Ciberactivismo ambiental

Manuel López Arrabal

¿Para qué protestar con cacerolas y pancartas a la puerta de un ministerio cuando miles de personas pueden colapsar el correo electrónico del ministro haciéndole saber con todo detalle el porqué de la protesta? Es mucho más efectivo reivindicar cualquier asunto de interés público ante los poderes públicos o privados de una forma masiva, con un mensaje claro y con nombre y apellidos, a que lo haga el mismo colectivo de personas en una manifestación pública estando la gran mayoría de sus integrantes inmersas en una masa anónima de individuos. A este tipo de activismo social de última generación que cada vez gana más adeptos y que poco a poco va sustituyendo o complementando al activismo clásico, se le llama ciberactivismo.

Wikipedia, la enciclopedia libre de internet, define al ciberactivismo como es un fenómeno propio de la cibercultura y está referido a la forma de acción política y participación social, a través de la cual las personas hacen uso de la tecnología e Internet para organizar actividades, discutir, compartir información, participar y expresar su descontento sobre temas con los que se identifican”.

Está claro que actualmente la mejor fórmula para que grandes masas de seres humanos conozcan determinadas injusticias sociales o ambientales es trabajando con los medios de comunicación al alcance de la mayoría, es decir, internet y la telefonía móvil. También es la mejor fórmula de unir a colectivos de ciudadanos separados por miles de kilómetros, pero con intereses comunes, para que de forma coordinada puedan dirigir sus protestas y propuestas a personas, grupos o instituciones concretas. Los medios que internet nos proporciona actualmente para los distintos fines que se deseen conseguir, los encontraremos en la web participativa 2.0 o web social, o bien, en la web 3.0 o web semántica, esto es, las miles de páginas interactivas de Twiter, Facebook, Linkedin, Youtube,…,millones de blogs y, por encima de todos, el correo electrónico, esa poderosísima herramienta que nos permite contactar con el presidente del Gobierno o con el consejero delegado de la mayor multinacional del mundo.

Pensemos que hoy en día tienen acceso a internet más de la mitad de la población mundial (un 53% o, lo que es lo mismo, 4.021 millones de personas a principios de 2018). Solo en España hay unos 39,5 millones de usuarios de la red (un 85% de la población), y el perfil del internauta, aquí y en todas partes, es el de un agente cada vez más activo en la gran conversación digital global. Los expertos han creado el término mensajes virales para explicar el fenómeno de un vídeo o manifiesto que llega a millones de personas, en cuestión de días e incluso horas gracias, principalmente, al teléfono móvil, a los servicios de mensajería y a las redes sociales. Los mensajes virales funcionan porque llevan mucho contenido emocional con el objetivo de remover internamente a quienes los reciben. De este modo se compartirán de forma exponencial.

Si a las reivindicaciones políticas a través de internet se las llama “política 2.0”, a las que buscan soluciones y concienciación ecológica se las llama “ecología 2.0” o  ciberactivismo ambiental.  Con este tipo de ciberactivismo, muchas ONG,s ecologistas consiguen muchas más firmas que cuando sus voluntarios salen a la calle con una mesa. Además, con estos nuevos medios, se consigue llegar al público más joven que hasta ahora no estaba interesado en la protección del medio ambiente. Estas nuevas técnicas participativas permiten incluso llevar a cabo acciones en todo el mundo con una mínima estructura, por iniciativa de un grupo de personas e incluso de una sola, pudiendo llegar a millones de personas, incluidos los políticos y líderes de grandes empresas que son, al fin y al cabo, los destinatarios habituales de las ciberacciones de presión social.

La más conocida campaña de este tipo, ocurrida hace una década, se llamó “350 ppm”, creada en el año 2008 por el escritor norteamericano Bill McKibben para presionar a los gobiernos para reducir el CO2 de la atmósfera desde los 385 ppm (partes por millón) de entonces, a un máximo de 350 ppm. La campaña se hizo célebre en vísperas de la cumbre de Copenhague, en diciembre de 2009, consiguiendo miles de imaginativas acciones fotografiadas y filmadas en muchos rincones del planeta para ser subidas después a la página web de la campaña. A partir de ahí, el equipo de McKibben, con ayuda de miles de voluntarios, difundían dichas acciones a través de todas las redes sociales, webs, blogs, e-mails y, también, por los medios de comunicación convencionales. La enorme ciberpresión ejercida no fue suficiente para arrancar de los negociadores de Copenhague un acuerdo digno para reducir las emisiones de CO2, pero el día de la acción climática (24 de octubre de 2009) acabó siendo “el día de acción política con mayor cobertura geográfica de la historia”, según informó la cadena CNN, con 5.200 acciones en 181 países en un mismo día. Y, pese al fiasco posterior en la cumbre política de Copenhague, se consiguió que 117 países apoyaran allí el difícil objetivo de las 350 ppm de CO2.

Otro magnífico ejemplo de éxito ecológico, con participación mundial gracias al ciberactivismo ambiental, es el logrado por Greenpeace en el año 2010. Es, con diferencia, la más exitosa campaña de la última década conseguida por esta conocida ONG sin tener que desplegar gigantescas pancartas en edificios, fletar barcos o encadenarse a chimeneas humeantes. Bastó un original vídeo en el que los ecologistas parodian el famoso anuncio de las barritas de chocolate KitKat de Nestlé. En el anuncio original se ve a un empleado de oficina que decide hacer una pausa en su trabajo (“tómate un respiro, tómate un KitKat”), y tras abrir el envoltorio de las chocolatinas, se las come relajadamente. En la versión de Greenpeace, vemos a un oficinista parecido que saca del envoltorio, en lugar de las barritas de chocolate, unos dedos de orangután que tras morderlos chorrean sangre por la boca del actor; para aclarar enseguida la desagradable escena se puede leer la frase: “Nestlé, dale un respiro a la selva de Indonesia. No utilices aceite de palma procedente de la destrucción de sus bosques”. Esto, y una hábil difusión del vídeo a través de internet, causó un profundo y reconocido daño a la firma Nestlé, hasta el punto que, en mayo de 2010, la multinacional suiza anunció su compromiso de rechazar el aceite de los proveedores implicados en las prácticas destructivas de bosques. Días después, en la web de Greenpeace, un orangután levantaba una pancarta que rezaba: “Gracias por darme un respiro”.

Hoy día, tanto Greenpeace como otras grandes organizaciones ecologistas tienen su propia sección de ciberactivismo, pero también existen otras muchas organizaciones, agrupaciones o personas individuales que inician campañas ambientales muy efectivas a través de plataformas de recogidas de firmas, siendo una de las más conocidas Change.org.

Sin embargo, firmar una ciberacción ecologista es muy fácil y rápido, pero de poco servirá si no somos coherentes, por ejemplo, a la hora de comprar o desplazarnos diariamente de una forma más sostenible para el medio ambiente. Como ya he explicado en otros muchos de mis artículos de ecología, las principales y más importantes acciones en favor del medioambiente siguen estando a nuestro alcance: a través del consumo consciente y tratando de llevar un estilo de vida lo más saludable posible. Lo que es sano para nosotros, lo es también para el planeta.

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