Frantz, Trincheras para después de la guerra

Sentimientos reprimidos que buscan una salida, como los de Anna cuando se atreve a cruzar esa frontera, no solo geográfica, sino también emocional, una forma de intentar resolver el conflicto interior, una metáfora de otro conflicto, el que enfrentó a dos naciones en una guerra cruel.

Por Angelo Nero | 10/12/2023

Con una exquisita sucesión de fotogramas en blanco y negro, -utilizando solo alguna pincelada de color para, curiosamente, acentuar el drama-,  François Ozon nos ofrece una curiosa historia de culpa y redención, no solo a nivel íntimo, personificado en Adrien, atormentado por la muerte de Frantz, en la prometida de este, Anna, y en sus padres, descorazonados con la desaparición de su primogénito, pero también a nivel colectivo, en las heridas que la conflagración dejó a las naciones francesa y alemana, y que solo dos décadas después volverían a sangrar en una suerte de funesta revancha.

François Ozon es un especialista en adentrarse en las tinieblas del alma humana, como bien mostró en films como Gouttesd’eau sur pierres brûlantes (Gotas de agua sobre piedras calientes), Swimming Pool (La piscina), o Le Tempsqui reste (El tiempo que resta), por citar a las que más celebré, y en esta su última obra no deja de diseccionar en esa oscuridad, para mostrarnos sentimientos contradictorios, atormentados, como los derivados de la trágica muerte de Frantz, cuyas circunstancias serán reveladas hacia el final del film, aunque para entonces aquello ya perdiera importancia para nosotros, más pendientes del desenlace del imposible romance de Adrien y Anna.

Anna es realmente la derrotada en esta guerra de trincheras, después de pelear con tanto valor por lo que quiere, primero en esa guerra por mantener viva la memoria, sin mostrar ni un ápice de rencor, consagrada a su pena y a los recuerdos de su prometido, después en el combate entre alimentar ese amor antagónico que le crece a medida que va conociendo a Adrien, deliciosamente narrado tanto en el ritmo como en las formas –el paseo por el campo, el baño en el río, las conversaciones intimas-, o desterrarlo una vez que conoce la terrible verdad que descubre, antes de su partida, el joven francés. Excepcionales las interpretaciones de los actores protagonistas, Pierre Niney, que ya tiene una extensa carrera en el cine francés (al que vimos en un pequeño papel en Les neiges du Kilimandjaro (Las nieves del Kilimanjaro), y Paula Beer, con una filmografía más modesta (debutó en 2010, en ThePollDiaries) sobretodo en los países de habla alemana, pero a la que la crítica augura una prometedora carrera.

Sentimientos reprimidos que buscan una salida, como los de Anna cuando se atreve a cruzar esa frontera, no solo geográfica, sino también emocional, una forma de intentar resolver el conflicto interior, una metáfora de otro conflicto, el que enfrentó a dos naciones en una guerra cruel, con réplicas que, ocuparon buena parte del siglo pasado, y que se resolvieron con una suerte de asunción de culpas, más que de redención. En definitiva, esta es una película con muchos temas transversales, que ofrece varias lecturas, y que merece la pena recomendar a aquellos que no temen hurgar en las heridas del pasado, en las íntimas y también en las colectivas.

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