Buscando el camino en el desierto

La película está dividida en tres episodios nombrados con las posiciones del rito del rezo musulmán: reverencia, levantamiento y postración

Por Angelo Nero

Oliver Laxe nos advirtió, antes del estreno del film, en unos reconvertidos multicines donde ahora se proyectan cintas de “arte y ensayo”, que mirásemos su trabajo con la piel, sintiendo más que pensando, dejándonos llevar por lo que nos provocará aquella sucesión de imágenes que, más que una historia, quería contarnos una forma de “ver el mundo desde otro nivel de percepción, una percepción que no fuera racional.”

En una sala desbordada por el acicate de contar con la presencia del director para un dialogo posterior, asistimos a una insólita suerte de mezcla de géneros, entre la road-movie, el western y el cine espiritual, pues estos son los tres ingredientes principales de “Mimosas”, que desde su nombre apunta a evocaciones nada implícitas, a sensaciones que nuestra piel debe interpretar, a esos caminos que cada uno tiene que buscar, desde su corazón, para encontrar su Sijilmasa particular, que le dé sentido a su existencia, que la convierta en algo útil, como le sucede a Shakib, un conductor de taxi al que se el destino pone a prueba su arrojo y su fe, cuando, inesperadamente, se ve envuelto en una misión imposible, la de guiar una caravana por medio de las montañas del Atlas, tras la muerte del maestro sufí que la dirigía, para enterrarlo dignamente.

Precisamente es la espiritualidad sufí, de la que Oliver Laxe es un gran conocedor, la que impregna cada fotograma de este film, que está rodado desde una óptica nada habitual para nosotros, la de una mirada islámica, aunque carente de una deriva islamista, pues el proselitismo no está entre las intenciones del autor que pide al espectador “ver más allá de la narración, del relato, que son importantes, pero también saber que una película no hay que entenderla, hay que sentirla. He intentado evocar lo inefable, lo extraordinario, lo divino a través del misterio de las imágenes y esto es lo que espero haber conseguido.” Dicen que la fe mueve montañas, y la fe es lo que ayuda a Shakib a atravesarlas, afrontando emboscadas de los bandidos, torrentes y cañadas, hambre y sed, motines entre su gente, en la que esa misma fe flaquea, todo tipo de pruebas que afronta con gesto estoico, como si fuesen pasos obligatorios de un camino, el de la vida, que deben ser aceptados con resignación, algo muy característico de las sociedades rurales.

Precisamente este fue uno de los puntos destacados del dialogo posterior con el autor, donde hizo hincapié en sus orígenes gallegos (Oliver Laxe nació en París, pero sus ancestros son oriundos de Os Ancares), en esa aceptación de la gente que habita las áreas rurales –algo común en Galicia o en el Magreb- de los caprichos de la naturaleza, de las ruinas de sus cultivos, de la pérdida de los hijos, heladas y sequías, pero de las que siempre surgen nuevas cosechas, se levantan otra vez muros, se abren nuevos caminos, en esos ciclos de la vida que no pueden comprender, pero que asumen como parte de la existencia.

La película está dividida en tres episodios nombrados con las posiciones del rito del rezo musulmán: reverencia, levantamiento y postración, que tienen que ver con la actitud vital de sus protagonistas, en especial de Shakib, aunque en Mimosas coexisten dos mundos –algo que crea algo de confusión en nuestra visión occidental- alejados en un tiempo anacrónico y en un espacio también indefinido, surcado por taxis en mitad del desierto ¿quién va en ellos? ¿hacia dónde?, y recorrido por una caravana formada por un grupo heterogéneo, que ha quedado desorientado tras la muerte del maestro sufí. Shakib asegura poder dirigirlo, aunque desconoce el camino, y solo se guía por su fe, enfrentándose a la fuerza de la naturaleza como algo también sagrado e inabarcable. En contraposición a Shakib está Ahmed, un joven sin verdadera vocación religiosa cuya contemplativa figura representará los tiempos del escepticismo contemporáneo y la pérdida de unos valores devotos obsoletos, pero que será convencido (o más bien convertido) por la fe del improvisado guía, para acompañarle hasta el final en el camino hacia Sijilmasa. Realmente Mimosas es una película iniciática, que nos introduce en una espiritualidad muy alejada de la que intuimos en cinematografías más próximas, por lo que el lenguaje que nos entra a través de la mirada tiene que ser traducida a través de la piel.

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