Por Puertos33
Un viernes cualquiera, de una noche cualquiera, andaba por Madrid hablando con una vieja amiga sobre cine. Hablamos sobre esto, sobre las estúpidas reflexiones que publico —sobre lo anónimas que son—, pero surgió un título… Ella o yo, no lo recuerdo bien, dijimos que había que volver a ver “Shakespeare in love”.
Una noche cualquiera, de un viernes cualquiera, me tumbe en la cama y tecleé el nombre por internet. Al principio la veía emocionado, pero cuando llegó la escena de las barcas salieron las ganas de escribir este artículo. Lo que parecía una conversación banal sobre una película pasada, se convirtió en esta entrada, en este regreso.
No hay otra manera de presentar una película de hace 20 años —ha llovido mucho— que tras el azar que me llevó a ella. Volviendo a la película, lo único memorable es esa escena. SI bien, el resto de la película viaja entre asemejar a Shakespeare con Romeo. Jóvenes poetas, ambos, enamorados de la mujer de la élite de turno. Ella espera, y disimula en su espera, la llegada nocturna de su amante. Por las mañanas ella actúa, y disimula en su actuación, como un hombre.
Lo cierto es que cabría un análisis distinto, ver qué hay de pasiva en la protagonista y ver qué hay de activo en él. Tal vez, solo lo planteo, ser quien aguarda no significa no ser la voz cantante. Tal vez, ella desde esa torre tiene más poder que él. No podemos olvidar que, cuando Shakespeare se enamora, se abandona a toda pasión y que la calma es la de ella, quien actúa y finge su historia. Uno no puede evitar pensar en una conferencia a la que asistió sobre esta misma temática —creo que la ponente que habló de esto era una profesora de la UNED—
Pero no me interesa eso —lo cual llevaría a otro artículo— quiero hablar de esa idealización previa. De ese “flechazo” que los agrupa, que los empareja. Lo que lleva a Shakespeare a recitar poemas y metáforas en abstracto y a no reconocer en concreto. Ese amor, en el cual nos han educado, donde la persona es innecesaria; aunque necesaria —cabría aquí una comparación con “Her”—. El cuerpo, ella, solo es un motor previo para el desencadenante de toda una pasión que aguarda. Decía Kierkegaard en “La repetición” que el alma del poeta puede verse embriagada de pasión en un instante, de una pasión que no necesita seguir queriendo en constante, pero que no puede dejar de querer. Y bajo esa dialéctica de si y no, ella es lo menos importante.
Podría hablar de otras escenas, de otros actores, pero toda ella está en ese barco. El resto son partes de cualquier otra película. Anteriormente he dicho que habría que hacer una comparación con “Her” ¿Cómo no hacerla? Recuerdo que cuando la vi lo hice sin mucha esperanza. Una portada fea con un actor que antes no me había dicho mucho —era el malo de Gladiator y yo siempre fui de Máximo— pero me sorprendió.
Nuevamente nos enfrentamos ante un “otro” no necesario ¿Dónde está ella? ¿Existe? De hecho cuando gana cuerpo, cuando aparece en la puerta, es rechazada —curiosamente, aparece de nuevo la idea de pasivo-activo en duda— Lo importante de ese sistema operativo es que salva a Joaquin Fenix, que despierta su pasión latente. En ningún caso el otro es importante; solamente despiertan la chispa. Desaparecer de una película de amor es muy extraño, pero no hubieran cambiado nada las historias.
Aunque hayan pasado casi 20 años de una película a otra, el amor de ellas es el mismo ¿Es amor? También los personajes, ambos hombres estéticos y ellas mujeres encerradas, son iguales. Una más dramática, otra más ligera, pero con idéntica sinopsis. La relación es secundaria, lo interesante es el comienzo.
El poeta inglés no mira a su interlocutor(a) y el escritor de cartas no necesita mirarla. Los dos estancados, caídos, como solo caen quienes sienten todas las horas del día. Desarrollan en un despertar todo lo que estaba encerrado. De ahí su espiral, de ahí su continuo fantasear. Los ojos se nublan y no reconocen un falso bigote porque el ya no está en el barco.
También he dicho, entre círculos cercanos, que mostraban como no se necesita el cuerpo para amar —aunque ahora lo queramos elevar al primer plano— Lo físico libera una bomba que había explotado en ellos. La voz o el baile, son las llaves de las jaulas de cada uno de los poetas. Ellos son pasión, ellas calma. Bendita pasividad de quien conduce, de quien frena. Ambas están encerradas, en un mundo en el que ellas solo conocen.
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