Fue despedido por Amazon en marzo de 2020 tras protagonizar una protesta que exigía mejores protecciones en plena pandemia, pero Chris Smalls sigue luchando por la creación de un sindicato.
A. Buisson – Mediapart. Traducción de Rubén Navarro
Anochece en Staten Island -uno de los cinco distritos de Nueva York- pero en el JFK8, un gigantesco depósito de Amazon, el descanso puede esperar, no hay tiempo que perder. Estamos a principios de diciembre, en plena «temporada alta», un periodo de gran actividad previo a las fiestas de fin de año.
Los camiones de reparto con el logotipo de la empresa van y vienen por las carreteras de este barrio industrial del oeste de la isla neoyorkina. Al mismo tiempo, los autobuses urbanos acarrean decenas de empleados a intervalos regulares, que se pueden reconocer gracias a los pases de seguridad y a sus mochilas transparentes.
Se dirigen al depósito, un «centro de procesamiento» grande como varios terrenos de fútbol, en el que se organizan los pedidos y las entregas para toda la ciudad de Nueva York.
En su camino, se cruzan con un pequeño grupo de voluntarios que les desean «que trabajen bien» y que reparten agua y pizza. Son miembros de la ALU (Amazon Labor Union), una organización de extrabajadores y de personal de Amazon, movilizados para organizar un sindicato. Un sindicato para representar a los miles de operarios que trabajan en el JFK8 y en los depósitos de los alrededores.
Movilización y vigilancia
Reivindican: una hora de pausa para comer pagada, licencia por enfermedad, aumento de sueldo, presencia del sindicato en las reuniones disciplinarias… Si estos voluntarios logran su objetivo, la ALU sería la primera organización sindical creada desde adentro de la empresa de Jeff Bezos, el segundo mayor empleador privado de Estados Unidos con 1,2 millones de trabajadores. En Estados Unidos, donde los convenios colectivos se hacen a nivel de cada depósito, podrían formarse otros sindicatos.
Por eso los voluntarios trabajan duro. Han estado presentes allí casi todos los días durante los últimos ocho meses, detrás de una modesta mesa, al aire libre, al lado de la parada del autobús. Ese lugar les permite alcanzar a un gran número de empleados antes de que crucen la calle para entrar en el edificio JFK8. Amazon los vigila: los activistas nos muestran una cámara que la empresa instaló cerca de la mesa para observarlos.
Mientras cuatro voluntarios reparten folletos a los transeúntes, Christian Smalls instala el equipo de sonido y una guirnalda de luces. Este afroamericano de treinta años, alto y de mirada afable, es el líder del grupo. Era subdirector del JFK8 y fue despedido en marzo de 2020, al comienzo de la pandemia, tras organizar una manifestación para protestar por la falta de seguridad sanitaria en el almacén.
Pero no bajó los brazos y, desde entonces se convirtió en el rostro del esfuerzo de sindicalización; pasa varias horas al día tratando de convencer a sus ex compañeros de trabajo para que firmen las «tarjetas», un documento que señala su voluntad de contar con una representación colectiva.
Despedido por hacer huelga
Para que haya un referéndum, es necesario que al menos el 30% de los trabajadores actuales firme esa «tarjeta». «Si alguien me hubiera dicho hace dos años que hoy estaría haciendo esto, no lo habría creído. A veces, cuando me despierto por la mañana, todavía tengo que pellizcarme», confiesa Chris, sentado en la parada del autobús. Este esfuerzo me lleva todo el tiempo. No tengo otras actividades. Y alguien tiene que hacerlo».
Antes de empezar a trabajar en Amazon en 2015, el neoyorquino trabajó en un depósito de distribución de alimentos, «un trabajo físicamente exigente y mal pagado». Llegó a la empresa de Seattle pensando que le iría mejor. «El primer año, me ascendieron rápidamente. Me dejé convencer». Pero empezó a desilusionarse cuando pidió, después de dos años en la empresa, que no le pagaran por hora. Solicitó un puesto asalariado 49 veces. Pero en vano. «Si no hubiera estallado la pandemia, seguramente me habría ido por mi propia cuenta, dice. Estaba harto.»
La empresa no le dio tiempo para irse por su propia voluntad. El 30 de marzo de 2020, cuando Nueva York estaba desbordada por el virus, Chris Smalls organizó un paro con sus colegas frente al JFK8 para exigir el cierre temporal del sitio para su limpieza, tras la detección de varios casos de Covid. Los manifestantes exigían también equipos de protección y una prima de riesgo y acusaban a la dirección de mentir sobre la cantidad de empleados infectados. La dirección dijo que dos empleados estaban infectados, mientras que los huelguistas afirmaban que eran al menos diez. 1
Unas horas más tarde, Chris Smalls se enteró de que había sido despedido. Fue el único del grupo en ser despedido. Amazon lo acusó de violar las reglas de la cuarentena en la que fue puesto por ser un contacto Covid, y de no respetar los protocolos de distanciamiento social. En un país en el que el peligro que corren los «trabajadores esenciales» empezaba a ser preocupante, su historia llamó la atención de los medios de comunicación y de las autoridades.
La fiscal general de Nueva York, Letitia James, calificó de «vergonzosa» la actitud de Amazon y abrió una investigación. Unos días después, el sitio web de noticias Vice reveló que el caso Smalls había sido abordado por la dirección de Amazon. Según las notas tomadas durante una reunión con Jeff Bezos, el rebelde fue descrito como «no muy inteligente y que no se expresa muy bien». «En la medida en que los medios de comunicación se focalizan en él y contra nosotros, en términos de imagen, debemos explicar, aunque sea por enésima vez, lo que hacemos para proteger a nuestros trabajadores», dice la nota interna.
Ante este ataque con un cierto tinte racista, a Chris se le heló la sangre. «Eso me motivó aún más. Querían convertirme en la imagen de la oposición. ¡No importa! Me dije a mí mismo que les devolvería su actitud», dice.
Él y algunos de sus antiguos compañeros lanzaron la campaña pro ALU después de que en abril fracasara un referéndum interno en un depósito de Amazon en Bessemer,2 Alabama, para formar un sindicato. Chris Smalls sabe que la lucha es desigual. Su iniciativa recaudó 51.000 dólares en la plataforma GoFundMe, muy lejos de los 380.000 millones de dólares que factura el gigante estadounidense.
La guerra contra los sindicatos
Por su parte, la empresa se convirtió en experta de la «union basting», o guerra contra los sindicatos, un proceso comúnmente utilizado en Estados Unidos para cortar de raíz cualquier proyecto sindical. En Bessemer, Amazon organizó «sesiones informativas» obligatorias por medio de una empresa contratada a un precio altísimo para disuadir a los empleados de votar a favor de la formación de dicha estructura.
Amazon fue acusada de colocar folletos antisindicales en los baños del personal y hasta de exigir modificaciones en el ritmo de los semáforos alrededor de sus instalaciones para limitar el contacto entre los militantes que estaban en esos cruces y los empleados. A pesar de la derrota, es probable que los empleados vuelvan a votar debido a irregularidades constatadas durante la votación.
En JFK8, una campaña similar en 2018 no había tenido éxito, aunque el porcentaje de lesiones y de enfermedades fuera tres veces superior a la media nacional en ese depósito. Consecuencia de un trabajo físicamente agotador y del estrés derivado de un horario de trabajo optimizado a ultranza.
«Las personas contratadas saben que los métodos de Amazon son controvertidos, pero muchas de ellas no tienen otra fuente de ingresos. Prefieren aguantar los horarios difíciles y la falta de seguridad para conseguir un sueldo. Así es como Amazon los controla. Intentamos movilizar a la gente que no está acostumbrada a eso. Tenemos que educarlos», dice Chris Smalls.
En esta búsqueda de las firmas necesarias para organizar un referéndum, Smalls se enfrenta a la elevada rotación de personal, lo que lo obliga a convencer constantemente a nuevos firmantes. En noviembre, retiró su solicitud al organismo público encargado de organizar dichas consultas porque le faltaban firmas. Había reunido 2.000, es decir, más de un tercio de los 5.500 empleados del JFK8, pero Amazon argumentó que sus almacenes de Staten Island sumaban más de 9.000, lo que obligó a la ALU a continuar con sus esfuerzos.
Ola de huelgas
A pesar de los obstáculos y las intimidaciones, incluida una detención policial en noviembre, Chris Smalls no baja los brazos. A diferencia de la campaña de Bessemer, dirigida por un sindicato externo, su iniciativa está dirigida por empleados actuales o que trabajaron en el JFK8. «En Alabama, el principal problema era el tiempo. El depósito era relativamente nuevo. Y los sindicalistas que estaban detrás del esfuerzo no tenían las mismas raíces que nosotros. Pero nosotros hemos pasado años en Amazon», dice.
El hecho de rechazar el apoyo de un sindicato existente es también una protección en la guerra de las relaciones públicas. «La empresa no puede atacarnos por nuestro historial o por el hecho de que nos pagan mucho dinero. Técnicas utilizadas a menudo para desacreditar a los sindicatos», continúa.
Para los trabajadores con los que conversamos en los alrededores del JFK8, la idea de tener una representación sindical no es muy evidente. «No quiero tener que pagar cotizaciones», nos dijo una mujer mientras se dirigía a la parada del autobús. Otro empleado se mostró partidario de formar un sindicato para «ejercer el contrapeso frente a la dirección», aunque dijo que estaba satisfecho con sus propias condiciones de trabajo. Otro dice que le pagan 18 dólares la hora, lo que está por encima del salario mínimo del Estado de Nueva York, que es de 12,50 dólares.
«Tenemos que hacer que se den cuenta de su propio valor», dice Smalls, animado por la reciente oleada de huelgas que afectó la economía estadounidense en octubre, bautizada como Striketober («strike» significa huelga en inglés). Desde el fabricante de equipos agrícolas John Deere hasta el productor de cereales Kellogg’s, pasando por los conductores de autobuses y los profesores, los trabajadores exigían aumentos salariales y mejores condiciones laborales después de dos años de pandemia. Al mismo tiempo, el índice de popularidad de los sindicatos en Estados Unidos alcanzó el 68%, el más alto desde 1965.
El 10 de diciembre, la seguridad de los empleados de Amazon volvió a ser noticia después de que al menos seis de ellos murieran en el derrumbe parcial de un almacén en Illinois. Estaban trabajando mientras los tornados provocaron el caos en esa zona; las autoridades iniciaron una investigación. «Cuando los trabajadores se den cuenta de que no quieren estar maniatados, votarán por un sindicato y el movimiento será como una bola de nieve», dice Smalls. Mientras tanto, podría encontrarse en una situación jurídica extraña, ya que, en el mes de febrero, la fiscal Letitia James lanzó un procedimiento de reintegración en la empresa.
Si lo consigue, tendrá que volver a trabajar para su ex patrón. «No me importaría, dice. Podría transmitir mi mensaje desde adentro. Tendría aún más influencia». Amazon no respondió a nuestra solicitud de comentarios, pero, en ocasiones anteriores, ha indicado que está atenta a los reclamos de sus empleados. Una forma de decir que no es necesaria la creación de un sindicato.
* Alexis Buisson es periodista en Nueva York desde 2007 y corresponsal del diario La Croix, de Francia. Ha trabajado para varios medios de comunicación impresos, radio y web. Especializado en política estadounidense, medio ambiente y cuestiones sociales de Estados Unidos.
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