Por Puertos33
En mi último viaje no fui solamente a Mallorca, también soñé con Paterson. Curiosamente, ayer ojeando unos libros en una tienda, William Carlos William se presentó con sus poemas sobre “Paterson”. Tras tantas coincidencias, no podía evitar escribir sobre ello.
Un viejo amigo, al cual tengo en alta estima, me la recomendó con la frase humorística de: “Es una película donde no ocurre nada, absolutamente nada”. Claro, con esa recomendación tenía que verla sí o sí.
Empieza como empiezan todos los días, en la cama. Como nuestra rutina, como la de cualquier trabajador. Una vida normal, como la tuya y la mía. Desayunar solo, salir hacia el trabajo, cumplir con la jornada correspondiente y… volver a casa. Quizá lo único memorable es la cerveza de la noche, el largo paseo, el bar de los recuerdos de Paterson.
Mi compañero de salón, se reía de los gemelos que aparecían. En la película, hacen fluir los detalles. Una vida bohemia sin la elevación socio-cultural necesaria. No lleva móvil porque no lo necesita ¿Tiene algo que contar a nadie? ¿La gente quiere escuchar? —De su pregunta: ¿Qué tal estas? Respuestas sin empatía alguna, ninguna va más allá del yo receptor—.
El martes se vuelve a despertar, las cortinas vuelven a ser distintas cuando llega por la noche y, ahora, la novia quiere ser cantante. El perro es insoportable, el paseo sigue siendo igual de largo y las conversaciones de los pasajeros mentiras públicas. Hay un miedo a la sinceridad, al silencio. También aquí, me decían el otro día “no tienes que contarlo todo” —¿Por qué la ocultación?— Los dos obreros del autobús quieren una vida mejor, inventan una actividad que no está en ellos.
Asumir nuestra marginalidad es un acto terrorista para esta sociedad de sujetos. El coaching gana camino mientras la contemplación desaparece. Paterson brilla en las 24 horas de sus días porque va con calma, con la capacidad del poeta. El trabajo no es liberador, tampoco un castigo. Su vida son los detalles de estar vivo. Sentarse enfrente de la cascada y escribir sobre cerillas azules.
Lo curioso de la película es como muestra fácilmente cuatro o cinco poetas y ninguno de ellos parece un extraño. El mundo está lleno de gente que contempla su día a día, que ve belleza donde solo hay momentos. Quizá sobredimensiona la pasividad del observador, quizá parece demasiado observador ¿pero no es el más violento con el perro? No ocurre nada y, sin embargo, todo está ocurriendo.
“Quiero aprender a tocar la guitarra” –¿Quién puede soportar el ocurrir constante?– Paterson calla, se sienta en el autobús, también en el sofá. Paterson espera las acciones de su entorno, del jefe a la pareja, de los niños del autobús a los obreros… El vehículo averiado se presenta como un verdadero acontecimiento.
“El agua cae desde el aire brillante. Y cae como el cabello, que atraviesa los hombres de una joven…” La poesía aparece como lo hace fuera del cine, en todos. Da igual joven que mayor, hombre que mujer. Seguramente peque de una poesía muy americana, no una poesía de forma, pero también se debe a William Carlos Williams —todo en la película es fondo—. Si algo hay que reprochar al film es la poca fuerza para imponerse del protagonista, aunque claro… siguiendo mi anterior artículo, quizá el mundo que le rodea —también la mujer— es lo que menos importa.
Como decía antes, el hecho de que tras hablar de gemelos el solo viese gemelos y que cuando le rompen el cuaderno reciba uno nuevo, es el ejemplo de lo accidental. Lo mágico de la casualidad. Solo el poeta, solo él, puede percibir esos detalles. Desde su silencio, el mundo va a otro ritmo. Atraviesa moléculas, en esa caja de zapatos que ahora también es tiempo. No hay violencia allí donde no hay intención. Paterson es él, pero también es la ciudad.
Que maravilloso artículo