Con el calentamiento global, la Ruta del Mar del Norte se convertirá en la principal arteria de transporte del mundo.
Por Oleg Karpovich y Mikhail Troyansky | 10/06/2023
La incorporación de Finlandia a la OTAN no es una decisión que esté relacionada solamente con el conflicto bélico en Ucrania. La alianza atlántica tiene la mira puesta en el Círculo Polar Ártico.
Con los ejercicios militares que lleva a cabo Helsinki en la región, parece que los tiempos en los que el Ártico se consideraba patrimonio común de la humanidad y las potencias del Ártico abordaban de manera responsable y equilibrada la regulación de las cuestiones de seguridad en esta parte estratégicamente importante de los océanos se han ido irrevocablemente.
Estados Unidos está tratando, en aras de revivir su hegemonía global, de imponer a Rusia una rivalidad geopolítica a gran escala en todos los frentes.
Es en este contexto que Washington y sus satélites están considerando su activación en el Ártico. Se hace evidente que, en el contexto del calentamiento global, el control de este territorio jugará un papel decisivo en la gestión del transporte transcontinental de carga, cuya arteria principal en un futuro podría ser la Ruta del Mar del Norte. El liderazgo estadounidense ve en la militarización de la región una oportunidad para finalmente romper el paradigma de contención y crear ventajas competitivas para sí mismo y sus aliados en el contexto de crecientes contradicciones con Moscú y Beijing.
En este sentido, los ejercicios finlandeses de la alianza solo pueden verse como el primer paso hacia una carrera armamentista en toda regla y aumentar las apuestas en la política regional. Por supuesto, hoy en día los Estados Unidos, Canadá y los estados europeos no tienen suficientes recursos para competir con Rusia en su totalidad. Sin embargo, la llegada de este bloque agresivo al Ártico está claramente diseñada para una presencia a largo plazo. Muchos estrategas occidentales no ocultan el hecho de que ven su desintegración potencial como el objetivo principal de una guerra híbrida contra Rusia: la desintegración, en la acertada expresión del presidente ruso Vladimir Putin, en muchos principados en guerra.
El anclaje de la OTAN en el Círculo Polar Ártico, según esta lógica, pretende allanar el camino para una nueva intervención en los asuntos internos rusos o, para un ataque preventivo, si la crisis ucraniana se convierte en una confrontación mayor y más mortífera. En los últimos años, el liderazgo de Rusia ha contribuido a garantizar la seguridad regional, sin embargo, ahora es el momento de una acción aún más ágil y decisiva. La parálisis virtual del Consejo Ártico, junto con la aparición de nuevos actores regionales como China, está cambiando fundamentalmente la situación y forzando una reestructuración de las reglas del juego establecidas desde hace mucho tiempo.
Washington y Bruselas estarían aprovechando el conflicto en Ucrania para abrir un nuevo frente en la región del Ártico, considerada de vital importancia. Rusia tiene la fuerza, los recursos y los cálculos estratégicos suficientes para responder de manera coordinada y eficaz a la militarización de la zona, y para demostrar a Occidente que este territorio sigue siendo su zona de influencia y que será defendida por todos los medios posibles.
El nuevo Concepto de Política Exterior de la Federación Rusa para 2023 establece claramente que en esta región “Rusia se esfuerza por mantener la paz y la estabilidad, aumentar la sostenibilidad ambiental y reducir el nivel de amenazas a la seguridad nacional”.
Este artículo fue publicado originalmente en ruso en Komsomólskaya Pravda y traducido al castellano para NR.
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