Cómo frenar una revolución

Por Filosofía Perdida 

Desde que acabase la guerra en 1939, el miedo a una revolución ha sido sembrado en todo el país, dando una suerte de amalgama “apolítica” y atemorizada que, más allá de lo bueno o malo que esté pasando en el día a día, antes que un cambio o una mejora, sueñan con que nunca se produzca un horror como fuera una guerra civil. No importa que la guerra la provocase un bando nacional saltándose la legalidad, poco importa que llevase consigo cuarenta años de dictadura represora, sin con ello se evitaba otra guerra. Y así, mientras una parte nada pequeña del país sea aliaba con el PCE para intentar combatir a Franco, una parte aún mayor podía soñar con el morado de la bandera, con el día en que pudiera volver a votar o con la posibilidad de hablar sin miedo, pero más que una república, soñaba vivir sin miedo.

Decía José Luis Sampedro que el miedo es la mejor herramienta de la política para conseguir sus objetivos, al fin y al cabo, si un gobernante amenazaba con asesinar a su población, y luego solo les castigaba, la población que había temido por su vida, obedecería con el alivio de saber que su vida estaba a salvo. Así, ese miedo es llevado al extremo por los dictadores para lograr adhesión a su plan, frenar resistencias, restar oposición y lograr un pueblo que, aunque los desearía eliminados, los acepta incluso como mal menor. No son pocos los que, sin ser franquistas, pasaron cuarenta años callados por miedo a que el remedio de la ausencia de Franco fuese peor que la enfermedad de tenerlo.

A pesar de todo ello, la gente amenazada termina cambiando de parecer, los intelectuales terminan siendo escuchados, los oprimidos terminan organizándose y tomando fuerzas, y el cambio es inevitable. El cambio sí, pero no así la revolución. Así como tras la II Guerra Mundial se creó un estado de bienestar para que los ciudadanos de países capitalistas no imitasen el socialismo de los países del Este y se quedasen contentos en un capitalismo moderado que les permitiese derechos sociales, también podemos encontrar en otros momentos de la historia reciente, actitudes de maquillaje para evitar un giro radical a los intereses del poder, que permita a los ciudadanos y ciudadanas creer que ha mejorado algo, y así se alejen del cambio radical que necesitan.

Odio repetirlo, pero el partido socialista fue precisamente un diseño perfecto en el que vemos cómo frenar una revolución, haciendo creer a quien necesita un cambio que es mejor cambiar solo un poquito, y haciendo creer a quien tiene miedo que es una opción segura. En el año 1970 el PSOE era un partido casi desaparecido en todo el país, con una militancia dispersa, una lucha antifranquista inexistente y un peso inexistente. El partido con mayúsculas era un PCE que se encontraba con los obreros, en asociaciones clandestinas, con mítines en las parroquias y espacios de diálogo en las universidades. Todo el mundo resistía en el PCE, donde se juntaban revolucionarios, eurocomunistas, socialistas y hasta socialdemócratas con una única idea: quitar a Franco y tener un gobierno de izquierdas.

De todo un marco imposible, con una transición hacia un modelo democrático seguro, surgió una idea perfecta para el poder: evitar la revolución transformando un partido muerto en una alternativa parecida a la izquierda, que velase por crear un estado de bienestar parecido al alemán, que evitase un verdadero empoderamiento, que respetase el orden del día del capitalismo para el país y que garantizase que no hubiese un cambio de planes para la oligarquía.

Desde el congreso de Suresnes, guiados por Willy Brandt y François Mitterrand, apoyados por la CIA, subvencionados por el SPD alemán y apoyados por el príncipe de España y posterior rey, surgió un partido que renunció al marxismo jugando a que respetaría la dialéctica marxista, apoyó la monarquía diciendo que eran republicanos, apoyó al heredero de Franco diciendo que eran contrarios al franquismo, dijo que negaría la OTAN hasta que la apoyaron en un referéndum de aceptación de la Alianza Atlántica, promovieron la entrada en la Comunidad Europea y, sobretodo, apagaron la revolución, renunciaron al verdadero cambio, beneficiaron a quienes dijeron que iban a atacar y protegieron a todos los que les habían apoyado.

Por su parte, el franquismo participó de la farsa. Mientras todos los activistas y políticos iban a las cárceles, Isidoro era protegido por las fuerzas de seguridad, se les permitía ganar adeptos, se les ayudaba haciendo la vista gorda mientras otros iban a la puerta del Sol por unirse y comprometerse a trabajar contra el franquismo y luchar por la democracia. El franquismo no quería al PSOE, pero menos aún quiso perder poder, por lo que era necesaria una suerte de izquierda moderada por fuera, pero derecha por dentro, que obedeciese aquellos que dirigen el capitalismo en Europa y se enriquecen con él.

El PSOE era el partido perfecto, fruto de un laboratorio político donde la izquierda quedase desplazada a levantar el puño en Rodiezmo cantando la internacional, tener el color rojo en los mítines y pasear la bandera republicana entre reunión con el rey y reunión con la patronal. Muchos intelectuales aceptan al PSOE como única posibilidad de la izquierda para llegar al poder, aunque eso signifique sacrificar los más básicos principios de izquierdas como la igualdad y una sociedad más justa; los moderados ven en ellos un partido que garantizará los servicios sociales, el estado de bienestar y la justicia que, con un partido anti-revolucionario como el PP quedarán todavía peor (aunque sea el PSOE quien haga los recortes y ajustes que obedecen a la lógica neoliberal). Muchos campesinos, obreros, gente con poca cultura y sin con muy escasa formación, aceptan que tienen que optar entre volver a Franco o apoyar al partido que se pinta de rojo, y así tienen un voto seguro en los campos de Extremadura, las dos Castillas y Aragón… Y así se crea un clientelismo que evitará un verdadero cambio de paradigma.

El resto de la historia es por todos y todas conocida: reformas laborales que empobrecen al trabajador, recortes que destruyen un estado de bienestar por dictados del orden capitalista, privatizando todos los sectores estratégicos y las empresas públicas que capacitaban al estado para crear un tejido social en favor de tod@s, terrorismo de Estado (del que lejos de pedir perdón se ha llegado a presumir), negación de una ruptura con el orden franquista, rechazo a las reformas democráticas y sociales que reivindica la izquierda (desde desahucios hasta creación de un precariado al que solo se le permite la opción de salir para evitar su ruina… El PSOE podría ser un partido de derechas, si no fuera porque se ha revestido de izquierdas, con avances sociales como la ley de dependencia o el matrimonio homosexual, pero siempre dentro de una lógica liberal, respetando la burbuja inmobiliaria, aceptando cargos en cajas de ahorro con grandes salarios y prebendas, viviendo a costa de los votantes en un gran lujo e indiferencia hacia quienes les habían hecho llegar ahí.

Mientras mucha gente de derechas cree que el PSOE debe dar el poder a Rajoy, garantizando que el desmantelamiento del estado y la destrucción de nuestros derechos y libertades pueda seguir adelante, mucha gente de izquierdas pide que haya un gran pacto por el ala izquierda que capitanee el PSOE y salve de la destrucción los pocos derechos que nos ha dejado el PP. Sin embargo, yo lo tengo claro, las dos soluciones evitarán (al menos eventualmente) lo necesario: un cambio radical en un sistema viciado, en un capitalismo destructivo y en un horror que hoy compartimos por imposición de unos poderes a los que nadie ha votado. Lo peor que puede ocurrirle a la revolución es creerse que con el PSOE se conseguirá algo, cuando la historia ha demostrado precisamente lo contrario.

 

1 Comment

  1. Algunos que hemos vivido toda esa época que con tanto acierto dibujas en tu artículo, hemos sido votantes del Psoe desde entonces hasta hace poco tiempo y nunca hemos vislumbrado de forma tan clara la realidad de lo sucedido, pero en mi interior siempre me preguntaba el porqué de esa facilidad con la que, los que nos sentíamos «socialistas», durante los años de la transición, podíamos expresar nuestras ideas e ilusiones si ningún temor y con la seguridad de no correr ningún peligro, hasta conseguir con nuestro voto ganar las elecciones del primer gobierno de «izquierdas». Ahora después del tiempo transcurrido y visto lo que está sucediendo a estas alturas de la historia democrática, se percibe claramente la diferencia en cuanto a la resistencia que están oponiendo los que han ostentado el poder durante casi 40 años, a un verdadero cambio político ideado y creado desde abajo, desde la gente sencilla y común. Muy esclarecedor tu artículo, me ha gustado mucho. Gracias

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