Comunismo empresarial

Cantan para evadirse. Esa es la realidad, querido George. Cantan para no pensar en los mosquitos que les dejan los brazos, las piernas y la espalda como un colador. Cantan para olvidar que se han levantado a las seis de la mañana y que les esperan aún cinco horas más de calor sofocante, hasta que el ocaso del sol comience por el horizonte, agrietándose las manos con las pizcas de los capullos de algodón. Cantan para no oír el rugido de sus tripas. Porque el escaso desayuno lo quemaron hace tres horas y el almuerzo se hace esperar. Y la sopa de aguachirri que les servirán de pie y al sol, no tiene el fundamento ni la consistencia para aguantar el duro trabajo bajo un sol justiciero. Cantan para no pensar que el amo se llevó hace un rato a Shahi al cobertizo. Cantan para no pensar en lo que el seboso patrón le está haciendo. Cantan para evitar que el adolescente hijo de Shahi, en un arrebato de ira e impotencia, acuda al cobertizo, le parta la cara al amo y acabe con un tiro entre ceja y ceja. Cantan por las Shahis diarias, por los hijos que no son blancos, pero tampoco negros. Por las mujeres y los hombres que aguantan para no perder la vida. Cantan para no tener que pensar que quién les arrea con el látigo, como si fueran bestias, es uno de ellos…

  • Jamás hubiera pensado que los capataces fueran también esclavos, Johannes.

Este patrón, amigo mío, es un tipo con ideas modernas aprendidas en el College of New Jersey. Su abuelo conocía el valor de los esclavos y su imprescindible utilización para arar, sembrar, limpiar hierbas y recolectar el algodón. Para él eran esclavos, si. Pero aunque no sintiera ningún afecto humano hacia ellos porque para él únicamente eran un animal de trabajo más de la plantación, al menos los trataba como un valioso bien que hay que cuidar. Sabía que de su comida y de su bienestar físico dependían las cosechas.

Su hijo, el padre del actual patrón, un tarambana cuya única meta en la vida era hacer pasar por sus aposentos a todas las hembras de la plantación y darle al Bourbon mientras consumaba, estuvo a punto de perder la hacienda. Descuidó a los animales. Descuidó a los esclavos que cada vez estaban más escuálidos, rendían menos y se revelaban más aumentando considerablemente los intentos de fuga y las muertes tanto por mala alimentación y el esfuerzo considerable como por las fugas. La producción de algodón bajaba año a año, hasta el punto de hacer imposible económicamente el sustento de los animales, de los esclavos y de la propia granja. Menos mal que una gonorrea se lo llevó al infierno.

El hijo en pocas semanas se dio cuenta de que el gasto en esclavos improductivos era considerable y de que era necesario que ellos mismos se encargaran de auto vigilarse. La estrategia, sencilla. Hizo de los esclavos con más carisma, aquellos a los que los demás escuchaban, esclavos con privilegios. Se quitó en una sola acción a los líderes problemáticos e hizo que estos sometieran a los demás.

A cambio de azotar a los perezosos, de exigir siempre a sus compañeros de cadena más de lo que podían dar y de controlar que no haya intentos de fuga, denunciando a los que simplemente plantean la cuestión, el amo respeta a sus mujeres y las libera de tener que pasar por el cobertizo, les deja comer sentados y a la sombra, ser los primeros en ser servidos y vivir en un apartado con su familia dentro del barracón de los esclavos.

Además, querido amigo, ha hecho correr la voz entre los esclavos de que nadie tiene el puesto de vigilante asegurado y que cuando uno de ellos no cumpla, esté viejo, o sea vendido por alguna razón, su puesto será ocupado en función de los méritos observados por el amo.

La mayoría han caído en la trampa, amigo George. Hace muchos meses que ya no hay intentos de fuga. El rendimiento laboral de los esclavos ha mejorado y aunque le siguen mirando con recelo cada vez que escoge a una de sus mujeres para su disfrute, aunque se siguen quejando en silencio por la comida sin fundamento y  cantan para olvidar ya no crean problemas en espera del premio de tener privilegios.

  • Un monstruo este tipo, querido Johannes.

“Me pregunto en qué clase de sociedad vivimos, qué democracia tenemos donde los corruptos viven en la impunidad, y al hambre de los pueblos se la considera subversiva”

Ernesto Sábato

“La nueva dictadura es aquella que, disfrazada de democracia, nos  ha convencido que lo que es legal para los gobiernos, sin embargo es un delito para el pueblo.”


Por Jesús Ausín

Hace unos días, en una entrevista que Javier Gallego Crudo le hacía en su programa de radio Carne Cruda al músico Kiko Veneno, escuché una idea que hace tiempo me viene rondando la cabeza y que  no sabía muy bien cómo expresarla. Decía Kiko Veneno (un tipo del que me sorprendió gratamente su intelectualidad), que el Capitalismo se ha convertido en el comunismo de las empresas.

No estoy muy de acuerdo en el nombre aportado, pero si en la explicación del concepto. Lo que eso significa es que estamos sometidos a la tiranía del poder económico. Decía él, y no le falta razón, que en la actualidad, si a una gran multinacional le hace sombra una pequeña empresa, esta acaba siendo comprada por esa gran corporación que finiquita, a base de dinero para sus dueños o accionistas, el problema que representa la competencia. De igual manera, si una gran multinacional es acosada por un país, esa multinacional se adentra hasta la cocina en ese estado, comprando políticos, montando formaciones políticas que defiendan sus intereses y/o adquiriendo el capital social de los medios de comunicación para que desinformen de forma que, en las elecciones, ganen aquellos que son convenientes para los intereses de esa o esas multinacionales. Y si todo eso no funciona, siempre queda el asesinato como hicieron con el obispo Romero en Costa Rica o con Berta Cáceres en Honduras, con Allende en Chile o con tantos otros, algunos de ellos en el mal llamado primer mundo.

Vivimos en un mundo que nos dicen está globalizado, pero que obvian que esa unificación solo es real en la pobreza. En lugar de acabar con las diferencias entre el tercer mundo y el mal llamado mundo desarrollado a base de igualar a los pobres con los ricos, lo que están haciendo es igualar a todos en la miseria. Y no solo económica. Las condiciones laborales, económicas y sociales que sufrimos los europeos el comienzo de la Revolución Industrial, se vienen dando en los países, principalmente en el continente asiático, en los que un emergente desarrollo industrial ya es más que una promesa. El negocio capitalista consiste en fabricar barato y vender caro. Si los hindúes, los bangladesíes, los pakistaníes o los malasios adquirieran los derechos laborales de los europeos o americanos, el negocio de la ropa, de la electrónica o de los coches se hubiera ido al garete. Si los países productores de Coltán u otros minerales necesarios para la revolución tecnológica fueran democracias que respetan los derechos humanos, el negocio capitalista se iría por el desagüe. La solución ha sido empobrecer al primer mundo para acallar a los esclavos. La solución sigue siendo mantener esclavos en el tercer mundo para que los multimillonarios del primero puedan seguir especulando, viajando en avión y despilfarrando bienes de primera necesidad.

España, como país que siempre ha sido, por nuestra torpeza, el último de la fila que en el juego de la toba envenenada acaba yendo corriendo a trompicones, mientras el de la cabeza apenas se mueve, y que además se cree por ello un privilegiado, no se salva de este hijoputismo especulativo en el que vivimos sometidos. Aquí unos cuantos, llevan imponiendo sus intereses desde al menos hace siglo y medio, cambiando a los acólitos que cumplen con la función de garantizar sus réditos a medida que cambiaban los sistemas políticos. Lo hemos visto en las últimas elecciones dónde el poder económico ha sometido sin mucho esfuerzo y con prestación voluntaria del vendehumos, a quién dice representar a los trabajadores pero acaba siempre gobernando para el bien de bancos, multinacionales, fondos buitre y especuladores en general.

Hace unos días hemos tenido que soportar como el ex-ministro Solchaga, uno de los cánceres de los gobiernos del PSOE culpable de privatizaciones de las empresas públicas rentables, de dejar a millones de españoles sin trabajo y de la llegada de las Empresas de Trabajo temporal que han acabado dinamitando los derechos laborales, sin ningún pudor y con la caradura de quién se sabe a salvo por impunidad y por los que le acompañan allí dónde va, abogaba en el Periódico Global líder en colarnos fake news, por la congelación de las pensiones, la subida de la edad de jubilación y una rebaja en la prestación económica.

Igualmente hemos tenido que leer a varios inefables ex-ministros de Zapatero, uno de ellos ese que iba a enseñar economía al presidente en dos tardes sin haberla aprendido antes él, elogiando a la sanidad privada atreviéndose a asegurar que el futuro de la sanidad pública está en la colaboración con las de pago. Da igual que esté demostrado que esos convenios encarecen el presupuesto sanitario y empeoran la salud de los españoles.

¿Para quién trabaja esta gente? ¿Para el españolito de a pie?

¡Qué fácil es predicar austeridad desde la superioridad económica que dan las puertas giratorias, las pensiones varias veces milenarias y desde la certeza de que los consejos que ellos venden, jamás los van a tener que sufrir!

O le damos la vuelta a esto o el futuro no será negro, porque ni siquiera será.

Salud, feminismo, república y más escuelas (públicas y laicas).

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