Por Daniel Seijo
Archidona supuso una frontera más, un denso muro entre la moral y la indiferencia más absoluta, una prueba de resistencia de la sociedad española a lo inhumano, un agujero en la democracia europea, una cárcel ilegal. Aquellos muros entre los migrantes y nosotros, supusieron para Mohamed Bouderbala –un joven argelino de 36 años– su tumba.
La historia de Mohamed no resulta muy diferente a la de tantos otros que cada día se dejan la vida intentando cruzar el Mediterráneo. Otro joven africano con toda la vida por delante –pero con escaso futuro en su país– que decide abandonarlo todo para buscar un futuro mejor en Europa. Una esperanza que sin que él lo supiese, se encuentra desdibujada, maltratada desde hace ya demasiado tiempo por la crisis económica, el fanatismo fascista y unos gobiernos que tradicionalmente han visto en el migrante un mero deposito de trabajadores baratos. El sueño europeo ha tornado en pesadilla, tras una política común cuya actuación hoy con los migrantes no difiere mucho del recuerdo de los campos de concentración y la demencial jerarquía social del nazismo.
El caso de Mohamed simplemente pasó a suponer una página más de nuestra historia negra, un nuevo paso cara el abismo de la sin razón y la barbarie
El color de la piel de Mohamed Bouderbala no era el adecuado para romper el silencio, tampoco su religión, su procedencia o sus apellidos ayudaron demasiado a que tras ahorcarse en una fría celda de un Centro de Internamiento para Extranjeros, las alarmas se activasen. El nombre que se suspendía inerte aquel 29 de diciembre en una cárcel de España no era Al-Khelaïfi o Al Mubarak, nada tenía que ver aquella travesía por nuestras costas con un lujoso desembarco en Marbella, ni tampoco sus caudalosas cuentas habían inundado nunca nuestra economía de servilismo y vergüenza. Los señalados en los nuevos campos de concentración que hoy pueblan Europa, son los migrantes económicos, los refugiados.
Pese a la constancia de numerosas denuncias acerca de las condiciones de los internos lanzadas por ACAIP y organizaciones como Málaga Acoge –recogidas a su vez en un contundente informe emitido por el Defensor del Pueblo– las entrevistas realizadas bajo vigilancia policial en las que ya se denunciaba abiertamente la presencia de menores de edad o la incomprensible y desatada represión contra las protestas en el interior del CIE, en las que los internos únicamente pedían que se respetase su dignidad como seres humanos, nada motivó al gobierno español a plantearse seriamente la necesidad de investigar la muerte en extrañas circunstancias de Mohamed Bouderbala. Los numerosos indicios que apuntaban a serias irregularidades en Archidona, no impidieron que Juan Ignacio Zoido, el gobierno del Partido Popular y con ellos gran parte de la sociedad a la que representan, simplemente decidieran mirar a otro lado ante la dramática muerte del joven argelino.
Mohamed Bouderbala abandonó su país únicamente para buscar una nueva vida en Europa, una vida que inexplicablemente perdió tras pasar 18 horas aislado en una prisión española. Nuestro olvido, lo dejó abandonado en aquella celda, no se trataba de un delincuente, su único delito había sido carecer de los recursos necesarios para sentirse al fin libre en nuestro país.
El juez encargado del caso descartó en todo momento tomar declaración a dos testigos propuestos por la acusación particular, se negó a su vez a inspeccionar visualmente el lugar de los hechos y a exigir la documentación que explicase por qué el fallecido se encontraba aislado. En ningún caso se planteó tampoco paralizar las deportaciones de los posibles testigos presentes en Archidona. La maquinaria de ese gran campo europeo de internamiento para migrantes, llamado España, no podía detenerse. El caso de Mohamed simplemente pasó a suponer una página más de nuestra historia negra, un nuevo paso cara el abismo de la sin razón y la barbarie.
Los nuevos señalados en los campos de concentración que hoy pueblan Europa, son los migrantes económicos, los refugiados
En el peor de los mundos, no existe una forma legal de llegar a Europa. La única opción es la ilegalidad, la única esperanza es el mar. La mayoría de los migrantes que se agolpan a día de hoy en nuestras fronteras son jóvenes demandantes de empleo, individuos con energía y esperanzas cruelmente expulsados de una tierra que tras años de guerra y saqueo indiscriminado –dirigido y propiciado desde occidente– se ha convertido en un yermo para sus habitantes. Los países que conforman nuestra Frontera Sur, carecen de la capacidad para absorber a una población con una firme necesidad de labrarse un futuro alejados de la miseria y la muerte.
Ningún joven merece morir encerrado en una prisión rodeado de antidisturbios únicamente por el hecho de ser ilegal, nunca un papel puede marcar la diferencia entre el derecho a la vida y el más absoluto abandono. De todos nosotros dependen exigir el punto y final a una política represiva contra los migrantes que cada día llegan a nuestras costas.
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