Cine | Animales nocturnos, la venganza de lo débil

Por Puertos33

Nos movemos en una época donde lo estético brilla, donde la belleza o lo grotesco tienen voz. Una estética que ha cubierto el espacio político, también nuestras relaciones. C tangana, por poner un ejemplo, lo confirma con su intervención en la entrevista del «Chester» de la pasada noche. Desde Tinder a la música, desde lo terrenal a lo religioso (¿no es el actual Papa una limpieza de imagen?). La importancia de lo atractivo va más allá de lo sustancial. La manera de mercantilizar cualquiera de nuestros mundos es a través de la forma.

Pero no todo es así; aún aparecen «perlas» a las que aferrarnos. Y no es que pequen de mala imagen, utilizan la imagen como elemento atractor. Tom Ford trae desde su clandestinidad de lo afamado, desde lo marginal del éxito, dos «perlas» para sentarnos y dejarnos llevar. Empezó a adentrarse en lo cinematográfico en 2009 con una película que no pasó desapercibida (A single man) llevando a Collin Firth a varias nominaciones. Pero lo que me hace escribir este artículo es su segunda película (Animales Nocturnos), que sorprendentemente no fue oscarizada.

Y tras la presentación al asunto. La primera escena ya es violenta, nos capta. Digamos que a gran parte del público le asquea, aunque no lo reconocerán en voz alta. La desnudez está reservada para lo canónico… lo normativo, los cuerpos de gimnasios, los cuerpos cuidados por encima de los comunes. También he de decir que, durante el resto de la película, no vuelve a ocurrir este elogio a lo brutal, quizá perceptible de nuevo en el desgaste del detective. Se puede resumir en la frase de uno de los personajes en la mesa mientras cenan: «nuestra vida no es la real». La película solo viaja en lo bello, desde la literatura hasta el diseño, pasando por la muerte.

¡Qué muerte más atractiva! La muerte aparece como algo revelador, con la paz del ya pasó todo… Una falsa pausa, todo hay que decirlo. Todo el libro es la metáfora de una vida que desapareció. Lo siento, también hay muertes que no se consuman. Edward consigue escribir, con lo terapéutico que es escribir, más allá de su «nunca volvió a casarse» en palabras de Susan ¿Qué importancia tiene eso? ¿No está su vida en esa novela? Una vida que ya ha vivido todo lo posible.

¿Quién no vio eso? ¿Quién pudo entender dos películas tan distintas? No hay una vida pasional y una vida literaria… como el propio Edward reconoce en el, quizás, diálogo más importante de la película “solo se escribe de uno mismo”. La novela también es de ellos, también es su historia. Días atrás, hablaba de la historia posible de (La la land); hoy lo hago de la historia metafórica de la pareja. Lo curioso es que Edward reconoce a Hutton como un violador… Un atractivo violador, eso sí. Tal vez, en ese culpabilizar al extraño del fracaso de la relación, obvia su propia culpa. La culpa de la propia pareja.

El abandono de lo juvenil ocurre en ella, en su madurez. En la conversación con su madre, en su muerte, también en la de su hija. Se madura de golpe, en silencio… con los ojos ensangrentados, bajo la lluvia, viendo como abraza a otro hombre, tumbada desnuda sobre un sofá. Se madura al reconocerse ajeno, al no poder acercarse. El amor se marchita, pero sigue en segundo plano. La película no existiría sin ese segundo plano. Puede volver aquí (la la land), con ese correo que se escribe. Incluso, con esa venganza final.

Pero hablemos antes de los “él”, tan obvio que es interpretado por el mismo actor. La «suegra» le llamaría débil, la pareja sensible… la atracción por lo sensible. Más allá de que, físicamente, no tiene nada que envidiar al «caballero». Pero ¿en qué gana? No lo hace en el físico; tampoco en las emociones. La madurez de antes convierte su atractivo en su debilidad. El equilibrio que exige ser adulto, un equilibrio sin escrúpulos, sin poesía. Aunque sean artistas, recordemos artistas de otra realidad. Escribe siempre sobre él; sólo sobre él. Calla cuando pierde todo. Calla cuando se le debía exigir enfado. Cuando tiene que contar la historia una y otra vez, también calla. Asusta la pasividad con la que vive las circunstancias. La falta de rabia, el silencio fuera del coche. Asusta como espera el transcurso normal de los hechos. La fe en ellos, cuando ella ya no está. Asusta como, siendo víctima, aún quiere.

La película entera es un elogio a la última escena. La venganza, como aparece en el cuadro de la galería, de los débiles. Toda la historia, hay que añadir de nuevo, recogida en una atmósfera cuidada meticulosamente. Con buenos primeros planos, con gran cuidado en la vestimenta, con colores apagados; no se espera menos de Tom Ford. Si ya dudaba sobre los Oscar, cuando me enteré del anonimato de la película, perdí la fe por completo.

Dicen que la muerte del protagonista como registro literario es un error en muchos casos, aquí también podría parecerlo. De hecho, podría serlo para quienes no han visto la metáfora. Pero aquí esto no es así; la muerte tiene significado. Es la muerte de lo vencible, de lo pasivo. El paralelismo con el no tomarse la última copa. Nuevamente, la venganza de los débiles. La muerte es inexistente. Es la toma de las riendas, el despertar del autor. La consagración del artista. Ella pensaba que no lo había superado ¿importa ese hecho? La muerte es el final de la historia, el final del libro. Te obliga a regresar a una vida fuera de la obra, acaba con la metáfora.

Lo único grotesco es el policía, rural, como los malos. Quizá lo rural se presenta como contraposición de lo cosmopolita de ella. Quizá lo rural se presenta como una banalización de la Texas donde nacieron. El policía es la muerte lenta de la relación y la constante actualización de todo lo que ha ocurrido. El tiempo, el tiempo romántico. El policía representa el declive de lo externo. Se puede ver como él lidera al principio, pero como es Edward quién decide. Toda la película es una maduración obligada, un asesinato de lo romántico por lo real.

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