Cine | Lilian Hellman. Mujer inacabada

Por Eduardo Nabal

“La loba” (The Little Foxes)  es una obra emblemática en la trayectoria de Lilian Hellman como dramaturga, solo comparable a “The children’s hour” aquí llamada “La calumnia”, sobre dos maestras “acusadas” por una niña y luego por una comunidad entera de mantener una relación lésbica en el internado donde enseñan. La fama de la obra llega hasta nuestros días con su discutible melodramatismo y también su virulenta  crítica social. A esto no es ajeno las dos magníficas adaptaciones que William Wyler hizo de ambas piezas, llegando a repetir en el caso de la segunda para poder omitir los aspectos cruciales obviados, debido a la censura, en su versión de los años treinta titulada “Esos tres”.

 En “La loba” la autora vuelca, más que en otras piezas suyas, claros aspectos autobiográficos sobre todo en lo que se refiere a sus orígenes familiares y el ambiente en el que creció como muchacha inteligente y algo rebelde. El Sur decadente, las grandes familias venidas a menos, la codicia, los celos y la ambición son el tema central de una obra que nos habla de forma explícita del núcleo familiar como núcleo de intereses y refleja el resentimiento de la autora hacia algunos de los aspectos menos halagüeños de las gentes con las que creció: el racismo, el caciquismo, la indiferencia ante la belleza, la murmuración, los secretos de familia… aspectos que reaparecen de otra forma en algunas obras suyas o guiones de cine como “Juguetes en el ático”, adaptada al cine por George Roy Hill,  o el libreto de “La jauría humana” de Arthur Penn.

Wyler que ya había adaptado “The children´s hour” en 1934 bajo el título de “Esos tres” (en una versión adulterada para poder pasar la censura) trabaja por tercera vez con su actriz favorita en el periodo: Bette Davis en el esplendor de su carrera, cuando realizó algunas de sus mejores composiciones interpretativas  para el cine melodramático en películas clásicas como “La solterona”, “La carta” o “La extraña pasajera”.  En “La loba”, con un maquillaje blanco casi cercano a la máscara, interpreta a la avariciosa Regina, una madre de familia que se disputa con sus hermanos la fortuna familiar recurriendo a toda suerte de tretas y sin muchos miramientos hacia los sentimientos de su marido y su hija (encarnada por una joven Teresa Wright).

Como Hellman cuenta en sus memorias recogidas en el volumen “Una mujer con atributos” muchas frases y episodios de “La loba” están sino inspirados en su propia vida o su propia familia si en ese Sur que tuvo la suerte o desgracia de conocer y que, como su origen judío y sus ideas izquierdistas (fue citada por el Comité de Actividades Antinorteamericanas),  marco su carácter para siempre.

Me hubiera encantado poder enseñar esta película en la Universidad pero los raposos y los que callan, las lobas que se comen las vides se adueñaron de todo. En este caso es profética la frase de uno de los personajes del filme: “Algún día la gente como nosotros poseeremos este país”.

En su libro “Tiempo de canallas” Hellman recuerda sin pelos en la lengua algunos episodios transcurridos durante el “periodo McCarthy” o la también llamada “caza de brujas”. Esa atmosfera de delación y linchamiento ya se había encontrado en su primera obra estrenada “La hora de los niños” y la volveríamos a encontrar en otras piezas suyas y en algunos párrafos del guión de “La jauría humana” de Arthur Penn. ¿Es el tema de las obras de Hellman social o una suerte de ajuste de cuentas con su tiempo? Obras como “The Little Foxes” recrean algunos episodios de su adolescencia y juventud cuando descubrió los intereses económicos y de prestigio que se escondían tras las rencillas familiares, en ese Sur decadente del que procedía  y al que volvería en otras piezas suyas.

En “Tiempo de canallas” Hellman no duda en hablar con lengua mordaz y algo resentida de antiguos amigos y compañeros de profesión como el dramaturgo Clifford Odets o el realizador Elia Kazan, que delataron a muchos de sus colegas- particularmente este último- cuando fueron citados por el Comité de Actividades Antinorteamericanas, aunque su descripción del periodo queda incompleta si no conocemos todo lo que sucedió antes y después y que si podemos encontrar, de forma algo sesgada, en sus libros de memorias “Pentimento” y “Mujer inacabada”. Hellman, a diferencia de su marido, Dassiel  Hammett, no entró en prisión pero si tuvo que acudir a declarar acogiéndose a la ya famosa “quinta enmienda” para que “el asunto no llegará a mayores”. El Comité tenía “motivos” suficientes para incriminar a Hellman como sus viajes a Rusia o sus simpatías izquierdistas expresadas en algunas de sus piezas dramáticas e incluso guiones de cine en la que fue criticada por su forma de “presentar a la población rusa”, una población entonces aliada y que en plena guerra fría fue demonizada hasta la saciedad.

La amistad casi romántica de Hellman con la humorista Dorothy Parker, sus viajes al extranjero, su estancia en la guerra civil española, su posición ante el periodo McCarthy sus años de ostracismo todo están en la memoria colectiva de los amantes del teatro estadounidense de primera mitad del siglo XX, a lo que se añade el ser una pionera como dramaturga en un mundo dominado por las plumas masculinas. Su vida fue objeto de un elegante biopic rodado por Fred Zinnemann en 1977 bajo el título de “Julia”, donde cuenta su amistad íntima con una activa militante anti-nazi (encarnada por Vanessa Redgrave)

Hellman viajó por Europa en los años más duros del fascismo y también, se acercó, no sin cierta ingenuidad, a Rusia y lo que podía significar a nivel sociopolítico en los años 30

Hoy echamos de menos, sobre todo, la traducción al castellano de su producción dramática, de sus grandes obras de teatro, ya que sus memorias han sido recogidas, nuevamente, por Lumen en el volumen “Una mujer con atributos”.

A pesar de lo que cuenta en memorias y entrevistas (algunas no traducidas al castellano) no creo que Hellman debiera pasar a la historia por sus agrias polémicas con Mary McCarthy o Elia Kazan, ni siquiera su estrecha relación con el escritor de novelas policiacas Dassiell Hammett completan su significado en la historia ni, menos aún, en las letras. Definida como mujer de mal carácter y pluma afilada, en la que convivía la ascendencia de familia sureña pudiente venida a menos y rebelde con causas, con el doble estigma de ser mujer y judía en tiempos del nazismo, Hellman viajó por Europa en los años más duros del fascismo y también, se acercó, no sin cierta ingenuidad, a Rusia y lo que podía significar a nivel sociopolítico en los años 30, no solo por la influencia del teatro ruso, sino por esos ideales comunistas con los que coqueteo en el periodo. Su visión crítica de la sociedad estadounidense se refleja no solo en sus obras sobre la descomposición del núcleo familiar bajo el efecto de la codicia, la condición femenina, el poder destructor de la murmuración  y la delación sino también en un compromiso “a medias” con los hombres y mujeres negros, algunos de los cuales la habían cuidado o acompañado hasta la edad adulta. A medias según algunas feministas afroamericanas que vieron algo superficial el compromiso antirracista de Hellman, aunque debemos tener en cuenta que como su compromiso con la causa feminista, casi siempre se mantuvo en una fila de relativa comodidad dentro de un sector intelectualmente combativo del mundo en que creció y la época por la que transitó.

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