Cinismo

Por Juan Manuel Vidal

Aunque muchos temas deambulan por los nodos cerebrales, redes de pensamiento y hasta las redes sociales, siendo susceptibles de contarse en cualquier momento, hay noticias que espolean las conciencias y provocan reacciones que pueden ir de la indiferencia a la ira.

Cuando leí la noticia que los compañeros de El Mundo llevaban el domingo 16 de abril a su portada sobre “el hombre del milagro económico” y su presunto blanqueamiento de 7 millones de euros estando aún al frente de la cosa pública financiera española, llegué a la conclusión de que algunos han hecho del cinismo patológico su estandarte y lo blanden con absoluta desvergüenza y osadía.
Según el diccionario, cinismo es la actitud de la persona que miente con descaro y defiende o practica de forma descarada, impúdica y deshonesta algo que merece general desaprobación. Pero también es la doctrina filosófica fundada por Antístenes (s. V a. C.) caracterizada por el rechazo de las convenciones sociales y de las normas y valores morales comúnmente admitidos.

Algunos verán el cinismo como una cualidad y otros como un defecto, según el rendimiento que le saquen, tanto para bien como para mal, y resulta contradictoria esta afirmación, pues arrastra matices sumamente negativos, pero no deja de ser un arma de doble filo que produce réditos a quien sabe esgrimirla sin resultar dañado. Podríamos decir que el cinismo raya con la picaresca, pues es ardid propio de tramposos, tahúres, sablistas que mienten por oficio y que se auxilian en su retórica, en su plática enrevesada.

Es llamativo que desde la Psicología se apunte que los verdaderos cínicos no mienten, pero pueden llegar a ser crueles. Para ellos la mentira es aquello sobre lo que centrar su lucha por evidenciar que la verdad es la esencia de su hacer, acorde al orden natural y no con el mundo simbólico de la sociedad, y si mienten no lo hacen por conveniencia personal, sino para develar una falsedad de lo presentado, resultando no solo cínicos, sino también canallas, mezquinos, hipócritas.
El cinismo implica soberbia, altanería, ruindad, de quien se sabe descubierto y aun así persevera en el clásico “sostenella y no enmendalla” porque no forma parte de su acción/reacción el reconocer el fallo, el bulo, la mentira y hasta la traición y disculparse. “Antes la muerte”, creerán algun@s, a tenor de sus respuestas, puros sofismas filosóficos o constructos falsos con apariencia de verdaderos a los que se agarran como el náufrago al tronco que flota a la deriva.

Hay mentiras piadosas, mentirosos simpáticos que son perdonables en tanto en cuanto no rebasan ciertos límites, ni atentan contra nuestra moral, ética, razón, juicio… individual y relativamente extensible al colectivo, siempre y cuando conserve las proporciones. Pero si se colma el recipiente de la paciencia, se desborda el contenido y empieza el verdadero riesgo.
Son muchos los sectores afectados por este mal, pero aquí estamos para hablar de política, y por desgracia un fenómeno que se ha solapado desde tiempo inmemorial con la política es la corrupción, que ha despertado las conductas más cínicas y falaces nunca vistas hasta ahora y se ha convertido en el moho de los cultivos de la ciencia política.

Como apuntaba el pasado sábado 15 de abril Patrick Stokes, exdirector de la Unidad de Prácticas Corruptas en el Extranjero de Estados Unidos al diario colombiano El Espectador, “la corrupción en la sociedad engendra cinismo en los gobiernos, socava el Estado de derecho, succiona los recursos legítimos y le aleja de necesidades de la sociedad y del gobierno, resalta la inequidad y promueve un ambiente en el cual las organizaciones criminales pueden prosperar”.

Podríamos ilustrar este artículo con ejemplos fácilmente reconocibles de actitudes cínicas, que primero dijeron una cosa y luego se postularon por su contraria sin inmutarse. Podríamos enfangarnos y afearles la conducta a presidentes (y sobre todo expresidentes) de gobiernos nacionales, autonómicos y hasta locales, pero en la mayor parte de los casos no revertiríamos ni sus patrañas ni las consecuencias de la mismas.

Cabría peguntarse por la intencionalidad de sus acciones, no en aras de la condescendencia ni del perdón, sino de la comprensión general de por qué actuaron farisaicamente en vez de apelar a la heroica de la verdad. ¡Cuántas veces no hemos oído ese aforismo de “más vale una vez colorado que ciento amarillo”! que redundaría en lo dicho anteriormente a través de una explicación razonada de los excesos, bien ya cometidos o pendientes de cometer.
En países como EEUU la mentira, de no admitirse una vez pillado y disculpado, es motivo de pérdida absoluta de confianza y degradación de la vida pública, hasta su completa expulsión. En otros, como éste, se ha convertido en una fea costumbre, un sórdido uso y una mala tradición…casualmente los tres pilares del Código Civil, y los votantes parecemos narcotizados ante su práctica incívica, pero algún día maduraremos.

Lo dicho, la lista es infinita, compónganla cada uno en su casa como si de un pasatiempo se tratase y por supuesto amplíenla a todos los sectores que consideren. Pero a todos les une una misma actitud: la negación sistemática de la realidad y, sólo en el caso político, el aforamiento cobarde que les envilece, encanalla y ampara en una burbuja de inmunidad e impunidad total para hacer de su capa un sayo y reírse en nuestra cara. Duele y mucho saber que te mienten, pero que encima te quieran hacer pasar por necio, ¡no, eso es insoportable y nauseabundo!

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