Por Manuel López Arrabal
Desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, consumimos productos y desarrollamos actividades que ocasionan un gasto de bienes naturales. Cada persona, cada familia, cada empresa y cada país participa en una determinada medida en el consumo de esos bienes y en la emisión de residuos. Cada uno de nosotros, en la medida que consumimos derivados del petróleo, usamos vehículos a motor o amueblamos el hogar, somos copartícipes en los efectos que producen en la naturaleza una plataforma petrolífera, la construcción de carreteras o la tala de árboles. La porción en la que participamos, ya sea individual o colectivamente, es lo que se denomina la huella ecológica, siendo su cálculo matemático la medida más útil manejada hasta el momento para calibrar el impacto ambiental que provoca el consumo de los recursos naturales. La ciencia de la huella ecológica sirve, por tanto, para hacer de la sostenibilidad un tema objetivo y no algo que dependa de las buenas intenciones, de ideales, de la opinión o de la mera propaganda política.
Según los cálculos realizados por una organización internacional que realiza cálculos de la huella ecológica global (Global Footprint Network), serían necesarios tres planetas como éste para que los más de 7.600 millones de seres humanos actuales puedan vivir todos de la manera en que, por ejemplo, vive un ciudadano español medio. Sin embargo, con los niveles de consumo y producción actuales hace tiempo que sobrepasamos los límites de explotación de recursos de la Tierra, es decir, la humanidad está consumiendo actualmente una cantidad de recursos naturales equivalente a 1,6 planetas Tierra. Por consiguiente, el modo de vida característico de los países más ricos no puede extenderse al conjunto de la humanidad, más bien debería ser al contrario, es decir, que los países “desarrollados” decrecieran en producción y consumo de forma progresiva hasta disminuir su huella ecológica a niveles más sostenibles.
Actualmente, los resultados obtenidos por los cálculos de la huella ecológica, son usados para conocer cuáles son las principales causas del deterioro medioambiental, para predecir posibles efectos futuros, pero sobre todo para poder diseñar medidas correctoras que se puedan dar a conocer. Por ejemplo, el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), los emplea en sus Living Planet Reports (Informes Planeta Vivo) para publicar unos exhaustivos estudios sobre sostenibilidad. Para realizarlos, calculan las huellas ecológicas de más de 200 países y regiones mediante un riguroso método matemático. Se suman las huellas de la producción de un país o región y las de sus importaciones, restando las exportaciones y teniendo en cuenta más de 200 categorías de productos (petróleo, carbón, madera, cereales, algodón, pescado, etc.). Los resultados indican que, a lo largo de la década de 1980, el ritmo de consumo de productos por la humanidad en su conjunto, ya superó la capacidad que tiene la Tierra de restablecer su propio equilibrio, hallándonos actualmente en situación de deuda ecológica y camino de un desastre natural irreversible si próximamente no se cambia la tendencia.
El informe de WWF “Planeta vivo 2016” nos permite conocer con datos demoledores el estado actual de nuestro planeta, como por ejemplo que la riqueza biológica de la Tierra ha descendido un 30% en los últimos 35 años, lo que implica que cada año se está destruyendo más de 10 millones de hectáreas de masa forestal. Según los cálculos del informe, la Tierra necesitaría más de un año y medio para regenerar los recursos renovables utilizados solo durante el año 2016 y, por tanto, a este ritmo en el año 2050 harían falta dos planetas y medio iguales que éste para satisfacer nuestra actual voracidad consumista. Y a mayor escala, el Parlamento Europeo ha analizado la validez de la huella ecológica como herramienta para los gobiernos, y la ONU también la incorpora como instrumento de medida desde el año 2001.
Para entender de forma clara el concepto de huella ecológica, consideremos el ejemplo de tomarnos todos los días un café por la mañana. Es posible que para obtener los granos se hayan arrasado unas cuantas hectáreas de selva virgen para las plantaciones de café, contribuyendo así a la extinción de varias especies vegetales y animales, además del arrinconamiento y desaparición de culturas indígenas. Por otra parte, la cosecha y tostado del café, así como su transporte hasta nuestro domicilio, requiere una cantidad tal de energía que hace preciso sacrificar una determinada superficie de terreno productivo. Por eso, la unidad de la huella ecológica es la hectárea, que equivale aproximadamente al tamaño de un campo de fútbol. Para calcular la parte del planeta que usamos, además del café, debemos sumar la ropa, la comida, la vivienda, el transporte y el resto de bienes que consumimos. Existen tablas que atribuyen un factor de huella a casi todos los bienes de consumo actualmente existentes. Después solo hay que multiplicar el factor por la cantidad que consumimos al día, mes o año, y sumar todas las pertenencias y propiedades que poseemos además del impacto de las actividades que normalmente llevamos a cabo.
Muchas organizaciones han desarrollado programas informáticos para que cualquier persona pueda hacer una estimación de su huella ecológica personal y familiar mediante el sencillo método de responder un cuestionario a través de una página web. Es el caso, por ejemplo, de www.myfootprint.org. En mi caso, la primera vez que cumplimenté el cuestionario en el año 2009 mientras trabajaba en mi primer libro “La huelga tranquila” el resultado fue, que se necesitaban 2,1 planetas como éste si todos los seres humanos vivieran y consumieran como yo. Después de realizar ciertos cambios de manera gradual en mi forma de consumir, al año siguiente el resultado de mi huella ecológica personal descendió a 1,78 planetas. Y ahora, mientras trabajo en este artículo, el mismo cuestionario me ha dado como resultado 1,54 planetas (creo que este último descenso de mi huella ecológica se puede deber principalmente a mi nueva dieta de no consumo de alimentos de origen animal que, como ya he explicado en más de una ocasión, es altamente contaminante hasta el punto de que toda la ganadería planetaria contamina más que todos los medios de transporte del mundo juntos).
Por tanto, para lograr reducir mi huella ecológica hasta 1 planeta o menos, aún me queda mucho por hacer. Se me ocurre que quizá vivir en una comunidad autosuficiente o ecoaldea autosostenible, con producción de energías limpias, reciclaje y compostaje de residuos, recolección de aguas pluviales y agricultura ecológica (sin necesidad de ganadería), entre otros recursos propios, podría ser la mejor solución siempre que su filosofía de vida comunitaria contemple como uno de sus principales objetivos, el bajo o nulo impacto medioambiental.
¿Cómo reducir nuestra huella ecológica?
Si sabemos o creemos que la propia huella ecológica es mayor de lo deseable, entonces hay que tomar medidas. Para empezar, debemos analizar todos los aspectos de nuestro estilo de vida, que puedan modificarse, para reducir el impacto sobre el planeta. Se considera que el volumen de ingresos económicos está directamente relacionado con el tamaño de la huella personal y familiar, aunque en muchos casos no se corresponde tal relación. No es lo mismo la huella ecológica que pueda provocar una familia de cuatro miembros con unos ingresos de 20.000 euros al año que otra con 40.000 euros. Si las dos familias gastan todos sus ingresos llevando un estilo de vida consumista, la segunda dejará aproximadamente el doble de huella que la primera.
Cuando las principales necesidades de nuestra familia están cubiertas, los ingresos extras que se generen pueden no solo no dejar huella, sino incluso paliar la propia huella y la de otros invirtiendo dichos ingresos en proyectos solidarios y ecológicos como, por ejemplo, asociándonos a una cooperativa de consumidores de productos ecológicos y de comercio justo, colaborando con ONG’s ecologistas, invirtiendo en energías renovables o cultivando nuestro propio huerto.
En todos los ámbitos de nuestra vida es posible realizar elecciones que minimicen el tamaño de la huella como, por ejemplo, al consumir proteínas alimenticias. Si elegimos carne, debemos saber que su factor de huella es de 2.171, mientras que si optamos por proteínas vegetales su factor es de 464. Comer garbanzos con arroz en lugar de carne de ternera, hace que la huella ecológica sea casi cinco veces menor. En este sentido, según estudios realizados por el Fondo Mundial para la Naturaleza, la huella ecológica producida a causa de la alimentación humana disminuiría un 35% si se redujera el consumo de carne y lácteos a nivel mundial en tan solo un 9%.
Respecto a la vivienda, es determinante su superficie, la antigüedad y su ubicación solitaria sobre el terreno o compartida con otras viviendas en un mismo edificio. Cuantos más años posea, menos veces haya sido reformada, menos metros cuadrados tenga y más se comparta la base de construcción con otras viviendas, menor será su impacto ambiental. En el caso de que se desee reducir su huella ecológica, podemos compartir el hogar con más gente, construirla o reformarla con materiales de bajo impacto ambiental, proporcionarle un buen aislamiento térmico y que sus fuentes de energía sean limpias y renovables.
El efecto del transporte sobre el planeta, viene dado principalmente por el combustible y por la capacidad del medio elegido. Así, la bicicleta posee una huella ecológica insignificante, mientras que el tren, el autobús, el barco o el avión de pasajeros son buenas elecciones. En cambio, el coche es de los medios más caros ambientalmente, pero su huella puede reducirse compartiendo trayectos, conduciendo de forma eficiente y cuidando su óptimo funcionamiento mecánico.
Podemos empezar por deshacernos de todos los bienes que realmente no sean útiles para nosotros, ya sea vendiéndolos en el mercado de segunda mano o donándolos a personas u organizaciones que los necesiten.
En cuanto a los bienes y servicios, las elecciones son lógicas: hay que consumir poco, bueno y duradero; también hay que cuidar, reciclar y reutilizar todo lo que sea posible. En realidad, lo más sostenible es reducir al máximo el número de posesiones. Podemos empezar por deshacernos de todos los bienes que realmente no sean útiles para nosotros, ya sea vendiéndolos en el mercado de segunda mano o donándolos a personas u organizaciones que los necesiten. Es cierto que este descarte no siempre resulta sencillo, pero es un proceso que nos enseña a apreciar las cosas que son verdaderamente útiles, al tiempo que nos hace sentir más solidarios y más ligeros de “equipaje”.
Hay que decir también, que no solo introducir cambios en el estilo de vida personal es importante, pues también lo es influir sobre quienes políticamente gestionan nuestra localidad, región y país. El impacto de las infraestructuras y de los servicios que ofrecen las administraciones públicas es enorme. Está bien moverse en bicicleta y elegir bombillas de bajo consumo, pero es fundamental que las autoridades democráticas apoyen y fomenten el uso de la bici creando las infraestructuras adecuadas, así como que inviertan en la obtención de energías limpias y renovables, sin que se olviden de la conservación de los espacios naturales y del equilibrio entre zonas rurales y urbanas.
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