Derechos | El internacionalismo que nunca fue

Por Eduardo Nabal

Son tiempos, más con el World Pride encima, de denunciar el Pinkwashing o lavado rosa de países como Israel que utilizan su supuesta modernidad en cuestiones de género y LGTB para maquillar su discurso racista, colonizador y criminal en Oriente Medio. Igual ocurre con algunas otras políticas occidentales y no solo del gobierno de EEUU. Pero no solo debemos- y debemos hacerlo- señalar la lavadora rosa del capitalismo neocolonial en tiempos de “crisis” sino también como, aún hoy, un sector de la izquierda sigue practicando un humanismo trasnochado, ombliguista y jerárquico que nos causa, en el mejor de los casos, altas dosis de estupefacción.

Si para la generación de los ochenta fue la pandemia del SIDA la que le enseño la triste lección de la pasividad homofóbica de un sector de la izquierda para la del año 2000 lo está siendo sin duda el silencio o las medias voces del internacionalismo ante el genocidio ruso hacia la población LGTB bajo las leyes, decretos y proclamas de Vladimir Putin y sus comisarios políticos. De nuevo estamos solas en esta lucha y hemos tenido que ser nosotros quienes, principalmente, vayamos a las embajadas, renunciemos a acudir o hagamos gestos solidarios hacia las hermanas oprimidas o asesinadas en lugares como Chechenia, con sus campos de la vergüenza y su información censurada o desoída en muchos lugares de solidaridad con otras causas mundiales de importancia.

Renunciemos a acudir o hagamos gestos solidarios hacia las hermanas oprimidas o asesinadas en lugares como Chechenia

A estas alturas defender o hacer la vista gorda ante la política ultrareaccionaria o directamente asesina del señor Putin, como hacen los gobiernos europeos, o guardar un silencio prudente está muy lejos de ser un gesto inocente. Es un gesto bárbaro como la barbarie, que no nos pilla de nuevas, pero vuelve a llenarnos de una tristeza infinita. Algún día contaremos esta historia y también la vergüenza de los que como en los tiempos del Sida, de la represión castrista, de los asesinatos de Stalin etc., pretendieron no saber nada como para pronunciarse con rotundidad. Algunos luchamos por batallas perdidas de antemano como intentar introducir estudios de cine y género en universidades de provincias por estos lares obteniendo casi la respuesta de “no a la degeneración burguesa”, al estilo (salvando las distancias) de la  que obtuvieron algunos disidentes de la revolución rusa o la intelectualidad cubana.

Sus revoluciones siguen necesitando de grandes héroes, mártires cristianos o en su defecto de heroínas en posición de  guerra, dentro de ejércitos o revueltas uniformadas que suelen acabar en parlamentos del “cambio”, donde poco se cambia, donde todo se acaba marquillando.  Su silenciosa complicidad es la más temible de todas, porque pone en entredicho las mimbres de su cacareada solidaridad con otros pueblos del mundo. De sus silencios está hecha la historia de los opresores.

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