Frente a estos planteamientos desde el circuito independiente, las grandes productoras también aprovecharon el éxito de este género para ofrecer sus propias propuestas.
Si tuviésemos que definir el siglo XX, algunas de las primeras palabras que nos vendrían a la cabeza serían “miedo”, “agresión”, o incluso, “horror”. Como afirma Julián Casanova, la violencia trascendió las guerras mundiales o la Guerra Fría.
La nueva sensibilidad sobre la violencia en el ámbito político o social impregnó muchos productos de la cultura popular, como aquellos de “género”, entendiendo el término como un grupo que engloba sobre todo las historias fantásticas, de terror o misterio. Es este un espacio privilegiado para tratar la violencia, ya que tiene en su centro tanto el concepto del monstruo como los miedos. La idea esencial es la amenaza de una monstruosidad que modifique el entorno de la normalidad. Y los cambios culturales e históricos han determinado la forma y las características que ambos elementos, monstruo y miedos, poseían.
Pensemos, por ejemplo, en algunos monstruos clásicos de la Universal como el conde Drácula, el monstruo de Frankenstein o la momia .
El horror aquí no reside en la violencia gráfica y la brutalidad sobre los cuerpos, como en el cine desde los sesenta, sino en la irrupción de unos antagonistas radicalmente diferentes que resurgen de entre los muertos. Sin entrar en la influencia de la Primera Guerra Mundial en la concepción de la muerte, su distinción favoreció la localización del mal en unos seres que no procedían de la misma sociedad que los protagonistas.
Sin embargo, otros monstruos de este ciclo reflejan características acordes a su contexto. La cinta El hombre lobo coincidió con la Segunda Guerra Mundial. La lucha entre el humano y el licántropo, que despliega una brutalidad feroz sobre sus víctimas, conecta con la situación bélica a través de la ruptura de las barreras divisorias entre el bien y el mal o el monstruo y el héroe.
Abordaremos dos ejemplos que permitan ilustrar las relaciones entre la historia del siglo XX y el terror.
La ruptura de los límites en el US horror de los setenta
La normalización de la violencia en Estados Unidos durante la Guerra Fría adoptó diferentes formas. Por un lado, la guerra de Vietnam mostró el lado más oscuro de los soldados estadounidenses por televisión. Por otro lado, las demandas de los movimientos contraculturales fueron respondidas mayoritariamente con violencia por parte de las autoridades. Asimismo, el incremento del crimen y la delincuencia fomentaron una sensación de inseguridad creciente.
El terror respondió a estas tensiones a través de la aparición de una serie de títulos que reflejaron las tensiones sociales. En este sentido, las producciones de bajo presupuesto se permitieron un posicionamiento mucho más crítico. La noche de los muertos vivientes (George A. Romero, 1968), por ejemplo, renovó al zombi y lo convirtió en una masa destructora. Estos cadáveres vivientes invadieron las pantallas al tiempo que miles de soldados eran enviados a morir a Vietnam.
La matanza de Texas (Tobe Hooper, 1974) situó en el corazón de la nación la salvaje brutalidad del canibalismo como alegoría de la crisis del petróleo. Tal y como se insiste en el filme, la familia se ve forzada a asesinar y comer humanos por la ausencia de recursos con los que subsistir.
Frente a estos planteamientos desde el circuito independiente, las grandes productoras también aprovecharon el éxito de este género para ofrecer sus propias propuestas. Sin embargo, estas cintas solían aderezar las historias con toques de moralidad más conservadora.
Un ejemplo es El exorcista (William Friedkin, 1973) donde la posesión demoniaca de Regan sirve como alegoría del “peligro” de la segunda ola feminista. La rebeldía de la preadolescente se materializa a través de la degradación de su cuerpo y la perversión de sus acciones.
¿Y en España?
España tampoco escapó a esta relación con el terror aunque explotó este género más tardíamente. Los primeros ejemplos que vienen a la mente pueden ser la saga de los templarios ciegos, la del hombre lobo español o ¿Quién puede matar a un niño? (Chicho Ibáñez Serrador, 1976). En ellos, la crueldad de la guerra civil o la violencia de la represión franquista recubren la brutalidad deshumanizada de la monstruosidad.
No obstante, en los noventa se encuentran también ejemplos similares. La modernidad había llegado a España. Había entrado en la Comunidad Europea (1986) y alojado los Juegos Olímpicos y la Exposición Universal en 1992. Sin embargo, también llegaron los miedos irracionales en torno a la inseguridad ciudadana. De hecho, parte del foco mediático se centró en casos de asesinato, delincuencia e, incluso, fenómenos relacionados con lo paranormal.
En medio de este contexto se estrenan dos películas: El día de la bestia (Álex de la Iglesia, 1995) y Tesis (Alejandro Amenábar, 1995). En ambos casos, las películas presentan el Madrid de mediados de los noventa como un lugar hostil y peligroso donde conviven la superstición y la modernidad. La primera muestra un grupo extremista que asesina indigentes, sectas y al propio anticristo. La segunda juega con la leyenda urbana de las producciones snuff y las desapariciones de mujeres.
Sin embargo, en ambas los medios de comunicación se presentan desde una perspectiva crítica. En El día de la bestia, el programa la Zona Oscura parodia los espacios de misterio y los retrata a través del sensacionalismo y la búsqueda del éxito sin importar las consecuencias o la explotación de las víctimas que recurren a Caban para solucionar el problema de su hijo.
En Tesis, la crítica a la violencia en el cine como recurso comercial permea todo el metarrelato. En la película, la tesis de Ángela sobre violencia audiovisual o las películas de crímenes reales ejemplifican esta reflexión. De hecho, la justificación del profesor Jorge Castro de recurrir a lo que sea necesario sin importar las consecuencias conecta con la aparición de programas como De tú a tú (Antena 3, 1990-3) o el aumento de imágenes violentas orientadas a un mayor sensacionalismo. En este relato, el sufrimiento humano era simplemente un medio para obtener un mayor impacto de audiencia.
Como hemos visto en los diferentes ejemplos, el terror no es únicamente una fuente de entretenimiento sino que puede abrir la puerta a conocer la sociedad en la que se produce. El terror y los monstruos son culturales y ayudan a entender el contexto en el que surgen.
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