcha, el negocio está en horas bajas. De seguir así, es muy posible que tras más de un siglo vendiendo todo tipo de telas, medias, botones, lazos, y cualquier objeto de mercería que puedas necesitar, La General Textil tenga que echar el cierre y sus diez trabajadores quedarse sin trabajo.

El primer error grave de la sociedad es haber creído que el hijo de un lumbreras de los negocios como el gran Orestes, tenía que parecerse obligatoriamente al padre. Y aunque el propio progenitor desaconsejó que fuera su hijo el que tomara las riendas de la dirección general (precisamente le dejó su puesto como accionista porque no le veía capaz de ganarse la vida por sus propios medios), tras la muerte repentina del bueno de Orestes, el resto de socios, quizá por pena, quizá porque creyeron que se lo debían al padre, o quizá porque el muchacho tenía una labia con la que hubiera sido capaz de venderle un congelador a un esquimal, le dieron la responsabilidad de ser el presidente de la asamblea de socios.  La primera medida que tomó es la de dejar de vender aquellos productos que él consideraba obsoletos pero que eran la fuente de mayores ingresos del negocio. Él quería que La General se pareciera a esos grandes almacenes que le hacen competencia tres calles más abajo, sin darse cuenta que la única forma de subsistir era la especialización. Una vez que dejaron de ser ese referente al que toda la ciudad se dirigía en busca de aquello que no podían encontrar en ningún otro sitio, los clientes comenzaron a esfumarse y los ingresos se fueron con ellos.

Orestes hijo, criado y educado en una facultad de económicas privada, en la que enseñan que los pobres lo son porque se lo merecen y que la economía es una ciencia que consiste en lo que ellos llaman “aprovechar la oportunidad” que no es otra cosa que beneficiarse de la desgracia ajena, no creía en la forma de negocio que regentaba. Según su criterio, no renta igual el trabajo del que atiende detrás del mostrador vendiendo botones, que el del director, sobre el que recae la estrategia y los objetivos o que el Jefe de proveedores que tiene que buscar la mejor oferta para que puedan ganar más.

Tras la mala decisión de convertir La General Textil en una tienda de confección más, llegó la de bajar los salarios a los cinco que atendían al público, aduciendo que era su mala gestión en el trato con los clientes la que estaba bajando la rentabilidad del negocio. Al principio, Orestes hijo lo adornó de tal manera que aceptaron la rebaja del 10% en el salario.  Más tarde, los damnificados fueron, Basilio, el del almacén y Eulogio el encargado de la tienda. Mientras los ingresos de la General seguían cayendo, Orestes hijo tomó la decisión de aumentarse un 20% el salario aduciendo que la presión era mucha y que la única forma de sobrellevarla era con dinero extra.

El ambiente entre los socios se ha ido enrareciendo más y más. En las asambleas de socios, en las que ya no se aprueba nada que no haya sido antes puesto en marcha por Orestes hijo, hay tres bandos diferenciados. Entre los miembros de distintos bandos no se hablan.

La gota que ha colmado el vaso de la paciencia ha sido que Orestes hijo, en un reportaje de la prensa local sobre negocios centenarios, ha tenido la jeta de decir que el almacén marcha viento en popa gracias a su gestión y a sus medidas. Dice que él ha modernizado un establecimiento obsoleto.

Los cinco socios vendedores, apoyados por el encargado y el Jefe de almacén, han convocado una asamblea extraordinaria con un único punto del día: el cese y la expulsión como socio de Orestes hijo.

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Un año más tarde, La General Textil, ha recuperado gran parte de sus clientes dedicándose a lo que se dedicó durante más de un siglo. El negocio nuevamente florece. Todos cobran el mismo salario y las decisiones han vuelto a la asamblea.

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Consejos vendo,…

El Alto Comisionado para la lucha contra la pobreza infantil Ernesto Gasco, al finalizar su visita en nuestro país, ha señalado que España tiene una de las tasas de pobreza infantil más altas de Europa, y que esta realidad no se corresponde con el hecho de que sea la cuarta economía de la Unión Europea. Ha trasladado la necesidad de combatir la pobreza infantil en España no sólo abordando la pobreza en el hogar, sino teniendo en cuenta “las características únicas de este fenómeno y el impacto que tiene a lo largo de la vida”. Ha hecho hincapié también en que “el gasto público en prestaciones familiares en España se encuentra entre los más bajos de la Unión Europea” y “necesita una mayor focalización” para ser más efectivo. Fuente: Comisionadocontralapobrezainfantil/gob.es

Es tremendamente indignante que mientras un funcionario de la ONU, nos saca los colores por la trágica situación en la que vivimos (aunque tú, querido lector no seas capaz de notarlo, la pobreza en España afecta a uno de cada tres niños y a uno de cada cuatro adultos), otro al que pagamos todos, el Gobernador del Banco de España, trabaje en nuestra contra. Y debería darles vergüenza a quiénes viven de ese organismo encargado de supervisar la solvencia de los bancos que no sólo fue inepto a la hora de velar por el cumplimiento de sus funciones, sino que como consecuencia de su nulo control de malas praxis, nos obligaron además a usar más de ciento treinta mil millones de dinero procedente de nuestros impuestos que antes se dedicaban a la sanidad, la educación, la dependencia o las pensiones, para tapar el tremendo agujero que su ineptitud y malas artes,  no fueron capaces de atajar. Como digo, es de un hijoputismo en grado máximo que este individuo se dedique en una entrevista al Financial Times a ponerse medallas y a insistir en las mismas recetas que han llevado a este país a la indigencia laboral, la miseria social y la pobreza individual. Insistir en que subir el Salario Mínimo y derogar la Reforma laboral son perjudiciales para nuestra economía, cuando tenemos datos de lo que ha supuesto para la sociedad: trabajo inestable, precariedad, salarios de miseria, pensiones en riesgo de desaparición, sistema sanitario público en plena desinstalación, futuro inexistente y una sociedad abrumada por la pobreza que se refugia en el fascismo, además de indecente, es una temeridad. Y más si el tipo que planta esas recetas cobra un salario público que para si quisiera cualquier trabajador: 114.000 euros en siete meses. ¿Por qué seguimos consintiendo que este tipo de cafres desde su moqueta y su mesa de caoba, desde su lujoso chalet en una zona exclusiva que le pagamos todos, sigan masacrando nuestro futuro para que ese 1% al que representa y protege, sigan siendo cada día más y más ricos a costa de que nosotros seamos cada vez más pobres?

¿Un gobierno que cuida de lo social, no debería cesar fulminantemente a quién no solo no representa lo que las personas han votado mayoritariamente sino que está dentro de la administración para minar esos objetivos sociales? ¿Debemos soportar que esta gentuza exclusivista siga abogando por limitar el futuro de nuestros hijos?

Estos días estamos asistiendo a un confirmación de lo que ya todos sospechábamos. La fiscalía anticorrupción acusa al amigo del insufrible ególatra, Francisco González, al que pusieron al frente de Argentaria para que, una vez fusionado con el BBV, les hiciera la cama a los dirigentes tradicionales de esa entidad y quedarse como dueño del cotarro del mayor banco del estado, fue capaz de usar las armas propias de la camorra para conseguir presionar y acogotar a sus rivales llegando, presuntamente, a la quema de un importante edifico en el centro de Madrid para evitar que sus chanchullos salieran a la luz.

¿Dónde estaba el Banco de España cuando todo esto sucedía? ¿Su misión no es velar por el buen funcionamiento y la estabilidad del sistema financiero español? ¿Entonces no había “recetas” milagrosas para impedir que unos camorristas de pacotilla espiaran a sus rivales para su propio beneficio?

Para empezar a cambiar las cosas lo primero que debería suceder es que estos personajes que jamás han pisado una boca de metro, que viajan en limusina con chofer que pagan otros y que conducen coches de cien mil euros en sus tiempos libres, que son capaces de gastarse mil euros en una comida o doscientos en una botella de vino, que no saben a qué huele el mercado, que no saben lo que es ir a suplicar al bancario de turno que por favor te dé un par de días más para pagar la hipoteca, que jamás han tenido que vivir entre humedades, que nunca han pasado frío a no ser esquiando en los Alpes, que jamás han visto a sus hijos llorar porque no pueden ir a la universidad, a pesar de ser buenos estudiantes, porque sus padres no pueden pagarles los dos mil euros que vale la matrícula, que no saben lo que es levantarse a las seis de la mañana y sufrir todos los días el sobaco de tu vecino en tu oreja una hora hasta llegar a tu trabajo, que jamás han tenido que esperar tres días a que te atienda el médico de familia por la saturación que hay en tu ambulatorio, que nunca han tenido que esperar diez meses para que te hagan una ecografía y que jamás han tenido que pedir para dar de comer a sus hijos, cada vez que recetaran uno de sus maravillosos consejos, los prueben en sus propias carnes, haciéndoles pasar tres meses con 700 euros, viviendo en un barrio de personas normales y probando su propia medicina.

Veríamos lo que tardaban en cambiar ese discurso de “consejos vendo que para mí no tengo”.

Qué fácil es predicar en el desierto que el agua es un bien escaso y que hay que limitarse a beber tres gotas al día, desde la piscina del único oasis que hay en dos mil kilómetros a la redonda sabiendo que a tu puedes beber la que quieras e incluso desperdiciarla en plantas ornamentales.

Seamos prácticos y expulsemos de nuestra sociedad a todos los Orestes hijos.

Salud, feminismo, república y más escuelas públicas y laicas.

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