Ciudadanos: no nos entienden, no

“Los catalanes, los gallegos y los vascos serían anti-españoles si quisieran imponer su modo de hablar a la gente de Castilla; pero son patriotas cuando aman su lengua y no se avienen a cambiarla por otra. Nosotros comprendemos que a un gallego, a un vasco o a un catalán que no quiera ser español se le llame separatista; pero yo pregunto cómo debe llamársele a un gallego que no quiera ser gallego, a un vasco que no quiera ser vasco, a un catalán que no quiera ser catalán. Estoy seguro de que en Castilla, a estos compatriotas les llaman «buenos españoles», «modelo de patriotas», cuando en realidad son traidores a sí mismos y a la tierra que les dio el ser. ¡Estos sí que son separatistas!”.

Alfonso Daniel Rodríguez Castelao

«¡Muera la inteligencia! ¡Viva la muerte!»

José Millán-Astray

Nunca resultó excesivamente complicado en el estado español hallar motivos para disfrutar del más preciado deporte nacional: el enfrentamiento a garrotazos. Políticos, intelectuales y paisanos de lo corriente disfrutan en nuestro estado de una facilidad inusitada para transformar el más sencillo de los debates en un interminable lodazal en la que restregar sin miramientos nuestras miserias y frustraciones en busca de un bien mayor, el de la victoria incondicional frente al contrincante. No encontrarán, por mucho que busquen en estas tierras, rastro alguno de grandes pactos o profundos debates nacionales; tampoco pretendan depositar en nuestras figuras políticas valores morales que los exhorten a ceder en sus pretensiones personales/partidistas en aras de un bien mayor para la ciudadanía. En España la política es uno «todo o nada», una guerra sin cuartel únicamente pacificada cuando las mayorías absolutas fallan. Es entonces cuando los pactos se hacen indispensables para los partidos. Sólo así podrán aunar fuerzas a la hora de enfrentarse la un rival mayor, que posiblemente amenace su hegemonía…pero, mismo entonces, las treguas resultan frágiles.

A pesar de la dudosa fiabilidad de la cocina estadística moderna, el trasvase de votantes del Partido Popular a Ciudadanos parece consolidarse finalmente, apoyado por las porras de 1 de octubre y la firme ofensiva reaccionaria de los medios españoles a tenor del procés. Las recientes encuestas anticipan que el partido de Albert Rivera puede llegar mismo a superar en unas futuras elecciones al PSOE de Pedro Sánchez y dejar ya muy atrás a un Unidos Podemos, destinado, si nada lo cambia, a fagocitar en ese famoso pacto del botellín también la eterna irrelevancia parlamentaria de la izquierda alternativa en España. El conservadorismo político más rancio logró, sin apenas esfuerzo, regenerar sus postulados de siempre -neoliberalismo, nacionalismo y moral cristiana- con apenas un lavado de cara que ni tan siquiera es tal, le bastó la Ciudadanos con tornar el azul en naranja y el estallido de una crisis territorial anunciada para que la ciudadanía que hace apenas unos años ponía el grito en el cielo por la crisis económica, se lance a los brazos de sus verdugos al grito de » Yo soy español, español, español». Podríamos buscar miles de explicaciones sociológicas a este curioso fenómeno, pero me temo, amandos lectores, que inmersos en la lógica de bandos de las dos españas, simplemente más españoles prefieren ir con el de Pozuelo que con el conductor de la Tuerka, con los vencedores de la guerra que con los eternos derrotados.

Pero aunque a los Tupamaros siempre se les enfrentaron los propios indios, más sorprendente, y quizás interesante, resultan en España las disputas en el seno de la derecha. En un estado acostumbrado y educado en la unidad del movimiento conservador, las pugnas internas por ese nicho de voto suponen para nosotros una novedad que observamos al mismo tiempo con curiosidad y temor, pues si hasta ahora la ciudadanía era a principal perjudicada por las batallas electorales entre izquierda y derecha, nada parece anunciar que no vaya a ocurrir exactamente lo mismo con esta nueva reinterpretación fratricida de nuestra política.

Ciudadanos no supone, de modo alguno, una alternativa viable para el estado español, sino simplemente profundizar en los mismos errores tradicionales del conservadurismo

Economía, corrupción, educación, terrorismo, inmigración, terrorismo machista, pensiones, paro, …cualquier tema le sirvió a la derecha patria para hacer campaña electoral arropada tras el populismo más elitista y traidor con el que lograr acrecentar sus escaños al tiempo que disminuía el nivel del debate político en nuestro país. Puedo asegurarles que no soy de los que se alarman ante la entrada de actores y cómicos al parlamento español, pero sí me preocupa profundamente que en su papel político dichos individuos pierdan la gracia al tiempo que también pierden su cabeza. Entre abrazos al machismo más rancio, falangistas, xenófobos, actorcillos y actorzuelos, la formación naranja se acostumbró a crecer políticamente a expensas de la polémica y los «outsiders». No iba desencaminado el presidente del PNV, Andoni Ortuzar, al afirmar que Albert Rivera le recordaba a Berlusconi, y me atrevería a añadir que personalmente lo hace también al mismísimo Trump.

Ciudadanos carece de un proyecto de país diferente al del Partido Popular, no posee alternativa económica alguna al modelo neoliberal que nos llevó a la quiebra social, al igual que carece de referente social o cultural capaz de confraternizar las dos visiones de España que hoy, tras lo procés, se enfrentan en las calles del estado español. Hace ya tiempo que Ciudadanos decidió simplemente hacer de la política española un campo de batalla, un todos contra todos en el que simplemente la formación naranja tenga que permanecer atenta a la llegada de su oportunidad, sólo así se pueden entender sus pactos en Andalucía y Madrid o los distintos coqueteos para formar gobierno con Rajoy y Pedro Sánchez a pesar de la indiferencia mostrada por ambos líderes con la formación de Rivera. Ciudadanos no supone, de modo alguno, una alternativa viable para el estado español, sino simplemente profundizar en los mismos errores tradicionales del conservadurismo, pero a pesar de eso, los resultados en Catalunya y las últimas encuestas parecen otorgarles la razón.

Es, llegados la este punto, en el que las banderas sustituyen a la lógica, cuando Albert Rivera decide finalmente que los marineros tomen el barco. Acosados por la corrupción e inmovilizados por el desvarío catalán, los líderes del Partido Popular comienzan a ver cómo lo hasta ahora irrelevante socio que era Ciudadanos, lanza su ofensiva final a la hegemonía en la derecha, aprovechando que Mariano Rajoy salió a comer. Catalunya ha terminado por mostrar a la formación de Albert Rivera que están capacitados para gobernar a pesar de carecer de discurso, aupados por años de selección del más inepto en la sucesión política en la derecha y décadas de negación del propio discurso en la izquierda española, el experimento del Ibex35 al fin parece listo para recoger sus frutos. Nada parece ya poder frenar la ofensiva naranja, pero ojo, es también ahora cuando Ciudadanos debe arriesgar dando pasos al frente, y por tanto cuando sus desvaríos incendiarios pueden quedar más al descubierto para el conjunto de la ciudadanía.

Y no tardaron mucho los de Rivera en incendiar el gallinero, concretamente lo hicieron al presentar en el Congreso el pasado martes una proposición de ley para prohibir que el conocimiento de las lenguas cooficiales sea un «requisito» a la hora de acceder a un puesto público. Una proposición centralista inmersa en el ADN de Ciudadanos, pero curiosamente implementada al calor del revuelo social tras una pregunta lanzada a Pablo Iglesias en el programa «Él Objectivo» de Lana Sexta, por una ciudadana insatisfecha con el dicho requisito en sus oposiciones. Oportunismo y nacionalismo español se cogen de la mano en la primera gran iniciativa de los de Albert Rivera tras su pulso a Rajoy, y la respuesta del resto de partidos fue, como era de esperar, el silencio. Más allá de que pueda resultar ridículo escuchar el partido de Rivera hablando de «barreras al empleo» en referencia al euskera, catalán o gallego, cualquier líder político con dos dedos de frente y un poco de responsabilidad de estado, sabe perfectamente que la situación actual no permite echar más gasolina al fuego en un tema ya tradicionalmente muy controvertido. Pero la formación naranja es conocedora de que, en caso de gobernar, lo hará sin duda tras una política de tierra quemada.

Ciudadanos optó por una confrontación abierta, por un terrorismo cultural al que poco le importa el derecho innegable de cualquiera ciudadano para ser atendido por los funcionarios públicos del estado en el idioma que considere oportuno

La reacción en Génova ante la pugna por el control de la derecha parlamentaria española no se hizo esperar, aprovechando un informe del Tribunal de Cuentas publicado a finales de diciembre en el que se apunta a la posible recepción del partido naranja de pagos ilícitos en relación al ejercicio de 2015, el Partido Popular redobló sus esfuerzos en el Senado para, haciendo uso de la Comisión de Investigación sobre él Financiación de los Partidos Políticos, lanzar una nueva ofensiva política contra los de Rivera, destinada a enfangar en la sombra de la corrupción a un partido que se presenta como impoluto en este aspecto ante la sociedad. Los movimientos de los populares se enmarcan a día de hoy dentro de una filosofía Marianista más interesada en la victoria por desgaste que en la confrontación abierta. A dos años para las elecciones y con un calendario judicial ciertamente delicado por delante, Mariano Rajoy no parece dispuesto a dilapidar un pacto de estabilidad con Albert Rivera, que aún resulta vital para no alterar en demasía el «orden natural de las cosas», con una izquierda domesticada y una sociedad atemorizada ante las perspectivas económicas. Las disputas de guerrilla en el campo ideológico y de marca con Ciudadanos parecen totalmente asumibles para una formación que demostró en repetidas ocasiones poder resurgir de situaciones mucho más comprometidas.

Sin contrapesos efectivos a la izquierda, la eterna disputa preelectoral en la que se transformó la política en España parece abocarnos sin remedio a un debate exclusivo en el seno de la derecha que no es en realidad tal. Ciudadanos y Partido Popular actúan aún hoy como aliados parlamentarios con un objetivo común: la transformación social de España en una sociedad netamente conservadora. No debemos llevarnos a engaños, la propuesta presentada por Ciudadanos para modificar el artículo 56 de la Ley del Estatuto Básico del Empleado Público, podría inscribirse sin esfuerzo alguno en la política lingüística llevada a cabo durante la última década por el Partido Popular de Feijóo en Galicia, tan sólo cambian las formas.

Contrariamente al estilo del Tzar de los conservadores gallegos, Ciudadanos optó por una confrontación abierta, por un terrorismo cultural al que poco le importa el derecho innegable de cualquiera ciudadano para ser atendido por los funcionarios públicos del estado en el idioma que considere oportuno. Para Albert Rivera y los suyos, son los propios gallegos, vascos o catalanes los que deben adoptar el uso del castellano como lengua vehicular, simplemente por la incapacidad de ciertos individuos para completar su preparación para unas oposiciones con el idioma propio de la ciudadanía con la que desean ejercer su oficio, una doma y castración moderna promovida hasta ahora en Galicia por irrelevantes fanáticos agrupados en torno a la Galicia Bilingüe -que no nos engañe el nombre- de Gloria Lago, y a los que ahora Ciudadanos parece de nuevo querer apoyar desde el suyo más profundo desconocimiento de la realidad social gallega.

Poco o nada le importa la Ciudadanos que desde hace años el gallego se sitúe en el Atlas de la UNESCO como una lengua en peligro o que apenas el 18% de los niños y niñas aprendan a hablar en gallego, los conservadores españoles fijaron en la persecución a las identidades culturales ajenas a Castilla su Caballo de Troya para las elecciones generales, y para ello no parecen dudar ni por un instante a la hora de fomentar un conflicto lingüístico inexistente, por lo menos en la forma en la que los conservadores lo interpretan. Tan sólo los ignorantes o los duros de cabeza, podrían ver en el idioma gallego algún tipo de imposición en un contexto donde el número de libros publicados en gallego cayó en un 43,80% -llegando a perderse más de mil títulos en apenas siete años-, el 40% de los centros de Infantil admiten abiertamente no usar el gallego o Universidades como la U. S. C imparten tan sólo una de cada cinco horas de docencia en gallego.

La negra sombra del populismo lingüístico de la derecha amenaza nuevamente con redoblar los esfuerzos por erradicar la cultura nativa de los pueblos de la península ante la disputa electoral entre Ciudadanos y Partido Popular

Al igual que el conjunto social coincidió plenamente en señalar cómo absurdo el intento electoralista que supuso el planteamiento político ambiental basada en los consejos del primo de Rajoy, la legislación cultural basada en los estereotipos franquistas del primo de Rivera, suponen a su vez, sin duda, un absurdo de idénticas proporciones, capaz de arrastrar no sólo a las diferentes nacionalidades presentes en el estado español, sino a la propia concepción de ese estado a una sitaución de complicada resolución.

La negra sombra del populismo lingüístico de la derecha amenaza nuevamente con redoblar los esfuerzos por erradicar la cultura nativa de los pueblos de la península ante la disputa electoral entre Ciudadanos y Partido Popular, fruto del terremoto catalán. En medio un pueblo orgulloso y digno, pero falto de alternativas, huérfano de apoyo parlamentario ante aquellos que los quieren someter simplemente por enorgullecerse de su identidad, por reclamar sus derechos. Pero, pese al revuelo parlamentario y a la inoperancia de la izquierda, no parece de modo algún dispuesta la sociedad gallega a ceder terreno ante aquellos que quieren hacer de nuestra tierra y nuestra cultura un escenario inerte, al igual que nunca cedieron ante el sitio de quien los intentó doblegar con la larga noche de piedra del olvido presupuestario. Tan sólo los ignorantes, débiles y duros, imbéciles y oscuros pueden hacer de la diversidad cultural de un territorio un problema, al igual que tan sólo un pueblo inculto y adoctrinado puede transformar su voto en un respaldo la esas políticas. Después de todo, nunca lo ser español debería estar asociado a ser castellano.

«Murió aquel que yo quería

y para mí no hay consuelo:

so hay para mí, Castilla,

la mala ley que te tengo.

Permita Dios, castellanos,

castellanos que detesto,

que antes los gallegos mueran

que ir a pediros sustento.»

Castellanos de Castilla, Rosalía de Castro

«Los elementos de derecha sólo conciben una patria artificial, puesta al servicio de sus intereses.»

Alfonso Daniel Rodríguez Castelao

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