Calzar los zapatos ajenos es el primer paso para entender las vidas de otras y yo no tengo problema alguno en ponérmelos, aunque a veces me queden grandes y se me salgan, o lo que es peor, que sean pequeños y me lastimen los pies.
Por Angelo Nero | 2/12/2024
“Les prevengo sobre el efecto adictivo de esta tela de araña. Sin darse cuenta se irán quedando pegados a ella porque llegará un momento en que sus emociones serán títeres de la autora”, dice la periodista Marta Gómez Casas en el prólogo del libro de Celia Herrero y, realmente, desde las primeras páginas del primero de los relatos que lo componen, “El diario de Antía”, te quedas pegado a una prosa que rezuma una sensibilidad exquisita, que es capaz de dibujar el drama con tramos de arcoíris para facilitarnos la digestión de lo cotidiano.
Celia Herrero, quien trabajó durante diez años en el ámbito del periodismo político y parlamentario, cambió de “escenario” para seguir realizando labores informativas en diversas asociaciones enfocadas en la defensa de los derechos sexuales y reproductivos, con especial atención sobre los de las mujeres. Labor que combina con una escritura atravesada por una óptica de género. Publicado en 2018, el libro de relatos “La telaraña violeta” ha tenido una segunda edición ampliada este año.
¿Qué te llevó a tejer esta telaraña, a plasmar esa ternura de lo cotidiano, esos giros inesperados que da la vida, y que nos dejan huellas invisibles en el corazón o quizás la necesidad de darse cuenta de que esa telaraña se puede romper?
Siempre he creído que cada vida “corriente” guarda en su interior una vivencia extraordinaria, a veces mucho más inverosímil, impactante, trascendente o mágica que la de esas personas consagradas por la historia, la literatura… Creo firmemente que lo cotidiano está infravalorado, por eso he querido que los protagonistas y sobre todo las protagonistas de esta Telaraña sean personas que estén compartiendo con nosotras casa, trabajo, autobús, aula… esas a las que se les cierra la puerta del cercanías cuando estaban a punto de subirse al tren.
Quería contar esas historias imposibles con las que se nos atraganta el primer café de la mañana y la tostada fría, ese instante en el que nos cambia la vida, aprender a cultivar geranios en la terraza de un piso de barrio y abonarlos con nuestros sentimientos, ponerme en la piel también, por qué no, de los vegetales y las plantas a los que cuidamos, que hasta se enamoran de nosotras… porque no hay nada que por inanimado que nos parezca que no se pueda arrancar a hablar, que no sufra por amor, que no suspire de deseo, o al menos eso puede parecernos.
En “El diario de Antía” te pones en la piel de una niña que asiste al derrumbe de su madre, mientras hace un inventario de sus sentimientos y de los pequeños acontecimientos que se van sucediendo en unos días. A mí me recordó a la narradora de “Final de juego” de Cortázar… ¿Es difícil arañar el alma de las niñas para entender como sufren los conflictos de los adultos?
Me conmueve la comparación, gracias Anxo. Yo creo que para arañar el alma de una niña basta con mirar hacia atrás y reencontrarnos con la niña que nosotras hemos sido. Con aquellas circunstancias con las que hemos convivido, insignificantes o relevantes, pero que han determinado nuestra vida.
Recordar cómo nos las ingeniábamos para trasladar esas vivencias y los sentimientos que nos producían, a veces de manera puramente inconsciente a veces como un refugio, a esa goma que no borra, a ese diente de león que al soplarlo se llevaba nuestros deseos, a ese lapicero al que siempre se le rompía la punta, a la mariquita que dejábamos posada en una hoja y a aquel sacapuntas que no conseguía dejar afilada la mina del lápiz. Y de ese modo, aliviar el dolor, enterrado en una montaña de hojas, o amplificar y saborear las emociones más intensas rompiendo límites, sabiendo por instinto que son dignas de ser exploradas, magnificadas en el sabor de una bola de helado en pleno invierno.
A veces hay que pararse a pensar no solo qué queda de esas niñas que fuimos, sino sobre todo si la hemos traicionado, si le seguimos cediendo la palabra.
A mí esas reflexiones me ayudan a colarme por el agujero del árbol en busca del conejo que siempre llega tarde y lo encuentro, lo encontraríamos todas si nos atreviésemos a perseguirlo.
También están los dramas larvados, los que suceden todos los días, como los que padece la madre de “Mitad torrefacto”, dramas que no acaban de detonar, pero que hacen tanto daño como los que acaban en las páginas de sucesos. ¿Te gusta poner el foco en esas historias que nos van minando los días, aunque nadie les de importancia?
Toda una generación de mujeres ha soportado, sigue soportando, el goteo de indiferencia de un entorno que no valora el engranaje que sostiene en pie una estructura familiar, sea de la naturaleza que sea esa familia. Esas exigencias cotidianas, que pudieran parecernos leves, van infravalorando de manera continua la entrega, la dedicación, el cuidado… lo invisibilizan, lo reducen a la mínima expresión y con ello agujerean el amor propio de esas hacedoras de normalidad, de cotidianeidad… sin las que nadie podría vivir en equilibrio, aunque sea precario.
Esa omisión recurrente puede llevar a tiranizar situaciones diarias que nos pasan desapercibidas, pero nadie debería olvidar o tal vez alguien debería recordar, que, gracias a esos sacrificios anónimos, silenciados, muchos hombres y algunas mujeres hemos vivido nuestras propias vidas y nunca, nunca se agradece lo suficiente, mucho menos se tiende una mano para darles el relevo.
Por otra parte, más veces de las deseables, las mujeres tejemos nuestras telas y nos quedamos atrapadas en ellas, presas de nosotras mismas, de nuestras circunstancias, aunque a veces ocurre algo, una llamada de madrugada, las palabras de un desconocido, el desorden, el orden… algo que nos hace darnos cuenta de que podemos romper esa telaraña y empezar en otra parte, volver a abrir esos sentidos que poco a poco habíamos atrofiado, esos sueños que habíamos empujado al fondo del cajón, aunque este ya no cerrase.
A veces en una misma historia ofreces distintas miradas, como “Relatos de interior”, para que no caigamos en la tentación de juzgar, e intentemos ponernos en la piel de Andrea, de Aurora o de Carmen, porque cada una de ellas tiene sus propias razones para actuar como actúan, ¿tú también te pones en su piel para crear estos personajes, o lo haces a través de mujeres que conoces a lo largo de tus días?
Calzar los zapatos ajenos es el primer paso para entender las vidas de otras y yo no tengo problema alguno en ponérmelos, aunque a veces me queden grandes y se me salgan, o lo que es peor, que sean pequeños y me lastimen los pies.
Creo que la mejor manera de aproximarnos a las vidas que nos resultan ajenas, desconocidas, es introducir una cámara oculta en el día a día de sus protagonistas, que se nos muestren sin juzgar. Se nos dibujen en sus relaciones, con los hombres y mujeres que podrían acompañarlas o no, que veamos lo que sucede o incluso lo que nunca llegó a ocurrir.
Creo que lo importante es llegar a comprender que en un momento dado cualquiera de ellas podríamos ser nosotras transitando al fin y al cabo por unas circunstancias que podrían llegar a ser las nuestras. Que entendamos que casi todas tenemos un poco de las otras y ellas de nosotras. Todas podemos ser esas niñas, esas madres, esas mujeres engañadas o mentirosas, deseadas o no, esas crías que visten de domingo satisfechas o que arrojan sus zapatos de charol a una poza. Muchas veces, en un ejercicio de honestidad, solo depende del lado en el que cae la moneda.
La brutalidad de “Realquilados”, uno de los relatos que rezuma más violencia de tu libro, contrasta con la exquisita ternura de “Los zapatos de charol”, que he de reconocer que es mi preferido, ¿es intencionado este juego de equilibrios, para que no pese tanto la realidad descarnada de algunos relatos en La telaraña violeta?
Cuando escribí La telaraña violeta me propuse combinar diferentes temas, armados con estilos independientes, en formas opuestas… de tal manera que se produjese una convivencia entre contrarios, tal y como ocurre en la vida misma.
Que la realidad amarga conviviera con la ternura, que el amor sentido y real coexistiera con el tóxico, que el erotismo bebiese de la misma fuente que el sexo desprovisto de deseo, que las pavesas de la pena dejaran paso a la sonrisa y a la carcajada que pueden provocar situaciones inverosímiles, que la niña le diera el relevo a la mujer o al hombre, que pudiéramos cambiar de escenarios: la ciudad, el mar, un bosque… Que fuese una suma de imágenes, como en una exposición fotográfica de diversas autoras, como la diversa realidad y tal y como son los lectores y lectoras, simplemente diferentes.
De hecho, lo que más me gusta preguntar a quien lee la Telaraña es el relato que más les ha gustado y el que menos. Son tan diversas las respuestas… que no solo me hablan de cómo son esas personas, sino que me reafirman en que el objetivo se ha cumplido.
Tu experiencia periodística, ¿te ha conectado, de alguna manera, con las historias cotidianas de mujeres como las que aparecen en el libro? ¿o quizás te has inspirado en tu entorno, o en tus propias vivencias, para dar forma a los relatos de La telaraña violeta?
Cuando eres por defecto una persona observadora y muy intimista, demasiado para mi gusto, las vivencias te entran a borbotones independientemente del escenario personal, laboral, familiar… todo suma. A veces es solo un detalle que te ha ocurrido, que te han contado, una historia que has sabido y que te ha dejado descompuesta y a partir de ahí crece por sí misma… los personajes te reclaman espacios, relaciones, desencuentros… se independizan de ti. Yo creo que el marco es lo de menos, lo importante es dejar de mirar para empezar a ver estés donde estés.
La clave en los relatos, o al menos es lo que pienso, son los últimos párrafos, donde se define todo, aunque sea un final abierto, y en tu libro hay finales extraordinarios, como en “Geranios”, en “Fisterra”, o en ese derroche de ternura que mencionaba antes de “Los zapatos de charol”. ¿En el proceso de creación de tus relatos, te imaginas el final antes de comenzar a escribir, o es la trama la que te dicta como debe rematar?
Sé que puede resultar difícil de creer, pero cuando empiezo a escribir casi nunca sé dónde me va a llevar la historia. Yo solo escribo con brújula: me marca el norte o el sur, casi siempre, y de vez en cuando empieza a girar a este o a oeste, pero la verdad es que dejo que sea la propia historia y sobre todo los personajes los que decidan donde vamos. ¿Sabes que pasa? que yo tengo muy mal sentido de la orientación, me pierdo constantemente, y en la escritura me ocurre lo mismo prefiero que sean los protagonistas los que me digan por donde vamos, si hay que girar a la izquierda, la derecha, si la dirección es una calle cortada, si lo importante es el camino y no el final.
En cualquier caso, cuando llega el momento en el que hay que dar por finalizado el viaje, intento dar a las/los lectores un final que no esperen o un final que puedan crear para que se sientan también protagonistas, parte de esa historia. Poco importa si su papel es principal o secundario, lo importante es que en algún momento sientan que estaban allí, al final del pasillo a mano izquierda, en la hilera de camas de un internado, metiendo frutos venenosos de Texu en el bolsillo, rompiéndose con la ola en la arena, reescribiendo un diario… pero allí.
El último de los relatos, “A incienso de conjuro”, es también el más extenso, casi podíamos decir que tiene la vocación de hacerse novela, y en él se alterna la realidad y la magia, el eco de la represión franquista, y un auténtico laberinto de pasiones, con una galería de atractivos personajes que te lanzan anzuelos al corazón, ¿cómo fue la construcción de este andamiaje de historias cruzadas, donde además recorres geografías diversas y diferentes espacios temporales?
Aunque mi familia viene del sur, tengo vínculos sentimentales muy poderosos con el norte. Asturias forma parte de mi vida diaria y de ahí que me apeteciese crear un laberinto que enlazara de una parte la mitología asturiana, algunas de sus leyendas, con las historias de personas muy vinculadas a mi vida, hechos que ocurrieron y otros que podrían perfectamente haber tenido lugar
Pese a ser un relato que intenta rozar la magia es pura realidad en muchos de sus pasajes, igual que sus personajes irrepetibles, esos que a veces necesitan ser vulgares y llevar una vida anodina, corriente… de esas que no te obligan a grandes renuncias, pero que, sin embargo, están condenados a vivir situaciones extraordinarias.
La pauta en todo momento fue crear un patchwork, cada tela debía ser distinta, los colores diferentes, los tamaños diversos, pero absolutamente todos esos retales debían estar cosidos con el mismo hilo.
Y el broche de oro, lo pones con tus “Cortinillas”, que son pequeñas píldoras de la locura cotidiana, fragmentos de tu intimidad familiar, en la que también nos podemos reconocer, ¿tienes una libreta a mano para registrar esos momentos en los que se rompe la monotonía con frases tan brillantes como una estrella fugaz?
Esos momentos son tan cotidianos, tan recurrentes, que, para bien o para mal, no me hace falta tomar nota para recordarlos. La verdad es que lo único interesante de ese propósito imposible de combinar crianza, trabajo y sueños es que surgen situaciones inverosímiles, tremendamente hilarantes… que, si no las afrontas con humor o como puedas, no sigues adelante. Y siempre, siempre hay que continuar.
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La Telaraña Violeta.
Una delicia leerla.
Muy recomendable y sorprendente.